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La misión histórica de la presidenta universitaria

 

Alfonso Reyes en su libro Atenea política (1933), ya veía venir un mundo regido por universitarios (y no precisamente para bien). Medio siglo después, su paisano, el ingeniero y poeta Gabriel Zaid critica a la tribu universitaria en primera persona del plural, con humor y congruencia autocrítica, en un ensayo publicado por la revista Vuelta (52) en marzo de 1981, dice Zaid:

“Y, sin embargo, (a los universitarios) nos repugna ayudar a que sigan siendo campesinos los que prefieren serlo, con ayudas prácticas, realizables, inmediatas. Nos repugna apoyar la vida al margen de las carreras trepadoras. Sentimos que todos tienen derecho a lo imposible: a tener automóvil, hacer estudios universitarios y trepar a la cúspide. Abogar por ese derecho irrealizable, legitima nuestros privilegios de hecho realizados. Bajo el velo demagógico de la generosidad revolucionaria quedamos protegidos. El mito, así, reconcilia lo irreconciliable: oculta la insoluble contradicción según la cual todos pueden volverse minoría privilegiada.”

Desescolarizar a la sociedad no significa quemar las escuelas (como suponen los lectores de oídas) y de paso a las brujas sindicales (como temen los fabricantes de escobas). La escolarización de la sociedad, lo demostró Iván Illich, es un fenómeno complejo de la modernidad progresista en el capitalismo GAMMA [1]. También resulta un mal necesario para la subsistencia del modo de producción capitalista digital ecocida. Su fin es mantener las condiciones materiales que garantizan el proceso de acumulación del capital, mediante un eficaz montaje de las relaciones sociales de producción. La escuela cumple un rol fundamental en la reproducción del status quo, al inculcarnos, la falsa creencia, de que la escuela es el “único lugar autorizado” para aprender.

En la época colonial se predicaba que sólo la iglesia podía salvar las almas de los creyentes. En la nueva época colonial escolar se predica, con renovado ímpetu, que solamente la escuela nos salvará en nuestra vida laboral con una profesión. La universidad ofrece una alternativa igualadora desde arriba, para llegar a ser buenos consumidores, antes que ciudadanos libres.

La universidad ostenta un monopolio radical de la educación al ser la única autorizada a certificar los saberes con un título y un escalafón. La escuela universitaria vigila, corrige y castiga mediante el magisterio, cumpliendo con los “programas oficiales”. Esta falsa creencia, cada día más extendida, a lo largo y ancho del planeta, sirve de simiente para la servidumbre voluntaria.

El punto de partida de mis propuestas, derivadas del magisterio de Iván Illich, consiste en precisar y distinguir lo que entendemos por educación en, por y para la libertad. Para contrastar posteriormente con lo que llamamos educación escolarizada, esto es, la educación compulsiva que da como resultado la escolarización de la sociedad.

La educación en libertad significa reconocer que cada uno de nosotros, somos semejantes, pero no iguales. Hay que reconocer que las diferencias de la gente entre sí conllevan la necesidad de atender al aprendizaje personal en libertad de elección. Aprender lo que cada uno requiere en lo particular, en cada momento de su vida es la clave. Tener la posibilidad permanente de elegir en libertad lo que cada uno requiere en su proceso personal de aprendizaje.

La educación por la libertad quiere decir respetar los senderos o tramas de aprendizaje de cada persona. Respetar el hecho de que cada cabeza es un mundo. Y que cada mundo-persona, tiene la libertad de irse educando de manera autónoma, y no heterónoma, como sucede en la actual escuela pública y privada.

La educación para la libertad se manifiesta como una simiente fértil en la que florece la libertad de pensamiento y de palabra. La libertad de reunión, de conversación y de asociación. La libertad de publicar y divulgar por el amor a la libertad. La libertad de aprender, en, por y para la libertad.

La educación entendida como el arte de saber actuar bien. De la forma que deja señalada Montaigne (1533-1592), padre fundador del ensayo como género literario en la cultura moderna:

“Nada hay tan hermoso y legítimo cómo actuar bien y debidamente como hombre, ni ciencia tan ardua como saber vivir esta vida bien y naturalmente; y de nuestras enfermedades, la más salvaje es despreciar nuestro ser” (Ensayos, libro III, Cap. XIII).

Una triste manera de despreciar nuestro ser es con la educación escolarizada, dada su habilidad para seducirnos con la ambición de lograr fama y dinero. Esta es una de las creencias que sustentan la construcción de una mentalidad escolarizada. Fama y dinero son los medios para lograr ser un consumidor omnívoro de bienes superfluos y servicios innecesarios. Pero también son los fines de un universitario exitoso en el mercado laboral de la servidumbre voluntaria.

[1] Google, Apple, Meta, Microsoft, Amazon…

*www.ivanillich.org.mx