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Origen y tradición del humanismo mexicano

 

In memoriam Iván Illich

Empecemos por aclarar lo que entendemos por: humanismo, humanista y humanidades. Definamos los términos a partir de la semántica, las culturas, el tiempo y la geografía para mejor entendernos.

En un sentido general, para frasear a Terencio, se ha llamado humanismo a todo lo relativo a lo humano y sus mundos. Existe una tradición en nuestra percepción del mundo que supone que somos el centro del universo, y que a nuestro alrededor existe algo a lo que torpemente damos el nombre de medio ambiente. Es necesario recordar lo obvio, no somos observadores que miran el mundo desde afuera, sino solamente una pequeña y fugaz parte del universo.

Con frecuencia suele confundirse el humanismo con el simple estudio de las humanidades, o con el humanitarismo, una conducta filantrópica ejercida desde el poder, o la caridad, de arriba hacia abajo, del que tiene para el desposeído.

Ciertos modernos trasnochados creen que humanista es: “un dómine enjuto de carnes y de mollera, fosilizado en la árida disección de las lenguas muertas, momificado en la adoración de la antigüedad, preso como una araña en la tupida red de las minucias gramaticales y de las figuras retóricas, acartonado y estéril como todo lo que huye del sol y del libre juego de la vida innumerable.”[1]

El humanista en nuestros días dista mucho de encarnar esta caricaturesca figura, aunque siga teniendo adeptos en algunos universitarios. Para pocos de ellos el estudio de las lenguas clásicas no es un fin, sino un medio. No es una meta, sino apenas un punto de partida.

En la Alta Edad Media se va forjando el tránsito paulatino desde el modelo monástico: comunidad de aquellos que voluntariamente se separan del mundo para estudiar la palabra de Dios. Hacia el modelo escolástico o escuela de creyentes cristianos abierta al mundo para estudiar y difundir la palabra de Dios, conciliando la fe con la razón. Desde entonces se empezaron a llamar humanidades a los estudios consagrados a la tradición hebrea y grecolatina.

En el Renacimiento, algunos humanistas lograron romper el férreo monopolio sobre la educación, que hasta entonces ostentaba la Iglesia Católica. Se establece en este periodo el modelo grecolatino, llevándose a la práctica en aislados cenáculos. Florecen los talleres y cofradías, alrededor de mecenas que propician la actividad profana de las humanidades y el aprendizaje de las letras clásicas y las artes liberales: arquitectura, pintura y escultura, surgen de forma independiente de la iglesia.

En la época moderna el humanismo se formula con una agenda progresista, la razón se impone frente a los instintos y la fe, pero sobre todo, es un medio eficaz de conciliar el pensamiento racional con el teológico, propósito ya anunciado por la escolástica. Se extiende el número de lectores con la mayor producción de libros, y con ello se finca en la cultura libresca el pensamiento crítico, independiente ya del poder eclesial. Surge el Homo Sapiens, representado por aquellos que encarnan la sabiduría humana.

La ilustración, la enciclopedia y la revolución científica desde la Física de Newton dan como resultado el adelanto de las ciencias exactas y sus avances tecnológicos. La razón científica va desplazando a las humanidades y empieza a verlas como si fueran un anacrónico subjetivismo.

Comienza una separación artificiosa entre ciencias y humanidades como dos áreas ajenas sin conexión. Bajo esta falsedad florecen las primeras disputas entre: antiguos versus modernos.

En las universidades actuales se acepta una separación entre ciencias y humanidades, como algo normal. Se establece una impostura basada en un modelo escolar administrativo que mantiene la especialización extrema ¡como si fuera un ideal académico!

Decía Iván Illich que en las universidades modernas solamente se reconoce como científico aquello que es digno de financiamiento, esto es, lo que es útil para producir mercancías o servicios. De manera que en las universidades de hoy es “científico” todo aquello que se encuentra al servicio del mercado y resulta de utilidad en garantizar las condiciones materiales para la reproducción y acumulación del capital en sus diferentes sectores; militar, financiero, comercial, industrial, inmobiliario.

Científico que sólo sabe de su ciencia, ni de su ciencia sabe. No hay forma de ser científico si no se es humanista. ¿Cómo puedo saber de física o matemáticas, si desconozco la Historia de estas disciplinas? ¿Cómo puedo hacer investigación científica si no poseo una Filosofía de la ciencia? Otro tanto sucede con el “humanista” que se cree la patraña de la separación entre ciencias y humanidades, y a quien le resultan ajenos los avances, beneficios y amenazas derivados del desarrollo de las ciencias y la tecnología y las consecuencias que tienen sobre la humanidad.

*www.humanistas.org.mx

  1. Méndez Plancarte, Gabriel, comp., Humanistas del siglo XVIII, UNAM, México, 1962, p V