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Este año se pueden señalar al menos dos reivindicaciones importantes que han ocurrido en el Palacio de Bellas Artes del INBAL: la primera, un montaje de Los empeños de una casa de Sor Juana Inés de la Cruz con la Compañía Nacional de Teatro (CNT) que jamás había puesto en escena a la monja jerónima; la segunda ocurrió este último sábado con la presentación de Luna Eva a manos de la compañía Cirko De Mente, con lo que las artes del circo pisan por vez primera el recinto icónico de las artes en nuestro país.

El Palacio de Bellas Artes se inauguró el 29 de septiembre de 1934 con el estreno mundial de Llamadas, Sinfonía Proletaria del maestro Carlos Chávez y con la puesta en escena de La verdad sospechosa de Juan Ruiz de Alarcón dirigida por Alfredo Gómez de la Vega. Mucha agua ha corrido bajo el puente desde entonces y la sala principal del Palacio se ha dedicado primordialmente a la música sinfónica, a la danza y a la ópera. Es por ello que la presencia de una compañía de artes circenses como Cirko De Mente, que este año festeja sus 21 años de creada (la intención era que se presentasen el año pasado pero no se pudo), es de toda relevancia.

Así como la ópera o la música de concierto funciona increíblemente bien en espacios cotidianos y/o populares de las ciudades como tantos flashmob nos lo revelan (ejemplo fue el programa de ópera que el Metro y la UAM pusieron en marcha en 2014 bajo el nombre de Asaltos Artísticos), de la misma manera va siendo hora de que en los espacios sacralizados de la alta cultura expresiones artísticas como el circo tengan una normalizada cabida.

La noche del sábado pasado, con Luna Eva, la directora Andrea Peláez ha llevado a cabo una reivindicación importantísima, de la mano de las instituciones a las que con-venció con su tenacidad. En este viaje metafórico atravesado por una muerte y un nacimiento, nos maravilla con actos de equilibrio mano a mano, acrobacia mezclada con danza (acrodanza), malabarismo, suspensión capilar, rueda de Cyr, cintas aéreas y mástil con los increíbles artistas de circo que son Nallely Lima, Fernanda Palacios, Andrea Salas, Emiliano Gallardo, Óscar Ontiveros y Leonardo Costantini (codirector de la compañía). El virtuosismo que ha alcanzado Cirko De Mente los ha llevado a Canadá, Francia, España, Estados Unidos, Brasil, Argentina, Chile y, entre otros países, a Alemania.

La reunión de artistas multidisciplinarios que la maga de Andrea Peláez ha conjuntado para el espectáculo son de primera: el queridísimo Alain Kerriou que se responsabiliza del dispositivo escénico-visual y el vestuario, la iluminación del multipremiado Víctor Zapatero, la asesoría en clown es del gran Jesús Díaz y la genial música original de Juan Pablo Villa que se acompaña en escena para interpretarla de María Emilia Martínez y Andrea Villela. Esperemos tenerles en Morelos en algún momento, lugar de residencia de la directora.

Como última reflexión después de la gala con que las artes circenses han entrado en la sala principal del Palacio de Bellas Artes, me pregunto si no hay manera de instalar en las políticas públicas no sólo estas disciplinas como se logró en Colombia y otros países con el programa de Circo para Todos, sino también la urgencia de que para las artes colectivas en general (que suelen ser las escénicas) se asegure la continuidad de los proyectos. La energía que se pone en la agobiante tarea de gestionar año tras año y a veces mes con mes la supervivencia de los proyectos lleva a un desgaste monumental. Por ello no ha sido extraño que con las dos pandemias que sufrimos estos seis años hayan desaparecido tantos espacios escénicos y compañías que llevó décadas levantar. Y eso no es justo para artistas y gestores pero tampoco para la ciudadanía, destinataria de los esfuerzos de instituciones y creadores.

Un grupo de personas en un escenario

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Foto: Liliana Velázquez y Gerardo Castillo/La Marmota Azul – Cortesía del autor