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El problema del vape


Inti Barrientos y Edna Arillo*

El cigarro electrónico (también llamado vapeador o vape) es, sin duda, una tecnología disruptiva en el consumo de nicotina. Desde su aparición en 2003, ha generado cambios en el mercado de esa sustancia como no ocurría desde 1881, cuando apareció la máquina de Bonsak, que permitió producir de forma masiva los cigarros combustibles. Los promotores del vapeador lo presentan como una alternativa saludable frente al hábito de fumar, argumentando que hace 95% menos daño (según la referencia más empleada) por no tener carboniles y otras sustancias nocivas, subproductos de la combustión de la hoja de tabaco. Estos argumentos se sustentan en artículos científicos, como el publicado por David Nutt en 2013, y cuentan con el aval de instituciones reputadas como es el caso de Public Health England o del Royal College of Physicians. Entonces, ¿cuál es el problema con el cigarro electrónico? Para explicarlo, es necesario abordar tres puntos de discusión:
Primero, independientemente de la comparación con otros productos, el cigarro electrónico hace daño. Aunque aún es muy pronto para saber cuál será el efecto de su consumo a largo plazo (en el caso del cigarro combustible, cuyo potencial de daño se empezó a estudiar sistemáticamente en 1947, en 2012 el Reporte del Cirujano General seguía añadiendo nuevas enfermedades a la lista de aquéllas relacionadas con su consumo), cada día surge nueva evidencia científica que muestra el potencial de daño inherente a este producto: desde fibrosis centrada en las vías respiratorias pequeñas y bronquiolitis (es decir, inflamación y cicatrización de los pulmones, lo cual causa que sea cada vez más difícil respirar), hasta disfunción eréctil o abortos. El hecho es que la evidencia de los posibles efectos nocivos de este consumo se acumula conforme pasa el tiempo, pues se ha encontrado daño en los sistemas respiratorio, circulatorio, nervioso, digestivo, tegumentario (es decir, piel y mucosas), reproductor, inmunológico y daño genético. Así, el potencial nocivo no resulta menor.
Segundo, pese a que los vapeadores son promovidos como una opción para dejar de fumar, no se han generado datos concluyentes sobre su utilidad en ese sentido. Si bien existen estudios que muestran que esos productos pueden ser usados como parte de un programa de reemplazo, los resultados no son promisorios respecto al abandono de la adicción a la nicotina. Por ejemplo, la investigación realizada por Peter Hajek en 2019 muestra un aparentemente promisorio 18% para los usuarios de cigarro electrónico que dejaron de consumir cigarros combustibles, contra un 9.9% de personas que dejaron de fumar al emplear parches de nicotina. Sin embargo, después de un año, los usuarios de estos parches ya los habían abandonado, tal como se espera que ocurra en el caso de un producto de apoyo; en tanto, 80% de los consumidores de cigarro electrónico seguían utilizándolo, de tal forma que la adicción a la nicotina se mantenía en su organismo. Ello genera que la persona con la adicción vaya de un producto a otro, dependiendo de la disponibilidad o precio de éstos. Además, el autor explica lo que se ha encontrado en los estudios poblacionales: usar cigarro electrónico genera 30% menos probabilidad de dejar de fumar y mayor probabilidad de recaer si es que se abandona el cigarro combustible (15% contra 1.8% de aquéllos que no lo usaron, según un trabajo publicado en 2019 por Dai y Leventhal).
Por último, está la tercera y muy conflictiva parte de este gran problema: el reclutamiento. En México, el cigarro electrónico ha demostrado ser un producto eficaz para atraer a nuevos consumidores hacia la adicción a la nicotina, especialmente a niñas, niños y adolescentes. Ello no constituye una sorpresa, dado que los vapeadores combinan un gran atractivo social y tecnológico con opciones personalizadas de uso, una alta concentración de nicotina (la cual es altamente adictiva), sabores dulces con olor poco persistente y la facilidad de esconderlo (lo que dificulta que la familia pueda detectar su consumo). Así, esos productos pueden ser una puerta de entrada a la adicción. Estudios internacionales han encontrado de 80 a 700% más probabilidad de que un adolescente empiece a fumar si usa cigarro electrónico. Por tal motivo, autores como Mateusz Jankowski concluyen que ese artículo de consumo tiene un potencial adictivo mayor entre los adolescentes, incluso que el del cigarro combustible.
¿Cuál es, entonces, el problema del cigarro electrónico? La argumentación a favor de este producto plantea un falso dilema, ya que hace parecer, por un lado, que existen sólo dos opciones: fumar cigarro combustible o emplear vapeador; por otro lado, que, en tanto el segundo es ―al menos en el discurso provapeo― menos dañino que el primero, entonces su consumo representa una ganancia para la salud pública, y que por ello debería ser legalizado e incluso promovido. Sin embargo, los datos encontrados no parecen apoyar los supuestos que dan sustento al argumento provapeo. El consumo del cigarro electrónico genera daño, no existe certeza de que sirva para dejar la adicción a la nicotina y, aún más, se muestra muy adecuado para reclutar nuevos adictos. Más allá de lo anterior, y pese a lo que digan sus promotores, las personas que ya son adictas a esa sustancia no son las únicas importantes. La población en su conjunto y en especial los segmentos más jóvenes deben ser considerados cuando se tomen decisiones al respecto (por ejemplo, cuando se delibere sobre si legalizar o no el empleo de vapeadores). Éste no es un asunto sólo de fumadores, sino de todas aquellas personas que puedan estar en riesgo de caer en una adicción o de sufrir las consecuencias de que alguien más lo haga.
Y todo lo anterior, para que alguien gane dinero. Porque, al final, esto es negocio. Y nada más.

*Especialistas en salud pública; invitados por el Dr. Eduardo Lazcano Ponce

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