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Raúl Silva de la Mora

La literatura, como la vida, está plagada de injusticias. No siempre quienes figuran en primer plano lo merecen, en contrapunto de quienes permanecen en un limbo llamado olvido.

Claro, para hallar la definición de lo que significa merecer bien se podría escribir un tratado, aunque de todas maneras nunca terminaríamos por darle gusto a la comunidad. La vida es así, no hay que buscarle la quinta pata al gato. Pero todo entra en una zona donde campea la alegría, en el momento en que el destino nos elije.

Así fue, al menos, como lo vivió Gerónimo Dominique una tarde otoñal, en su retiro espiritual de la Selva Negra, donde encontró huellas de lo que su imaginación le había anticipado, a través de un pequeño tomo de no más de 120 páginas, el único libro de Eloísa Serchz. El título es plenamente sugestivo: Indagaciones en Fa menor y contiene una historia narrada en dos tiempos, por así decirlo.

El tiempo del diario, donde Eloísa nos compromete amistosamente con su cotidianeidad, dejándonos saber lo útil que son las minucias de la vida, como por ejemplo ese momento en que una ráfaga de imágenes nos acomete por las mañanas, mientras regresamos a la vida asomados al espejo, poco antes de preparar la cafetera. Luego está el tiempo de las misivas, y lo componen un manojo de cartas escritas desde distintas zonas del planeta, cada una de ellas en tiempos muy significativos para la humanidad. Es decir: una carta que debió ser enviada el 11 de septiembre de 1973, desde la oficina central del Servicio de Correos y Telégrafos en Santiago de Chile, donde su amiga Carla Canali le relataba sus temores de un algo que no alcanzaba a precisar, pero que se cernía en el ambiente con un tufo de intenso miedo. Otra carta fue escrita desde La Roqueta, en la costa guerrerense de México, por la madre de un combatiente de la guerrilla, desesperada ella porque ese año de 1970, el Partido de los Pobres estaba siendo avasallado y muchos hijos de esa lucha, como el de ella, fueron carne de cañón en los vuelos de la muerte. Otra misiva que destila historia fue la que le escribió un viejo profesor de la facultad de química, don Ariosto Pitolich, describiendo pormenores del momento en que el Movimiento Para la Liberación de Angola atacó, en febrero de 1961, la prisión de Luanda y liberó cientos de presos. Toda esta sucesión de historias, hilvanadas mediante unos concisos apuntes reflexivos de Eloísa Serchz, construyen un relato inquietante de lo que fue el mundo entre 1960 y 1970.

La vida se construye con lo que se tiene a mano. Esta verdad de Perogrullo, a menudo denostada por la indiferencia de quienes todo lo quieren peladito y en la boca, bien nos serviría para entender que la realidad es lo que nos sucede, así bien nuestro nacimiento hubiese ocurrido en el estrecho de Anian, hacia 1542, o en la Grecia de Policasta, siglo VIII a.C. Somos lo que el destino nos impone y lo que uno dispone con ese involuntario legado. Obvio y elemental, señoras y señores Watson. Por eso, Gerónimo Dominique se sintió inmensamente feliz y pleno, cuando su mirada comenzó a internarse en las 120 páginas de Indagaciones en Fa menor.

Como si todos y cada uno de los segundos de su vida, que ya para entonces se extendía en los 57 otoños, hubiesen estado destinados a cumplir ese encuentro con la vida de Eloísa Serchz. Hasta entonces, sus lecturas habían estado comprometidas con temas alejados de la literatura. Dominique era un asiduo de la gastronomía, aunque fracasó en su intento de convertirse en Chef. Los dos años que pasó en la École Hôtelière de Lausanne fueron un sustento para su gula y un terreno árido para el aprendizaje. Pero esa estancia en tan prestigiada institución algo debió transmitirle al buen Gerónimo Dominique, porque lo llevó a convertirse en un editor.

El tránsito de la gula a la imprenta fue algo definitivamente insólito. Pero así es la vida, ya lo hemos dicho, una sucesión de sucesos que simplemente se van encadenando, bajo la supervisión de nuestro visto bueno, si acaso. Él dice que todo se volvió claro cuando probó Crème Brûlée que su compañera de estudios en Lausanne, Mathilda Grammont, preparó para graduarse. El sabor de ese manjar en forma de postre coincidió con su encuentro con las aventuras, venturas y desventuras de Eloísa Serchz. Comprender este suceso sería como obstinarse en querer resolver un acertijo, para así disolver el misterio de lo que simplemente es y resplandece en su inocencia originaria.

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