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Cuando se hizo la Agenda 2030 sobre desarrollo sostenible, con sus 17 objetivos y 169 metas, poco se reparó en la letra pequeña o el reglamento. Y, sin embargo, allí reside una de las mayores complicaciones, sobre todo en nuestras realidades, en lo que respecta a evaluar si nos encontramos en avances o retrocesos y en qué medida. Observando los datos disponibles hasta nuestros días, podemos inferir que estamos aún lejos de adelantos promisorios.

Y me planteo, para compartir con ustedes en esta columna, algunas dudas y posibles explicaciones de los porqués de tal atraso. ¿Habrán estado los objetivos impregnados de utopías o de la idealización de tópicos inalcanzables para algunos países? O, como nos gusta contextualizar, ¿fueron ciertos factores exógenos (léase pandemia, guerras, aumento del costo de la energía, condiciones meteorológicas adversas) los responsables de la merma en la posibilidad de avances concretos?

La propia ONU, desde hace dos años, viene advirtiendo que 13 de aquellos objetivos se encuentran prácticamente estancados (con sus respectivas metas), 2 están en retroceso y solo 2 avanzan lentamente. Incluso el de salud, paradójicamente, gracias a –y no por culpa de– la pandemia.

Voy a plantear ahora algunas cuestiones a fin de ponerlas a criterio de ustedes, incluso como punto de partida para abrir un debate al respecto.

La primera cuestión que encuentro disonante es el hecho de que, si bien los objetivos plantean cuestiones que tienen que ver con temas vinculados a enfoques del desarrollo sostenible, no pueden considerarse de manera generalizada para todas las realidades. No todos los países, ni incluso los contextos territoriales al interior de cada país, pueden ser medidos con la misma vara, cuando se trata de evaluar avances y retrocesos. Los objetivos deben respetar peculiaridades, activos y necesidades de cada contexto territorial y sus poblaciones. Ya hemos tenido diferencias muy notorias cuando se emitieron los Índices de Desarrollo Humano. Se tuvieron que ir modificando y enriqueciendo paulatinamente según el contexto en donde se iban monitoreando, con la finalidad de contar con datos fidedignos de la realidad analizada, para que posteriormente pudieran implementarse políticas públicas en respuesta a necesidades concretas. El mismo problema se plantea ahora. No podemos evaluar con metas tan generales a todos los países. Nunca sabremos a ciencia cierta cuánto hemos avanzado o retrocedido.

Por otra parte, con enfoques del desarrollo tan variados, también resulta crucial –o al menos difícil– tener idea de avances o retrocesos. No es lo mismo renunciar a ciertos parámetros de crecimiento que impacten en el ambiente para muchos países con enfoques del desarrollo más consolidados, que para otros países. Por más que los objetivos puedan parecer universales, es importante señalar que los mismos son sólo realizables en algunas realidades, y siempre y cuando se cuestione el carácter dependiente de muchas economías, el carácter colonial del poder y del saber, así como las aspiraciones de nuestras comunidades y pueblos originales de una construcción del desarrollo basada en el buen vivir. Más precisamente, en nuestra realidad morelense, con alta presencia de ejidos y comuneros, se exige desde otra economía, como la social y solidaria, formas de desarrollo alternativo y diferenciado. Queda entonces bregar por que la Organización de Naciones Unidas en sus próximas reuniones para evaluar avances y retrocesos tenga en cuenta esta variedad de territorios y condiciones de desarrollo.

*Investigador de tiempo completo en el CRIM-UNAM. Coordinador del Grupo de Trabajo Investigación, Capacitación y Difusión del NODESS Morelos solidario y cooperativo.