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Elsa Sanlara 

Después de varias semanas colaborando con La Jornada Morelos, finalmente hemos decidido darle nombre a esta columna.

Seguramente has oído hablar de Godzilla, el popular monstruo japonés cuyo nombre original es «Gojira». El anglicismo Godzilla se hizo más conocido en el resto del mundo y desde entonces ha sido el nombre utilizado internacionalmente para referirse al icónico monstruo. Pero yo no soy un monstruo, simplemente formo parte de los 7 de cada 10 mexicanos con sobrepeso, es decir, soy gorda. Sin embargo, no entro dentro del cliché de «gordita simpática» o «gordita dulce», más bien soy una mujer curvy con mucho carácter, cuya sangre hierve y se enfurece (como Godzilla), ante la mentira, la desigualdad, el abuso, la corrupción y sobre todo ante la falta de sentido común.

Sí, soy una «Curvy-zilla», y hoy mi rebelión es en contra de las marcas de ropa que mienten con sus tallajes.

Las tallas en la ropa son relativamente nuevas, surgieron cuando estalló la Primera Guerra Mundial, por la necesidad de estandarizar las tallas para producir uniformes para los soldados en forma masiva. La industria militar, basada en mediciones de cuerpos distintos de la población norteamericana, logró un estándar antropométrico de los distintos cuerpos. Esas tallas estándar más tarde serían compartidas con el mundo de la moda en los años 60, pero no fue hasta los años 80 que la industria textil americana desplazó finalmente la costura «a la medida».

Mi abuela, por ejemplo, nunca supo qué talla de ropa era; la mayoría de su ropa se la diseñaba y confeccionaba una costurera de Tlaquiltenango, llamada Lolita. Una verdadera artista del diseño, el corte y la costura. Pero lo mejor de Lolita era su calidez, esa que me abrazó el corazón cuando llegué a probarme mi vestido de primera comunión y no me cerraba porque había engordado. Lolita me susurró: «No te mortifiques corazón, ahora lo ajusto rapidito y ya verás cómo te va a quedar precioso».

Ojalá todo fuera tan fácil en las tiendas como en el atelier de Lolita, pero los cuerpos de las mujeres son más diversos, más complejos de estandarizar y sin duda nuestras emociones e inseguridades son sumamente lucrativas para la industria de la moda.

Como siempre, si queremos respuestas, tenemos que seguir al dinero.

Las marcas se lucran con las variaciones del tallaje; a unas compañías les conviene que el tallaje sea más grande de lo que es, mientras que otras empresas prefieren que sus tallas sean más pequeñas de lo que deberían.

Hemos normalizado ser talla M en una tienda, mientras que en otras somos XL. Estamos tan acostumbrados a ese tipo de situaciones que no nos cuestionamos, damos por hecho que las maquiladoras de dichas compañías están en países diferentes o que las conversiones métricas son las culpables. Sí, sin duda eso influye, pero hay otras estrategias capitalistas más lucrativas que esas.

Algunas marcas recurren a una cosa llamada vanity sizing o tallaje de vanidad. Se trata de una técnica de marketing empleada por la industria de la moda para hacerte creer que eres más delgada o delgado y despertar en ti una fidelidad hacia esa firma.

Por otro lado, hay otras marcas donde pasa exactamente lo contrario. Son marcas cuyas tallas muestran números grandes, pero cuando te las pruebas, en realidad se corresponden con medidas mucho más pequeñas. Su mercado no son los cuerpos grandes, se posicionan para vestir cuerpos normativos, como es el caso de la empresa de ropa Zara.

Hace unos días, Zara impactó con su nueva campaña a propósito del estreno de la película Barbie. La campaña causó revuelo no solo por tener a una modelo trans de origen somalí de talla grande, Ceval Omar, sino porque las medidas de la modelo son más grandes que las tallas que Zara ofrece. Es decir, si tus medidas son similares a las de la modelo, spoiler alert, no vas a entrar, ni con mantequilla, en el vestido de Barbie.

Ciertamente, Zara podría seguir vendiendo a los cuerpos normativos, al igual que la marca Lane Bryant vende exclusivamente ropa para cuerpos XL. El problema está en que Zara se sube al carro de la diversidad corporal, la inclusividad y ya no solo vende ropa, también vende fantasía mientras destruye autoestimas alrededor del mundo, todo por el mismo precio.

Es preocupante cómo campañas como esta, donde se promueven tallas que no corresponden con la realidad, ya sean tallas pequeñas o grandes, influyen en la salud de las personas, empujándolas a sentirse mal con sus propios cuerpos. Como resultado, recurren a dietas restrictivas, pastillas milagro y cirugías, comprometiendo no solo la salud física y mental, sino incluso su propia vida, todo ello con el único objetivo de encajar en las tallas que impone la industria textil.

A diferencia del mundo de Barbie, donde todo es color de rosa, en el mundo de la moda siguen prefiriendo el color del dinero.

 

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