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Cuando las Copas hablan

 

En un mundo donde nos enseñan a soñar con el príncipe azul, aquel que solo existe en las películas, o a fantasear con la mujer perfecta, que sería una utopía viviente, un incidente en la cena de gala de los reyes Felipe y Letizia de España se ha convertido en la excusa perfecta para afilar mi pluma y escribir sobre la imperiosa necesidad de identificar ciertas «banderas rojas» en una relación.

Me declaro no solo como detractora de las monarquías, sino también como una enemiga acérrima de las telenovelas de Televisa, esas que martillaron en mi cabeza la absurda idea de que invariablemente requerimos de un hombre alto, blanco, apuesto, rico y generoso para rescatar a una mujer frágil, vulnerable, ingenua, crédula y típicamente provinciana.

En un mundo ideal, no solo borraría el crimen organizado, sino que también haría desaparecer de un plumazo la trilogía de «María la del Barrio», las películas de Disney y, por supuesto, las monarquías que continúan perpetuando ese «cuento de hadas» a expensas de las arcas públicas. Al fin y al cabo, soñar no cuesta nada.

Es innegable que, en los países con monarquías, la corona desempeña un papel relevante en sus economías y se considera un activo. Por ejemplo, la actual Familia Real Británica atrae turistas, contribuye a la estabilidad del sistema político y se integra en su identidad nacional. En España, esta dinámica se repite en una versión low cost, dado que la realeza española no solo ha estado involucrada en escándalos de traiciones amorosas, sino también en casos de corrupción, lavado de dinero, evasión fiscal y espionaje. Además, en los últimos meses, en el mundo de la crónica rosa, «resulta y resalta» que Felipe y Letizia parecen tener menos sintonía que una radio de los años 80 en medio del desierto.

Hace unos días, los reyes de España ofrecían una cena de gala a los líderes europeos en la majestuosa Alhambra de Granada. La velada marcaba la tercera cumbre de la Comunidad Política Europea.

Esa misma noche, un video se volvió viral: el Rey Felipe brindaba mientras sostenía una copa de champagne, pero la reina Letizia estaba a su lado sin copa. Parece que alguien, quien probablemente en estos momentos está haciendo fila en la oficina de desempleo, olvidó asegurarse de que Lety también tuviera su drink.

En ese instante, Doña Letizia desplegó su papel favorito con maestría: el de ser la reina de la hiper gesticulación y siempre aspirar a ser el centro de atención. En lugar de permanecer en segundo plano y no montar un numerito, dejó que aflorara su esencia de reportera, su espíritu de corresponsal y su experiencia como presentadora de noticias del pasado. Como si estuviera narrando una historia en lugar de brindar, comenzó a gestualizar de manera juguetona y un tanto pasivo-agresiva, como si sostuviera una copa invisible en su mano. Su actitud provocó risas entre los presentes, arrebatando el protagonismo a su esposo y evidenciando su falta de protocolo.

Sin embargo, la historia no terminó ahí. En los cuentos de hadas, el príncipe azul ofrecería la copa a la dama galantemente sin pensarlo dos veces. Pero, sorprendentemente, el Rey Felipe no parecía haber visto muchas películas de Disney. Por un breve instante, pareció que iba a entregarle la copa a su esposa, quien rápidamente intentó tomarla. Sin embargo, él no la soltó, iniciando un mini forcejeo que culminó con él ganando la pequeña batalla de titanes y tomando otro sorbo de su bebida, dejando a su esposa nuevamente sin nada para beber. ¡Que viva la generosidad!

Con demasiada frecuencia, el patriarcado insiste en que las mujeres deben permanecer en segundo plano, silenciosas y eternamente a la sombra de sus esposos. En el contexto del protocolo monárquico, un sistema anticuado y anquilosado, se espera que la reina consorte cumpla con este rol predefinido. No cabe duda de que ella conocía los requisitos del trabajo cuando contrajo matrimonio con su príncipe.

Sin embargo, para el resto de las mujeres de a pie, ese guion no aplica.

La generosidad es mucho más que un simple acto de dar; es un reflejo del compromiso y el afecto que una persona tiene hacia su pareja. Cuando esta cualidad escasea, generalmente es una señal, una bandera roja, de que hay problemas subyacentes en la relación. La generosidad implica ofrecer atención, apoyo emocional y tiempo, y cuando falta, la conexión emocional y la intimidad pueden verse amenazadas.

Así que, si tu pareja se muestra renuente a compartir hasta una copa de champagne, es hora de analizar a fondo la relación antes de que se desvanezca la chispa, tu corazón pierda su efervescencia y mueras de sed.