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¿Tienes Catálogo?

 

Llegué al aeropuerto sola, estresada y con prisa. Un par de horas antes, mientras bajaba mi equipaje al coche, una de las ruedas de mi maleta decidió rendirse ante el estrés del viaje, el peso de mi ropa XL y los libros que llevaba dentro. Eran las 4:55 de la mañana, y entre suspiros de exasperación y un vistazo fugaz al reloj, me di cuenta de que mi día había comenzado con muy mal pie. Y es que, ¿dónde carajos puedes conseguir una maleta nueva, a esas horas de la madrugada, para poder enfrentar un viaje de más de 7 horas con un poco de dignidad entre aeropuerto y aeropuerto?

Maldije en inglés a la maleta, pero no fue suficiente para desahogarme. Entonces recordé que las groserías en español tienen un sabor más auténtico, catártico y liberador. Así que las groserías en contra del pie izquierdo con el que me levanté esa mañana salieron de mi boca una tras otra sin parar en mi bello idioma natal.

Subí al coche y me dirigí al aeropuerto en Boston donde las luces titilantes de la ciudad se asemejaban a estrellas urbanas, y el ir y venir de un tráfico inusual a esas horas de la mañana me recordaron que era «Black Friday», un día en el que las tiendas abren temprano. Así que, al ver un Target abierto, decidí hacer una parada estratégica y comprar una maleta.

Con mi nueva y fea compañera de viaje asegurada, continué hacia el aeropuerto, donde apenas tuve tiempo de documentar mi maleta antes de sumergirme en la vorágine de los controles de seguridad. Ya dentro de la sala del aeropuerto, busqué una cafetería y ordené lo único que me podía hacer feliz en ese momento: un café. Con mi latte en mano, busqué una mesa para disfrutar de un breve momento de tranquilidad antes de dirigirme a mi sala de embarque.

El café se convirtió en mi refugio y me hizo entrar en calor rápidamente. Decidí deshacerme del abrigo que llevaba y meterlo en mi maleta de mano. Al hacerlo, varias copias de mi libro «Reincidente” que iban ahí dentro quedaron expuestas. La mujer que estaba sentada a mi lado no pudo evitar mirar con curiosidad y preguntó: «¿Son tuyos?» Asentí con una sonrisa. «Es decir, es obvio que son tuyos, pero me refiero a que si eres la autora». Sí, dije tímidamente mientras el síndrome del impostor me daba un pequeño golpe en el estómago.

Mi respuesta afirmativa abrió la puerta a una conversación que transformó la espera monótona en un intercambio repentino y enriquecedor. «Enhorabuena», expresó con sinceridad en su tono de voz. «Sé lo que implica escribir un libro y publicarlo». Sonreí y le di las gracias de corazón.

Resultó que esta mujer era una veterana en el mundo editorial, semi retirada y que ahora era parte de la Junta Asesora de una revista con base en Boston, cuyo enfoque principal eran las mujeres de más de 30. La conexión fue instantánea, y nos sumergimos en una breve charla sobre las complejidades del mercado femenino.

De repente miró su reloj, y sospeché que estaba a punto de marcharse a tomar su vuelo. «¿Podrías darme algún consejo?» solté casi sin pensar. Me sentí como aquel cliché de las personas que, al enterarse de que alguien es médico, no pueden resistirse a compartir sus dolencias y buscar recomendaciones médicas en una fiesta, boda o funeral. Así me encontraba yo, tratando de extraer una perla de sabiduría de esa mujer con el aura de Miranda Priestly pero pelirroja y sin vestir de Prada.

Me miró fijamente a los ojos y dijo: «Debes tener catálogo». Mi mirada de confusión la hizo sonreír discretamente, y mientras guardaba su teléfono, un libro y los audífonos en su bolso, explicó que, para tener éxito, yo debería tener un catálogo de libros, es decir, escribir y publicar varios libros, tener diversidad, tener opciones y, sobre todo, saber que no todos serán un éxito, pero confiar en que alguno será el bueno.

Entendido y anotado, dije agradecida. Y entonces, mientras se ponía el abrigo, agregó: «En realidad, querida, hay que tener catálogo para todo en la vida», añadió con una sonrisa pícara. «Catálogo en tu armario, ropa, zapatos, bolsos, de varios estilos y colores. Catálogo en tus ingresos, no hay que tener todos los huevos en la misma cesta, catálogo de amigos, hay que tenerlos de todo tipo y diferentes edades, y, sobre todo, catálogo de amantes”.

Sería una fantasía, pero soy casada, respondí divertida.

«Da igual», dijo mientras sacaba una pequeña cartera de su bolso. «Cuando eres soltera, debes tener un catálogo amplio de posibles prospectos. No todos serán buenos, pero, al igual que los libros, uno de ellos te llevará a la gloria. Y si eres casada, busca un hobby que sea como tu amante, que te produzca placer y que no puedas esperar para volver a disfrutar». Sonreí, sabía exactamente a lo que se refería.

Me extendió una elegante tarjeta de presentación con su nombre, su teléfono y su correo electrónico. «Catálogo, querida, trabaja y enfócate en ampliar tu catálogo», dijo guiñándome un ojo y alejándose a su sala de embarque.

Imagen: Carpetravel.com