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La Esencia de Yahritza

Elsa Sanlara

Si hay algo que no tolero, es la ingratitud. Mi abuela solía decir que «es de bien nacido ser agradecido», y cuánta sabiduría encierran esas palabras. La gratitud y el respeto son valores que se adquieren en el hogar, tan necesarios como el aire que respiramos para mantener la armonía en el mundo que nos rodea.

Hasta hace una semana, «Yahritza y su esencia» no existían en mi universo musical, el cual se encuentra estancado en la calle de las sirenas. Sin embargo, el algoritmo de mis redes sociales, dotado de vida propia, decidió que esta banda merecía mi atención. No se equivocó, ya que siempre me ha intrigado el drama, la polémica, y aún más, me causa fascinación y cierto placer observar cómo los mexicanos nos unimos cuando alguien menosprecia a México o a nuestra mexicanidad. Saludos Tiziano Ferro.

Escuchar a los miembros de este grupo musical expresar cosas como «a mí no me gusta México, hay mucho ruido», o «prefiero la comida de Washington que la de México», o incluso «es que soy delicado y solo como pollo, no me gusta el picante», en sí mismo no constituye un problema. Todos tenemos derecho a tener preferencias personales y gastronómicas.

No obstante, donde la marrana tuerce el rabo es cuando estas declaraciones se hacen en suelo mexicano y la mayoría de sus seguidores son mexicanos o de ascendencia mexicana. Y es que, mi querida Yahritza, eso de morder la mano que te da de comer no es un gesto bonito, ni en México ni en Washington.

En mis años de estudiante, trabajé en una tienda de electrónicos y tenía un compañero llamado Miguel, quien decía llamarse «Mike». A pesar de su español «raspado», similar al de Yahritza, Mike cambiaba su actitud cuando alguien que no hablaba español le pedía ayuda. Aunque él y yo llevábamos «el nopal en la frente», como se dice coloquialmente, Mike actuaba como si no comprendiera. Rechazaba hablar español o ayudar a aquellos que no hablaban inglés, aduciendo: «mojados, que aprendan inglés».

A jóvenes como Mike y como Yahritza y compañía, se les llama despectivamente «pochos», no debido a sus rasgos autóctonos, sino porque representan una categoría singular. Son hijos de inmigrantes mexicanos que nacieron o crecieron en Estados Unidos y han perdido la conexión con aspectos de la cultura mexicana, y con el orgullo que da provenir de una tierra de guerreros.

La mayoría de mis amigos inmigrantes tienen hijos nacidos en este país. Pero son solo los hijos de los venezolanos, españoles, colombianos y argentinos cuyos hijos dominan el inglés a la perfección y, al mismo tiempo, se desenvuelven en español como nativos. Jamás me atrevería a llamar «pochos» a sus hijos. Este término tiende a emplearse predominantemente entre los propios mexicanos, quienes ponen muy poco interés en que sus hijos sean realmente bilingües. Algo falla en la comunidad mexicana en Estados Unidos. Al parecer la mexicanidad degrada.

El desprecio mostrado por estos jóvenes hacia México es inaceptable. México no los cancela por ser «pochos», ni por su color de piel, como asegura la prensa mexicoamericana en Estados Unidos. México solo ruge cuando le han herido.

En un mundo que evoluciona a pasos agigantados, emergen personajes de la nada, sin educación ni valores, que se convierten en famosos de la noche a la mañana. Yaritza, pide perdón y declara amar a México, mientras en videos se le observa realizando gestos de desprecio al recibir un refresco en una bolsa de plástico. Nadie le ha explicado que eso también es México.

Sin lugar a duda, «Yahritza y su esencia» no merecen el aprecio del público mexicano, quien la recibió con los brazos abiertos y le ha llenado los bolsillos y las cuentas bancarias.

A pesar de los intentos de la prensa mexicoamericana por defenderlos, yo condeno la ingratitud y la falta de respeto. Me rehúso a contribuir al éxito de estos pseudoartistas, mientras denigran nuestra cultura en nuestra propia tierra, porque:

“Más, si osare un extraño enemigo

Profanar con su planta tu suelo,

Piensa ¡Oh Patria querida! que el cielo

Un soldado en cada hijo te dio.»

Gracias, Yahritza, por mostrarnos tu verdadera esencia.

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