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No te quiero cerca

 

El otro día vi un pequeño video donde la cantante y actriz Susana Zabaleta decía que ella no podía ser amiga de alguien que se ríe siempre. En otras palabras, no podía relacionarse con esa gente que lleva una sonrisa perpetua en el rostro y proclama a los cuatro vientos lo buenos que son y lo perfecta que es su vida. “Alguien que es feliz siempre no puede ser mi amiga, porque yo soy una amargada”, afirmaba con total sinceridad.

Inmediatamente fui a YouTube a buscar la entrevista completa. En ella, Susana explicaba que, para ella, ser amigos significa que esa persona debe tener cierto grado de vulnerabilidad, es decir, compartir los altibajos de la vida sin ningún tipo de superioridad moral ni pretensión. Debo admitir que me hizo mucha gracia, no solo porque pienso que estaba siendo brutalmente honesta, sino porque también me sentí tremendamente identificada. Nunca he podido confiar en ese tipo de personas y últimamente he desarrollado una repulsión por las personas que van por la vida de víctimas sin ningún tipo de responsabilidad afectiva.

Sin embargo, en la actualidad, parece que todos debemos ser felices las 24 horas del día, los 365 días del año. La tristeza está mal vista; si no eres feliz, corres el riesgo de que te señalen como una persona non grata o directamente te etiqueten como tóxica. Vivimos en un mundo donde la salud mental se ha deteriorado de manera alarmante. La pandemia, sin duda, no nos hizo ningún favor, y todos nos hemos convertido en víctimas de nuestra propia necesidad de ser aceptados y queridos, transformando nuestra realidad en un mundo hipersensible y frágil. Los antidepresivos se han vuelto productos de la canasta básica. Y la terapia, la introspección y el trabajo interior para sanar heridas sigue brillando por su ausencia.

Se nos ha pasado por alto que tener altibajos es normal, que es totalmente válido tener un mal día, y eso no convierte a nadie en un ser deleznable. Eso es la vida. No sé en qué momento dejamos de llamar a las cosas por su nombre para no ofender al de al lado. No sé cuándo perdimos el sentido común y dejamos de hacernos responsables de nuestras emociones, empezando a culpar a los demás de nuestra fragilidad emocional.

Ser responsables emocionalmente requiere tener conversaciones incómodas, esas que requieren valentía y una honestidad brutal. En lugar de eso, nos hemos refugiado en el egocentrismo emocional, donde nuestras propias necesidades y sentimientos se vuelven lo único importante. Este comportamiento no solo es egoísta, sino que también fomenta una codependencia perpetua. En este ciclo, nuestro bienestar emocional se convierte en una montaña rusa que depende completamente de la aprobación y el comportamiento de los demás. Es decir, hemos creado una situación insostenible en la que nuestra felicidad está atada a lo que los otros piensen o hagan, olvidando que la verdadera madurez emocional reside en asumir la responsabilidad de nuestras propias emociones.

¡Basta ya! ¡Es suficiente! Si eres hipersensible porque en tu vida has tenido algún tipo de trauma, complejo o abuso, ve a terapia y hazte responsable de tus emociones. Deja de señalar a los demás como fuente de tu miseria.

Hace muchos años, un buen amigo, mucho mayor que yo y por ende más sabio, me dijo que cuanto más mayor se hacía, su grupo de amigos se iba reduciendo. “Ya lo verás, querida”, me dijo. “Te irás quedando con las personas que vayan madurando a la par tuya, es decir, esas personas que conozcan sus propios demonios y que sepan reconocer y respetar los tuyos”.

En ese momento no le hice mucho caso; él estaba en una cama de hospital porque había tenido una cirugía y yo pensaba que la anestesia le estaba haciendo delirar.

Hace más de 15 años tuve esa conversación y hoy, con la perspectiva del tiempo, sé que no era un delirio. En la vida, es fundamental escoger cuidadosamente a las personas que comparten nuestro espacio. Aquellas que están comprometidas con sanar sus heridas y que entienden que sus propios sentimientos no pueden ni deben invalidar los límites de los demás. Personas que han aprendido a respetar tu espacio y que han desarrollado la capacidad para entender tus sentimientos de manera auténtica y empática. Hoy, mi círculo cercano se ha reducido, pero es más sólido y genuino. Porque si no eres emocionalmente responsable, entonces, simplemente, no te quiero cerca.

Ilustración cortesía de la autora