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Miguel A. Izquierdo S.

Durante las últimas dos semanas, tuvo lugar en Morelos un importante festival de Pantomima (teatro físico), con excelentes grupos y varios patrocinios federales y estatales. Me dolió seriamente que a la función de cierre sólo asistiéramos quizás 30 personas al Teatro Ocampo, cuando debería estar lleno a reventar. Más me duele si he verificado que en las lecturas de cuento infantil cuando visito escuelas, logramos interactuar con todos los grupos, con hasta 120 infantes y a veces con decenas de padres. No merecen mimos de esa talla tal taquilla, algo ahí no funciona en la difusión, en la ubicación de las sedes, en los arreglos para conseguir llenos en los auditorios que se presenten, tanto porque necesitamos de las y los artistas y ellos de públicos, como por lo que ahora comento, a partir del conocimiento científico que se tiene, del rol de “hacer creer”, “simular”, “pretender”, en el desarrollo infantil y de cualquier adulto.

Desde las teorías del desarrollo humano, como en particular desde la pedagogía y la psicología, se sabe que es fundamental en la primera infancia, estimular la creatividad, la fantasía, que potencian la imaginación de quienes participan en actividades y juegos, en que la ficción toma un rol importante. Más específicamente, se sabe que desde los dos años, y quizás un poco antes, una criatura aprende a jugar y disfrutar las propuestas que se le hacen, consistentes en “imaginar”, pretender que algo no es lo que se ve, sino lo que le dicen que es, o lo que él mismo propone que es. Se trata de una fase distintiva de los seres humanos, de entrada a la simbolización, que a la vez que implica derivar de un cierto objeto, otras posibilidades a través del objeto que lo representa, implica también llevar con esa extrapolación, la lógica y relaciones del objeto original. Como hacer de un palo cualquiera una espada, de cualquier piedra un carro, de una bola de estambre, una muñeca. 

Un entrenamiento en ese desarrollo que a la vez es un juego, es la mímica, a cualquier edad. Se trata de un reto a “seguir las reglas” propuestas por el/la mimo, y ver, disfrutar, las consecuencias de aplicar las reglas. En el tránsito de tal prueba, jugamos, reímos, nos sorprendemos, tal como hicieron los pequeños infantes, y por supuesto los adultos, que estuvimos en esa función del festival. Nos reta el “adivinar” lo que está haciendo el mimo, lo que viene en su discurso gestual, lo que nos quiere decir al mover una parte cualquiera de su cuerpo. Queremos participar con ella, con él, queremos jugar. 

Ha sido postulado por psiquiatras, como por psicólogos y otros científicos, que quien no simula, no ficciona, no participa en estos actos sociales de simbolización y asignación de roles y funciones “alterados” a objetos o personas, tiene algún tipo de trastorno. En otras palabras, es una necesidad del desarrollo humano que nos desempeñemos en actividades que promueven la creatividad, la imaginación, el juego de roles, con sus reglas y aceptación implícita de reglas, como invención de nuevas reglas, de las que aprendemos, que nos constituyen como seres humanos. 

Así que participar en actividades dramáticas, de pantomima, no sólo es recomendable, es contribuir a lo más profundo del desarrollo de herramientas cognitivas e intelectuales de infantes y jóvenes, de adultos. No hay que esperar nada para iniciar a las y los infantes en ese camino. Acercarlos a la ficción y a fingir, pretender que algo es otra cosa de lo que es, no implica alejarlos de la realidad objetiva, significa también ganar en poder sobre la realidad objetiva, suspenderla por momentos, y aprender a liberarnos de ella para comprender las “cadenas causales” del mundo objetivo (Paul M. Harris), jugando. ¿Vamos al teatro? ¡Llevemos a infantes!

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