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Y ahora… ¿quién nos habrá de salvar?

Vicente Arredondo Ramírez *

Soplan los aires de un nuevo ciclo electoral, en el cual se habrá de elegir a la nueva persona que ocupará la titularidad del Poder Ejecutivo Federal, para el período 2024-2030. 

En días pasados, el Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA), devenido en partido político, y actualmente al frente del Poder Ejecutivo Federal, ha sido el primero en definir sus reglas y calendario internos para seleccionar a la persona que habrá de ser su candidata en las elecciones del próximo año. Este hecho se puede analizar al menos desde dos perspectivas: una de orden jurídico, derivada de que somos una República presidencialista; y otra de coyuntura,ante la evidencia de que poderes formales y poderes fácticosestán haciendo todo lo posible, para que el próximo presidente de México no sea alguien que le dé continuidad a la llamada “cuarta transformación” del país. Considero que desde estas dos dimensiones es lamentable lo  que vivimos como país.

En cuanto a la parte jurídica, la ciudadanía mexicana, al margen de condiciones de género, clase social y poder económico, le otorga la mayor importancia a la figura del presidente de la República, aunque sabemos que la forma republicana de gobierno está constituida también por los poderes ejecutivo y judicial. Abundando: el régimen presidencialista permite, no obliga, la elección directa de un jefe de gobierno, que a la vez es un jefe de Estado. Nuestra historia independiente nos colocó en esa forma de gobierno, y no en la otra, también muy socorrida en Europa, que es el parlamentarismo, en la que se distingue la función de jefe de estado, elegido por la población, y la de jefe de gobierno, elegido por el congreso.

Sin entrar a más distingos, lo que importa señalar es la consolidada conciencia colectiva mexicana de que las decisiones de una sola persona son determinantes para el desarrollo político, económico y social del país. En la figura del presidente, hemos creado a un ser plenipotenciario, que,desde la capital de la República, puede arreglar todo tipo de problemas, aun los que existen en el más recóndito poblado, del municipio más pobre del país.

Para la “cultura presidencialista mexicana”, salen sobrando los 32 poderes ejecutivos y legislativos estatales, así comolas autoridades de los 2,469 municipios y demarcaciones territoriales. Estos son sólo aparatos burocráticos, cuyo principal valor es generar empleo local improductivo, y ser simples mecanismos de dispersión de los recursos financieros que llegan de la federación, y validadores de cambios constitucionales y de leyes generales y nacionales expedidas en el Congreso de la Unión.

Vivimos con la creencia de que todos los problemas los puede solucionar el gran “Tlatoani”, desde su permanente sede de la gran Tenochtitlán. La elección de presidente sigue siendo la que más nos deslumbra a todos. En franca e interesada complicidad, los partidos políticos y los medios de comunicación crean las condiciones para que el presidencialismo se consolide. 

Habría que reconocer, sin embargo, que lentamente hemos empezado a descubrir la importancia de los otros dos poderes de la República, aunque no necesariamente por las mejores razones. En efecto, se está comprendiendo el poder de los legisladores, ya sea para impulsar o boicotear, de manera caprichosa y sectaria, proyectos de nación; de igual forma, se constata cómo la administración de la justicia, en todos sus niveles, se constituye como instancia cómplice del cáncer nacional de la impunidad, sin que le tenga que dar cuentas a nadie. En su opacidad crónica, se le permite alejarse del “espíritu de la justicia”, y acercarse al negocio de traficar con “la letra de la ley”. Algo hay que hacer, para que la ciudadanía tenga el poder y el derecho de elegir directamente a los procuradores y administradores de justicia.

Lo grave de esta situación es que en nombre de la “libre expresión” y del “estado de derecho” unas cuantas personas, algunas con la justificación de la representatividad ciudadana y otras no, marcan el rumbo del 99 por ciento y más de la población mexicana. Absurdo por donde se vea, pero así es.

El segundo motivo que despierta el interés por las próximas elecciones federales es el atípico hecho, por generalizado, de que poderes fácticos nacionales e internacionales, quieren impedir la continuidad de lo que el actual gobierno ha llamado la “cuarta transformación”. Lo hacen especialmente a través de casi todo el conjunto de los medios de comunicación impresos y electrónicos convencionales, que más que de servicio público concesionado o no, se han descarado como instrumentos y conductos propagandísticosy alimentadores irresponsables de la “posverdad”.

Resultado de lo anterior, es que a lo largo de los próximos meses nos entramparemos hablando de todo lo relacionado con las personas que habrán de competir por el “voto ciudadano”, fetiche de la insuficientemente entendida democracia. La anécdota, la declaración, el insulto, el escándalo y el pleito alimentarán la política comoespectáculo, a través de los medios de comunicación, expertos en montar circos, y en estimular nuestros instintos básicos reptilianos. Todo pagado por los impuestos, y sin duda por flujos monetarios de dudoso origen.

No habrá para nuestra desgracia colectiva, programas,formatos y mecanismos, que, a propósito de los procesos electorales, los mexicanos entendamos más y mejor qué es lo que pasa en nuestro país y en el mundo, por qué pasa, y quépodríamos hacer para que la mayoría de los mexicanos nos pongamos de acuerdo, sobre cómo participar en la construcción del bienestar común, sin esperar que sea el presidente de la República quien nos guíe e ilumine.

*Especialista en temas de construcción de ciudadanía.

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