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¿EDUCACIÓN PARA QUÉ?

La discusión pública, que no diálogo, sobre los libros de texto y su contenido desatada semanas atrás ha sido realmente desgastante y socialmente inútil. La razón es muy sencilla: la mayoría de las impugnaciones contra el material educativo del curso escolar 2023-2024 muestran ser más por motivos de beligerancia política o ideológica, que por entendimiento de la propuesta pedagógica del proceso de enseñanza-aprendizaje que contienen.

Conviene recordar que, desde la aprobación de la Constitución Política de 1917, ha habido once modificaciones al artículo tercero, normativo en materia educativa, seis de las cuales han sido aprobadas en lo que va del siglo 21. Los contenidos incluidos o modificados han sido diversos: obligatoriedad de la educación preescolar, primaria y secundaria (2002), reformulación de los propósitos de la educación que imparte el Estado (2011), obligatoriedad de la educación media superior (2012), elementos que garantizan la calidad de la educación (2013), derecho a la educación (2016), y papel primordial del maestro en la educación (2019), previa abrogación de la polémica reforma del 2013.

La importancia social atribuida a “la educación” es una proclama secular, aunque marcada por características diversas, de acuerdo a los tiempos y a las sociedades. El debate educativo es inagotable, sobre todo cuando se trata de definir su naturaleza, propósito y expresión.

“La educación” es un algo tan versátil, que existen tres modalidades de ella: la formal, la no formal y la informal, aunque en la práctica, cuando se habla de educación, la referencia es casi siempre a la modalidad formal. Esta modalidad es la educación escolarizada, institucionalizada y secuencial que va desde los grados de preescolar, hasta los posgrados, organizada e impartida dentro del sistema de educación formal que existe en todos los países modernos. Por el contrario, poco se habla de las modalidades de educación no formal e informal, que curiosamente son las que determinan más el ser y quehacer de la mayoría de las personas, a lo largo de sus vidas.

En el marco de las insustanciales protestas contra los libros de texto producidos por el gobierno federal, y en referencia a la llamada “nueva escuela mexicana”, es lamentable que el debate sobre la educación no se lleve a consideraciones de mucha mayor envergadura y relevancia, teniendo en cuenta los tiempos que vivimos en México y el mundo.

En efecto, en este cambio de época mundial, en el que la confusión de ideas prevalece en todos los campos, es más importante que nunca preguntarnos y dialogar sobre el porqué de la educación.

En los últimos cuarenta años la normativa discursiva impulsó la creación de reglas de unificación y estandarización del pensamiento mundial sobre el qué y para qué de la política, de la economía, y desde luego, de la educación. En relación a la educación, las propuestas convencionales impulsadas, sobre el para qué de la educación se pueden simplificar en dos:

a). Educar para transmitir conocimientos: Consiste en transmitir a los alumnos contenidos encapsulados, predefinidos y secuenciales de distintas áreas de conocimiento, elaboradas por expertos en la materia respectiva.

b). Educar para habilitar al estudiante para desarrollar competencias prácticas: Este enfoque subraya el conocimiento práctico/aplicado para saber hacer cosas alrededor de un campo de conocimiento. Su intención es formar más técnicos que científicos.

Por el contrario, el enfoque menos promovido e instrumentado es el propuesto por la UNESCO:

Educar para ser, saber, y saber hacer: Recoge aspectos de las dos propuestas anteriores y se añade la parte de la dimensión formativa de la persona.

De cada uno de estos enfoques educativos derivan programas de estudio, metodologías de enseñanza-aprendizaje, mecanismo de evaluación, y criterios de selección de docentes.

El intencionado escándalo sobre los libros de texto, alimentado por los empedernidos opositores al gobierno federal actual, con el apoyo de sus ancilares medios de comunicación impresos y electrónicos, centraron sus ataques en la mera especulación de los propósitos de algunos de los contenidos ahí incluidos. Sus señalamientos se encuadran en el enfoque que entiende la educación como un simple mecanismo de transmisión de conocimientos. Para nada aprovecharon su inconformidad para estimular un debate sobre la pertinencia y relevancia del sistema educativo nacional, y sobre la definición operativa del quehacer educativo en este cambio de orden mundial.

No está claro, cuándo en México pueda haber condiciones para un diálogo de buena fe, sobre lo que es o debería ser de interés de todos. La palabra la tienen los pocos poderosos privilegiados que quieren seguir siéndolo, sin importarles los demás. Mientras eso no suceda, continuará el gasto inútil de tinta, bits y saliva.

*Especialista en temas de construcción de ciudadanía.