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LOS JUEGOS DEMOCRÁTICOS

 

La democracia real va más allá, mucho más allá, de los procesos electorales. Nos han hecho creer que la máxima expresión democrática es el voto por un candidato que ha sido propuesto por un partido político, y que enarbola un programa de gobierno, una propuesta legislativa, o simplemente un paquete de promesas de campaña.

De este “combo democrático” (partido, programa y candidato), sin la menor duda lo que más ha interesado es el candidato o candidata. Esta figura central en los procesos electorales se ha convertido en un auténtico fetiche alimentado primordialmente por quienes siempre esperan ansiosos los tiempos electorales. Hablo de los partidos políticos y los medios de comunicación impresos o electrónicos, ya que eso significa recibir dinero, mucho dinero, por la vía legal o por la vía de los hechos. Estos dos actores sociales se han convertido en los principales promotores y defensores de la “democracia representativa”.

El denominado “juego democrático” es exactamente eso, un juego, una representación, cuya finalidad formal no reconocida es utilizar todos los mecanismos posibles para engañar o persuadir a los “electores” para que entreguen lo más preciado que tienen, el voto, a uno de los candidatos del menú electoral. El juego de vender y comprar candidatos, es elegir lo que habremos de “consumir” de un menú que ha sido preparado por los partidos políticos (o por quienes los controlan).

Y el juego de la democracia se convierte en una gran pelea, primordialmente mediática, en la que se busca demeritar y destruir a la persona del candidato o de los candidatos opositores, utilizando para ello todos los medios de persuasión posibles, difundiendo verdades, medias verdades, y francas mentiras sobre los contrincantes.

Mientras tanto, los posibles votantes se convierten en meros espectadores del espectáculo del “juego democrático” diseñado y ejecutado por los partidos y los medios de comunicación, para beneficio y satisfacción sobre todo de ellos mismos. Este mecanismo resulta “normal” para un auditorio que vive de lleno inmerso en una sociedad del espectáculo, en la que todo lo que sucede en ella, sea lo que sea de lo que se trate, está envuelto en el código del espectáculo.

El espectáculo es una representación dirigida a un público de cualquier dimensión, en un lugar determinado que congrega a la gente, que en los tiempos actuales ese lugar es más un espacio virtual que territorial, y cuya finalidad es ganar su atención para divertirlo, o sea, distraerlo de su vida cotidiana, y generarle estados anímicos y conductas derivadas de ellos.

En el espectáculo, la figura clave es el actor o los actores. En la democracia espectáculo, los candidatos son los actores centrales, que para cumplir su papel requieren de escenografía, guion, maquillaje, sonido, vestuario, iluminación, y desde luego, espectadores. Todo lo cual requiere de productores. Siguiendo con la analogía, reiteramos que los productores principales, son los partidos políticos y los medios de comunicación, aunque tras bambalinas suele haber poderosos productores no visibles, aunque sí identificables.

Los medios de comunicación impresos, electrónicos o digitales son los principales mecanismos para difundir el espectáculo y atraer al mayor número posible de espectadores, aunque existen otras formas de difusión impresa y visual, fuera de los medios ya señalados.

Para estar en la política hay que saber actuar, para lo cual se debe conocer bien el papel que se debe representar. Para hacerlo bien, la persona que actúa tiene que conocer bien al personaje que va a representar. El actor se desdobla en el papel del personaje que representa. No se confunde, porque si lo hace, fracasa. La actuación es un ejercicio temporal ficcional. Cuando se califica una declaración o actuación como no “políticamente correcta”, casi siempre significa que se hizo o dijo algo fuera del guion predefinido. Es tan predecible el guion del “político”, que cuando no lo respeta, automáticamente llama la atención.

En el mundo de la política, como en el mundo del espectáculo teatral, hay buenos y malos actores, hay profesionales y principiantes, existen buenos y malos productores, al igual que buenos y malos guiones, y desde luego, buenas y malas audiencias.

Los juegos de la democracia son recurrentes, temporales y calendarizados. Su ciclo es corto, empieza en las campañas políticas y culmina en la declaración de los ganadores de las elecciones y la toma de posesión del cargo para el que fueron electos. Después de eso, el guion se ajusta, pero la actuación continua. Los productores ganadores se relajan porque se vendió el boletaje, y la inversión empezará a dar frutos, con o sin audiencia en las funciones diarias.

Oficialmente, los políticos electos trabajarán de representantes populares en funciones ejecutivas o legislativas, pero ¿en verdad lo harán? ¿a quiénes realmente representan, a sus productores o a los espectadores que compraron boleto? Si en verdad, al menos algunos, representan a los que compraron boleto, ¿en qué materia, límites y condiciones los representan?

*Especialista en temas de construcción de ciudadanía.