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LOS RIESGOS DE VIVIR

 

El día 19 de septiembre es una fecha conmemorativa en México, por el inusual hecho de que, en tres ocasiones, en esa misma fecha, pero en distintos años, se sucedieron en regiones de nuestro país sismos de alto impacto, con dolorosas pérdidas humanas, y serios daños a bienes inmuebles habitacionales y culturales.

Con magnitudes y epicentros distintos, los movimientos telúricos de los años 1985, 2017 y 2022, marcaron muchas vidas. Confrontar de manera inesperada el actuar de las fuerzas de la naturaleza, y constatar sus efectos, nos provoca sentimientos de toda índole, como el miedo, el pánico, el coraje, la tristeza, pero también, como se ha constatado, despierta y moviliza el sentido de la solidaridad humana, del desprendimiento, de la generosidad, de la valentía, y todo aquello que nos cohesiona como especie.

Atestiguar cómo en un par de minutos se modifican escenarios de vida personal y colectiva, y ver cara a cara a la muerte, produce también la reflexión personal profunda sobre la cuasi/virtualidad de la vida. En efecto, vivir es un milagro, entendido de dos maneras: como algo que ha sucedido, pero que no tiene explicación racional, porque pudo no haber sido, o bien, como algo que requiere tantas condiciones para existir, que en cualquier momento puede ya no existir. En este segundo sentido, aunque no lo hagamos consciente todo el tiempo, nos enfrentamos a tantos y tan variados riesgos, que no podemos sino concluir, que seguir vivos es un milagro.

Las consideraciones sobre el riesgo de la muerte colectiva se han centrado en dos dimensiones: el avance de la tecnología y las modificaciones climáticas. En cuanto a la primera, es conocido el trabajo que el sociólogo alemán Ulrich Beck (1944-2015), a propósito de la catástrofe nuclear de Chernóbil, en Ucrania, en el año de 1985. En el inicio de su obra “La sociedad del Riesgo: Hacia una nueva modernidad” (1998), de Editorial Paidós, nos dice que “seguir viviendo y (re)conocer el peligro se contradicen. Es este fatum lo que otorga su importancia existencial al debate en torno a las medidas y a los valores límite, en torno a las consecuencias a corto y largo plazo”. Nos alerta que el desarrollo tecnológico sin restricciones, y sin medir consecuencia anticipadas, nos coloca como humanidad en una franca posición de fragilidad y riesgo, equiparando el concepto de riesgo con el de amenaza para toda la humanidad.

No puede Ulrich ser más claro, cuando afirma en ese mismo texto que “al contrario que los riesgos empresariales y profesionales del siglo XIX y de la primera mitad del siglo XX, estos riesgos ya no se limitan a lugares y grupos, sino que contienen una tendencia a la globalización que abarca la producción y la reproducción y no respeta las fronteras de los Estados nacionales, con lo cual surgen unas amenazas globales que en este sentido son supranacionales y no específicas de una clase y poseen una dinámica social y política nueva.

Dejemos sentado que, en esta dimensión, el avance tecnológico fuera de control es una amenaza a la vida humana provocada por los mismos seres humanos, y no por fuerzas naturales fuera de control como es el caso de los sismos. Es una amenaza llamada antropogénica.

En la misma línea de reflexión sobre la fragilidad de la vida misma, no debida a posibles y probables accidentes ocurridos en nuestra cotidianidad, sino a accidentes de alcance planetario, causados por el actuar humano, apuntemos la dimensión referida a las serias modificaciones climáticas que estamos experimentando en el planeta.

En el discurso de apertura de la reunión de la Asamblea General de la ONU en 2022, su secretario general Antonio Guterrez advirtió que las naciones “están estancadas en una colosal disfunción global”, por lo que “nuestro mundo está en peligro y paralizado”, ante el desdén de serias amenazas, entre otras, el conflicto bélico de Ucrania, la crisis financiera de países en vías de desarrollo, la inteligencia artificial, y el cambio climático.

Sobre esta última amenaza, en julio de este año advirtió que «el cambio climático está aquí. Es aterrador, pero es solo el comienzo», ya que hemos pasado del calentamiento global a una fase llamada ebullición global. En efecto, el Servicio de Cambio Climático Copernicus y la Organización Meteorológica Mundial anunciaron que en los próximos años las olas de calor serán más frecuentes. La mayoría de los científicos están de acuerdo en que el cambio climático es antropogénico, por lo que es posible definir medidas de control, para que esta amenaza, no sólo no crezca, sino que disminuya.

Frente a estos riesgos/amenazas que ponen en vilo la existencia misma de la humanidad hay que confrontar el fetiche del progreso científico/tecnológico, en gran medida promovido y financiado por el interés comercial y de acumulación irracional del poder y del dinero. Por más difícil que sea, hay buscar formas de controlar y orientar el quehacer humano en esta materia, para que sea en favor y no en contra de la vida.

Para ello, conviene, entre otras cosas, profundizar la reflexión sobre lo que son las necesidades reales de las personas y las necesidades creadas artificialmente por poderosos corporativos industriales y de servicios de influencia mundial.

* Especialista en temas de construcción de ciudadanía.