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SOBERANOS O SUBDITOS

 

La palabra “libertad” es sin duda una de las más mencionadas en todas las sociedades, sobre todo en aquellas sociedades modernas en las que promueve el valor del individuo, más que el valor del grupo. A pesar de su reiterada referencia, la idea de libertad, en los hechos, sigue siendo un encomiable propósito por alcanzar.

En México, el inicio del camino hacia la libertad como nación se formalizó el 22 de octubre de 1814, hace ya 209 años, con la promulgación de la Constitución de Apatzingán, cuyo contenido sentó las bases del actual Estado Mexicano. Como antecedente inmediato de ese hecho, recordemos la organización del Primer Congreso de Anáhuac, en el mes de septiembre de 1813, en la ciudad de Chilpancingo, encabezado por el sacerdote José María Morelos y Pavón, y en el cual se declaró la independencia de la América Septentrional del trono español.

En ese histórico evento, el generalísimo Morelos, electo como cabeza del movimiento militar, pronunció en el discurso de apertura los “Sentimientos de la Nación”, documento que contenía 23 puntos y que perfilaban de manera concisa, en forma y fondo, las premisas del nuevo Estado independiente. Es destacable el punto número 11 que afirmaba “que los Estados mudan costumbres y, por consiguiente, la Patria no será del todo libre y nuestra, mientras no se reforme el Gobierno, abatiendo el tiránico, substituyendo el liberal, e igualmente echando fuera de nuestro suelo al enemigo español, que tanto se ha declarado contra nuestra Patria”.

Por su parte, en el punto número 15, se señalaba “que la esclavitud se proscriba para siempre, y lo mismo la distinción de castas, quedando todos iguales y sólo distinguirá a un americano de otro, el vicio y la virtud”.

Un año después de proclamados los “Sentimientos de la Nación”, el 22 de octubre de 1814, como ya se apuntó, se promulgó el Decreto Constitucional para la libertad de la América Mexicana, conocida como la Constitución de Apatzingán. Se integró con 242 artículos, divididos en dos partes: una referida a los principios constitucionales, y otra correspondiente a la forma de gobierno del nuevo Estado. Diversos eventos sucedidos en los años siguientes, tanto en la nueva España, como en la propia metrópoli colonial, impidieron que esa Constitución se pusiera en práctica, pero sin duda sirvió de antecedente para que en el año de 1824 se proclamara la Constitución Federal de los Estados Unidos Mexicanos.

En la primera parte de la Constitución de Apatzingán quedó reflejada la naturaleza de la soberanía nacional: de carácter popular, de libre ejercicio, y sin intromisión de extranjeros; dicha soberanía reside en el pueblo, y debe ejercerse, a través de sus representantes en el Congreso. Por primera vez se aplicó la denominación de “ciudadanos” a los gobernados, con lo cual se borraba la clasificación colonial de “castas”, utilizada hasta entonces de acuerdo a condiciones de origen o herencia de sangre o de condición social. Esta Constitución plasmó derechos ciudadanos a la debida impartición de la justicia, a la vida digna y al salario justo, a la moderación de la opulencia, a la educación, a la propiedad, a la libertad de imprenta, y a la elección de autoridades, todo bajo el modelo republicano de gobierno con equilibrio de poderes.

De igual forma, los Estados/nación, creados, sobre todo, a lo largo de los siglos 19 y 20 tuvieron a los conceptos de soberanía y de libre determinación como piedra angular. Todos ellos construyeron su “narrativa” sobre la identidad nacional, haciendo referencia a guerras de liberación, héroes patrios, y símbolos nacionales, banderas e himnos. En las últimas décadas, sin embargo, la ideología del liberalismo económico y político, promovido por parte de los poderes hegemónicos mundiales, minimizó a tal grado el carácter soberano de los países, que en la actualidad es prácticamente inoperante.

En efecto, a finales del siglo 20, acabada la guerra fría impuesta por una geopolítica hegemónica bipolar, poderes fácticos metanacionales intensificaron la transición de un modelo de Estado nación/benefactor que se ocupaba de manera autogestiva, en diversos grados, a atender las necesidades de su población, hacia un nuevo modelo en donde los gobiernos “soberanos” sólo tendrían como obligación crear las condiciones para que los “mercados” ejercieran la función de proveeduría de todo tipo de satisfactores humanos. Este cambio fue mayormente instrumentado por los Estados Unidos de América, con la complicidad y sometimiento de sus “países aliados” europeos y de otros lares, autocalificados del “primer mundo”.

Afortunadamente este proyecto “globalizador neoliberal”, impulsor de un nuevo colonialismo y una nueva forma de esclavitud, mostró ya sus serias contradicciones, y se está desarticulando; sin embargo, causó serios daños en la estructura normativa, económica, política, social, financiera y cultural de los países “contaminados”, y llevará tiempo restaurar la soberanía nacional.

La malignamente provocada guerra en Ucrania, y ahora el genocidio palestino, han desnudado la simulación democrática en la que han vivido los gobiernos de Occidente y sus pregoneros de la libertad, y nos obliga a redefinir los términos de un modelo de soberanía nacional, y de una geopolítica mundial, que aseguren el bienestar integral de las personas, y no, como hasta ahora, la irracional generación y concentración de la riqueza y el poder en manos de unos cuantos en este mundo.

*Especialista en temas de construcción de ciudadanía.