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EVOLUCIÓN O DESAPARICIÓN

 

La vida sigue y sigue. El tiempo expresado en los calendarios no se detiene. La realidad, concepto cada vez más equívoco, no es estática, trátese de lo inerte o de lo biológico, háblese del mundo de la naturaleza o del mundo de lo humano, como parte de ella. La vida en todas sus modalidades está sujeta al cambio. Se ha repetido incontables veces que “lo único permanente es el cambio”.

El aporte del naturalista inglés Charles Darwin (1809-1882), en su conocido libro El Origen de las Especies, marcó un hito en la comprensión de la evolución de la vida biológica, y de la importancia de la adaptación a nuevas circunstancias como condición de sobrevivencia; y qué decir de Georges Lemaitre (1894-1966), sacerdote católico y astrónomo belga que propuso la teoría científica/”mágica” del “Big Bang”, actualmente la más aceptada entre la comunidad científica mundial, sobre cómo se creó el universo, con todos los elementos hasta ahora conocidos que lo componen. Estos fueron dos aportes claves en la historia del pensamiento para sustentar el fenómeno del cambio.

Cambio, renovación, evolución, transformación, y desaparición son sustantivos que al usarlos nos recuerdan la fragilidad y la finitud de “todo lo que es”, incluidos desde luego, y en primera instancia, nosotros mismos.

Nuestra propia y personal experiencia vital muestra cómo nuestro cuerpo y mente se van modificando a lo largo de nuestra existencia. En lo corpóreo, la simple comparación de fotografías actuales con las que nos fueron tomadas años atrás hace evidente los cambios. Lo mismo sucede, cuando reflexionamos sobre los cambios acontecidos en nuestra manera de pensar y los comportamientos que hemos tenido asociados a esas formas de pensar.

Las sociedades humanas, como fenómeno colectivo, también están sustanciadas en el cambio. Las ciencias sociales hablan de teorías del cambio o de la evolución social, y las corroboran con las diversas formas en las que los seres humanos se han organizado para sobrevivir a las múltiples condiciones impuestas por la diversidad y los cambios físicos de la naturaleza, por los cambios obligados por las invenciones tecnológicas que inciden en la forma de hacer economía, y por los cambios inducidos o provocados por esquemas de valores que inciden en la forma de hacer política. En síntesis, hablamos, sobre todo, de los cambios sociales obligados por la evolución de las formas de obtener y ejercer el poder en la sociedad.

Hay suficiente evidencia de que estamos experimentando un cambio de época, lo cual implica el reconocimiento de la caducidad de las formas de organización social hasta ahora vigentes, y la necesidad de construir el siguiente modelo deseable de convivencia entre los humanos, y de estos con el resto de la naturaleza.

En efecto, la manera de hacer economía y de hacer política, sujeta a la normatividad fijada por los poderes fácticos y hegemónicos de Occidente, está seriamente cuestionada. Ya es indefendible para cada vez más gente, la idea del progreso material a cualquier costo, el ejercicio irrestricto de la libertad individual, la prioridad del interés privado sobre el interés social, y la idea de que la democracia se reduce sólo a elegir gobernantes. La necesidad de encontrar fórmulas evolucionadas de coexistencia es cada vez mayor.

Es obligado un debate público, utilizando mecanismos innovadores, sobre el sustento y alcance de las premisas que deben enmarcar en el futuro las decisiones personales y colectivas, teniendo en cuenta la diversidad de culturas y geografías, dentro de un país, y entre países. Esto obligaría, por ejemplo, a resignificar tres conceptos que han sido claves en la narrativa del decadente actual orden social: libertad, democracia y desarrollo.

En efecto, si se vive en comunidad, la libertad individual no puede ser irrestricta, sino que debe quedar claro cuáles son sus límites en términos de derechos y obligaciones concretas, exigibles y realizables. Las formas de democracia representativa deben evolucionar, para también precisar su alcance, así como las formas y tiempos de ejercerla. El desarrollo, a su vez, debe encontrar el nuevo paradigma que asegure la generación de los bienes y servicios esenciales a cualquier grupo humano, sólo bajo fórmulas que sean compatibles con la sustentabilidad de la naturaleza, y que aseguren la preminencia de la dignidad humana, sobre la adicción a acumular poder y dinero.

Para que lo anterior sea posible, se requieren de entrada tres condiciones: a). Hacer lo necesario para que los medios de comunicación tradicionales y modernos estén bajo el control de la sociedad en general, y no bajo el control de personas o corporaciones privadas con fines lucrativos. b). Revisar y modificar lo necesario para que el derecho y la justicia (legislación y administración) estén alineados y operados por personas capacitadas y probadas, y c). Definir normas y mecanismos que impulsen la cultura de participación ciudadana, bajo la premisa de la corresponsabilidad, esto es, que articule debidamente los derechos y las obligaciones personales y colectivas.

Debemos evolucionar, para que como personas y como sociedad, no desaparezcamos por seguir aferrados a modelos y paradigmas sociales ya disfuncionales.

*Interesado en temas de construcción de ciudadanía.