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¿Qué sigue para México?

 

El cambio de época por el que transitamos como sociedad planetaria es una situación afortunada para quienes buscan vivir con el mayor entendimiento posible de lo que sucede en el mundo y de las causas de ello, y que a la vez quieren ser parte activa de los procesos de cambio culturales que ello implica.

No tengo duda de que quien esté leyendo este artículo es alguien que en algún grado está en actitud de búsqueda de respuestas a preguntas que se ha planteado surgidas del revuelo interior que causa constatar que algo ya no funciona en la sociedad. Ahí también me ubico yo mismo.

Sabemos bien que en materia de procesos de evolución social nada sucede de la noche a la mañana, sino que los cambios del modo de vivir en sociedad son el resultado de muchos factores que a lo largo del tiempo se van sumando, neutralizando, potenciado entre sí, y sintetizándose.

Creo que los desacomodos económicos, políticos y sociales que podemos constatar en México y en el mundo, nos provocan inseguridad, incertidumbre y miedo, pero a la vez nos estimulan a desarrollar la imaginación y la creatividad, para generar fórmulas alternativas para solucionar problemas sociales de viejo cuño, crónicos, y recurrentes. Hablo, desde luego, de problemas importantes y vitales, relacionados con la subsistencia, la satisfacción de necesidades básicas, la seguridad humana, la justicia y equidad social, el desarrollo de las capacidades personales, la convivencia colectiva gratificante, el disfrute de la naturaleza en todas sus formas, el vivir sin miedos, y el disfrute personal de practicar la generosidad.

En efecto, se está desfondando la manera de entender y ejercer la función del gobierno, así como la fórmula de hacer economía asociada a ella que se empezó a instrumentar en nuestro país al inicio de la década de los años ochenta del siglo pasado. Simplificando el modelo, se trataba de que el gobierno ajustara legislación y políticas públicas para que la empresa privada, nacional e internacional, sustituyera al gobierno prácticamente en todo lo referente a la producción de bienes y servicios que tenía bajo su responsabilidad. El gobierno sólo tendría que preocuparse por tres cosas: atender “los daños colaterales” del modelo privatizado, esto es, hacer algo en favor de la población afectada, reforzar la seguridad pública, y asegurar la protección legal de la inversión privada.

Así operaron los distintos gobiernos sexenales de los partidos políticos PRI y PAN, hasta que el ganador de las elecciones presidenciales para el período 2018-2024 detuvo en parte la inercia privatizadora de 36 años, y cambió prioridades en el ejercicio presupuestal.

En lo económico, este gobierno federal está recuperando para el Estado mexicano las empresas vinculadas con la producción de energía, ha prescindido en gran medida de todo agente intermediario en la prestación de servicios públicos, y ha impulsado una inversión sin precedentes en materia de construcción de infraestructura en todo el país, especialmente en el sureste, utilizando para ello mayormente a los profesionales de las fuerzas armadas. De igual forma, incrementó sustantivamente la recaudación fiscal proveniente de las grandes empresas, e instrumentó una política severa de austeridad gubernamental.

En los social, promovió legislación para sentar las bases de lo que en el mundo occidental se conoce ya como el derecho a una “renta básica”, confrontando con ello el implícito neoliberal de que “cada quién se rasque con sus uñas”.

En lo político, sistemáticamente reiteró la necesidad de respetar la división de poderes de la República, renunciando a usar la primacía histórica del poder ejecutivo federal, y ciñéndose a la absurda, inoperante y mal entendida “independencia” de las instancias de procuración de la justicia. Denunció y atacó la creación de un gobierno paralelo, operado por los llamados órganos constitucionales autónomos. Finalmente, modificó en la práctica los “subsidios” de facto otorgados a los medios de comunicación convencionales, lo cual provocó el más que evidente ataque sistemático e indiscriminado a todos los decires y haceres gubernamentales.

Esta contención a la inercia generada durante seis sexenios gubernamentales con el modelo llamado “neoliberal” ha producido múltiples efectos, positivos y negativos, en todos los ámbitos y sectores de la sociedad mexicana, dependiendo de la perspectiva de quien juzga lo que está aconteciendo. Lo cierto es que los mexicanos nos enfrentamos en este año a un proceso electoral, sin el debido orden y concierto que se requiere, si tomamos en cuenta el cambio de época que experimenta el mundo.

No hay muchos que pongan en su real perspectiva lo que está sucediendo, y alerten sobre los profundos cambios que necesitamos hacer en la manera de organizarnos como sociedad. La confusión y el encono personal están marcando el debate público electoral. Las instituciones públicas muestran sus fragilidades, y las privadas sólo defienden sus intereses particulares. La miopía generalizada es el síndrome actual, sin que existan espacios y agentes que estimulen la reflexión y el debate civilizado sobre lo que realmente corresponde a “la cosa pública”, en este momento y circunstancia.

Regresión, estancamiento, o avance, ¿qué sigue para México? Ciertamente la respuesta no está en los “memes” de las redes sociales, ni en las campañas publicitarias electorales diseñadas por “tontos para tontos”.

*Interesado en temas de construcción de ciudadanía.