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CEREBRO SOCIAL

 

¿Es la biología la ciencia natural que más explica nuestra condición de seres humanos? ¿Ser racional es realmente la principal característica del ser humano? ¿En qué medida el cerebro determina todo lo que somos? ¿Nuestra condición de homo sapiens nos asegura que todas nuestras decisiones y conductas se rigen por la razón? ¿Con qué indicadores podríamos saber el grado de racionalidad existente en la evolución de diversas civilizaciones? Sin duda, pocas gentes tienen la información suficiente para responder estas preguntas.

El día de hoy, recurrimos a las efemérides para tener la ocasión de hablar de la memoria, y del saber de lo que somos y de lo que hacemos. La Federación Mundial de Neurología (WFN por sus siglas en inglés) tomó la iniciativa de conmemorar el 22 de julio el Día Mundial del Cerebro, órgano vital de nuestro cuerpo, para visibilizar su potencial, así como para dar a conocer las enfermedades que afectan su funcionamiento.

Nuestro cerebro controla todas las actividades cognitivas: pensar, abstraer, leer, y las reacciones del organismo a los estímulos sensoriales. Hace también posible el funcionamiento de otros órganos. Hablando de la salud general, se estima que alrededor del 13% de las enfermedades están relacionadas con padecimientos neurológicos y trastornos mentales; y a su vez, las enfermedades cerebrales son la primera causa de discapacidad a nivel mundial. Entre las principales enfermedades que afectan al cerebro son los ataques cardiovasculares, el Parkinson, el Alzheimer, la epilepsia, la migraña y la esclerosis múltiple.

Conocer la importancia del cerebro y sus funciones explica por qué los humanos nos consideramos superiores a todos los demás seres vivos. Hay innumerables hechuras humanas que confirmarían esta afirmación, aunque también sobran conductas humanas que la pondrían en duda.

En la línea de efemérides, un día 22 de julio, del año 1958, el gobierno de los Estados Unidos de América hizo explotar la bomba atómica Juniper de 65kt., en el atolón Bikini (islas Marshall, en medio del océano Pacífico). Esta fue la bomba número 150 de las 1,129 que ese país detonó entre 1945 y 1992, y la última que fue detonada en esa isla.

Elaborar una bomba de esa naturaleza fue el resultado de mucha investigación, actividad consistente en la búsqueda sistemática del conocimiento sobre el ser de las cosas; situación que sólo es posible por la existencia del cerebro humano. El descubrimiento del átomo y su comportamiento hizo posible la bomba, y la aplicación de ese saber produjo en 1945 la muerte de 166,000 personas en Hiroshima y de 80,000 en Nagasaki. Por otra parte, ese saber también ha permitido avances tecnológicos como las plantas nucleares generadoras de energía, y la creación de diversos productos y materiales, como medicamentos, metales, y plásticos que utilizamos en nuestra vida cotidiana.

Sigamos recordando, función clave del cerebro, que otro 22 de julio, pero ahora del año 2011, ocurrió el peor ataque terrorista sucedido en secuencia, causado por la explosión en Oslo y por un tiroteo en la isla de Utoya en Noruega, en el que murieron 77 personas, por la conducta de un trastornado mental noruego de 32 años disfrazado de policía, identificado posteriormente como un empresario fanático neonazi.

Estos dos hechos nos compelen a preguntar sobre la naturaleza del cerebro humano y sus potencialidades, y sobre cómo usarlo debidamente. Es claro que ningún otro ser vivo conocido es capaz de construir una bomba atómica, ni tampoco de utilizar explosivos y armas de fuego para matar a otros seres vivos, con la plena intención de hacerlo, habiendo anticipado una serie de circunstancias, y habiendo realizado una serie de actos para lograr su propósito.

Desde la ciencia biológica seguramente se dirá que todo lo que realiza el ser humano, gracias a su cerebro, es expresión del instinto de conservación personal, así como de la preservación y reproducción de la especie. Así visto, la violencia en cualquier grado y expresión, es un impulso instintivo de defensa de uno mismo, frente a alguien que pensamos nos puede dañar y quitar a vida. De igual forma, el impulso empático de defensa y protección de los débiles, así como el impulso sexual a la reproducción, son también expresiones de defensa de la vida. ¿Cómo manejar esos instintos?

¿Qué hacer, entonces, con el potencial del cerebro humano? Como sociedad en conjunto, ¿podemos prevenir que el cerebro descubra e invente cosas que al final resulten en perjuicio propio, de los demás y de la madre naturaleza? ¿podemos organizarnos y hacer algo de manera programada e intencional para estimular masivamente el desarrollo de las diferentes funciones que realiza el cerebro? ¿Será posible pesar en un cerebro social que articule a los cerebros individuales?

Sin duda, el sistema escolar es pretendidamente el principal instrumento social que en algún grado intenta estimular el desarrollo de todas las capacidades cerebrales, pero se requieren otras muchas acciones para ese propósito se haga realidad, y que además se amplíe a la totalidad de la población. Diseñar una sociedad en la que las interacciones humanas operen con racionalidad y sensibilidad sería una buena tarea en la que deberían concentrarse las universidades, para luego someterla a debate público. Ante la debacle del orden mundial que experimentamos, urge regresar a las utopías y hacerlas operativas.

Por lo pronto, atendamos las sugerencias que se nos hacen para cuidar la salud cerebral, estimulando nuestras neuronas, manteniéndonos activos socialmente, haciendo deporte, leyendo lo más que podamos, seguir aprendiendo, ejercitando la memoria, y, sobre todo, respetándonos a nosotros mismos y a los demás, evitando la agresión y cultivando el buen trato y la comunicación.

*Interesado en temas de construcción de ciudadanía.