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Vicente Arredondo Ramírez *


LA JORNADA MORELOS
20 de diciembre del 2022
En nuestro pedazo de mundo occidentalizado, las festividades cristianas del mes de diciembre son la ocasión de hablar y de desear la paz entre los humanos y las naciones. Es un ritual calendarizado, sustentado en una narrativa alimentada más por el pensamiento mágico, que como posibilidad corroborada en los hechos.
En efecto, todo pareciera que la violencia es el estado natural de las cosas en este mundo. El análisis del fenómeno humano nos señala que el miedo profundo personal a ser aniquilado, y a dejar de ser, está aparejado al mecanismo instintivo de atacar o de defendernos frente a quien consideramos amenaza. Sumado a ello, hemos convenido que las condiciones básicas e indispensables para poder “vivir en paz” son la debida protección de nuestra integridad física y del núcleo de personas cercanas a nosotros, el respeto de las cosas que son de nuestra propiedad, así como la inviolabilidad del territorio en el que nos sentimos seguros. Hemos creído y aceptado, que la forma y grado de existencia de todos estos factores, vistos en su conjunto, explican, y justifican la violencia, o bien, la previenen.
¿Cómo pensar en la paz, si la evidencia empírica nos muestra que es un estado de cosas casi imposible en el orden personal y social?
Abundemos. No se puede negar que el eje sobre el que se construye y se documenta la historia de la humanidad es sin duda, la relación cronológica de las guerras. La sobrevivencia de los grupos humanos, organizados de distintas formas a lo largo de los siglos, ha estado determinada por la posesión de territorios, así como por los mecanismos de control impuestos a las personas que los habitan. Se puede constatar que la clave para entender la dinámica básica del desarrollo de las sociedades ha sido la aceptación de la violencia al interior de los territorios para el control social, así como los actos violentos contra habitantes de otros territorios para la defensa de la soberanía.
Baste recordar que los Estados/nación como los conocemos en la actualidad están definidos como entidades soberanas compuestas por un territorio, unos habitantes, y unos documentos normativos que regulan la interacción entre ellos. Estas entidades se identifican a sí mismas con una bandera, con un himno casi siempre con letras de contenido bélico, y con personajes y acontecimientos icónicos que construyeron la nación o que permitieron romper la dependencia de otras naciones. De esta forma, la guerra, operada por fuerzas armadas, ha sido y es el sustrato de la seguridad e integridad nacional. De igual forma, el andamiaje institucional y el corpus jurídico construido alrededor de las relaciones internacionales son mecanismos de prevención y, bajo ciertas circunstancias, de justificación de la violencia.
Teniendo en cuenta todo lo anterior, nos preguntamos ¿bajo qué condiciones es realmente posible alcanzar la paz, tanto en la dimensión personal, como en la dimensión colectiva? ¿cómo superar los obstáculos que impiden formar personas y construir sociedades en donde prevalezcan las condiciones para vivir en paz, y se minimicen los factores que provocan la violencia?
Sin duda no hay respuestas sencillas a estas preguntas, pero digamos que todo empieza por lograr que cada vez más personas compartamos el mismo diagnóstico sobre las causas de la violencia, y sobre las medidas para prevenirla. No demos por sentado que hay claridad en esto, y mucho menos consenso. No lo hay en nuestra propia familia, ni en el país, ni en el mundo.
En este sentido, es importante dialogar en colectivo, y hacer explícitos los supuestos y las premisas que operan en la sociedad y que orientan nuestras conductas. Sin duda descubriremos que es muy común, por ejemplo, el sentimiento de superioridad sobre los demás, basado en condiciones de raza, origen social, etnia, y grado de riqueza material; la creencia de ciertas culturas de que en la vida siempre habrá ganadores y perdedores, y que la sobrevivencia del más fuerte es ley natural incontrolable; y el convencimiento de que entre los ciudadanos sólo existen intereses encontrados, y que por tanto, es imposible identificar, construir y defender intereses que les sean comunes a todos.
En estas épocas del calendario en donde nos deseamos la paz, pensemos y dialoguemos sobre las premisas que harían posible una convivencia social más armoniosa, y sobre los consensos a alcanzar, para que nuestras conductas se alineen en ese sentido. Hacer compatible el bienestar personal y el colectivo, es sin duda, no sólo un asunto de violencia o paz social, sino también, sin exagerar, de vida o muerte. .
*Especialista en temas de construcción de ciudadanía.

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