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El día de ayer se celebró el Día Internacional del Deporte para el Desarrollo y la Paz, el cual fue instituido por la Asamblea General de las Naciones Unidas, en 2013, para conmemorar la apertura, en Atenas, de los juegos olímpicos modernos, el 6 de abril de 1896.

La celebración, claro está, no se reduce a fechar el nacimiento del olimpismo moderno, sino a abrir y dimensionar el impacto del deporte en nuestras vidas: no sólo nuestra actividad deportiva, sino, su alcance e impacto en lo social y económico; es decir, visibilizar el vínculo entre deporte y cultura de paz.

Entonces, dimensionemos. Los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 son los más vistos en la historia. Sea con televisor o a través de streaming (tan sólo en plataformas digitales se reprodujo un total de 28 mil millones de visualizaciones), 3 mil millones de personas presenciaron los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, el equivalente a la población de China y la India juntas: mil 412 y mil 417 respectivamente.

Ahora bien, el mundo, “ese pequeño suelo redondo que nos hace apasionados”, diría Dante Aligueri, aloja hoy día 8 mil millones de habitantes, lo que significa que, 3 de cada 4 personas, a nivel global, vieron los juegos olímpicos en 2020.

Dimensionar lo anterior permite precisar una realidad y una posibilidad. Si bien el avance tecnológico y los intereses comerciales priman en el incremento de presencia deportiva hoy día, de tal manera que, ya no sólo se convive con el deporte de nuestro entorno inmediato, el de la pareja, los amigos, o el propiamente ejercido, sino, además, con el que, de manera remota se transmite, cada vez más personas en el mundo tienen contacto con el deporte; esto es una realidad.

Por su parte, la posibilidad consiste en ver en el deporte, no un fin, sino un medio. Si bien los intereses comerciales ya dichos, imprimen una visión en donde se antepone el resultado al proceso, por decir lo menos; en donde es fácil confundir, “reconocimiento con prestigio”, de acuerdo con Adela Cortina; “fascinación con creatividad, vértigo con éxtasis”, como Adolfo López Quintás señala. En palabras de Michael Jordan: “Tal vez es mi culpa… Tal vez te hice pensar que era fácil… que el baloncesto fue un regalo de Dios y no algo por lo que trabajé todos los días de mi vida”.

No obstante, pues, que ha servido como un medio para un fin comercial, no pierde el deporte su potencial para generar otros usos o alternativas, como Graham Mcfee refiere: “las únicas cuestiones propias y genuinas de la filosofía del deporte son las éticas, dado que emergen, podríamos decir, desde la propia naturaleza del deporte”. Uno de esos usos, ético, consiste en la transmisión y práctica de valores que, ante el conflicto, permitan procesar resoluciones favorables a la convivencia pacífica y el diálogo.

Ver en el deporte un medio, quizá implica carecer de una definición que, de manera clara y distinta, precise si una actividad, por ser física, lúdica o competitiva; recreativa, sana o institucional; disport o sport, raíz latina e inglesa respectivamente; es deporte. Sin embargo, como Johan Galtung señala, esto no necesariamente es dañino. La polisemia del término paz, dice, “tal vez sirve como medio para obtener un consenso verbal”, un suelo común que, por carecer de única definición, conjuga diferentes modos o prácticas. ¿Puede el deporte ser un medio para este suelo común?

* Profesor de Tiempo Completo de El Colegio de Morelos.