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Andrés Uribe Carvajal 

El viernes pasado viví todo tipo de emociones en cuestión de un par de horas. Por un momento sentí que mi cuerpo no me pertenecía, como si me observara a mí mismo desde afuera de mi cuerpo, es algo común y que algunos llaman trastorno de despersonalización o desrealización. Por un lado, en el primero te conviertes en un observador mudo de tus pensamientos y sientes como si flotaras en al aire, y en el segundo es como si te sintieras aislado o poco familiarizado por el ambiente, siendo incapaz de reconocerlo, y experimentando la vida como si fuese una película o un sueño. Creo que lo que viví ese día, se asemeja un poco más a la segunda descripción, sentir que vivía por un momento en una película dirigida por el loco Jodorowsky, digo “loco” con el sentido más grande de cariño que tengo por ese ser, a quien tantas tardes de lectura he dedicado.

 

La cosa empezó así. Hace un par de días fui aceptado tras un arduo proceso de audición en la Universidad de las Artes de Berlín, la UDK. Ajá, todo es muy bonito e increíble, hasta que la realidad te corta de un desparpajo violento los sueños y te los empieza a resumir a cuentas en euros, porque una cosa es que logres la acreditación ante los rigurosos estándares de arte alemán, y otra cosa es que cuentes con los fondos necesarios para consumar esos sueños. Querer estudiar no sólo depende de tus ganas o de tu talento, depende en gran parte de tus bolsillos. Es así. Por mi cuenta, siempre he sido alguien que busca antes de soltar la toalla, y esta determinación fue empujada hace unos años cuando un querido amigo mío me reveló su sistema de ligue, era muy básico, pero tenía algo de fenomenal, me dijo: amigo hay que patear el balón, uno tiene que entrar en la portería. Y así lo veías en el bar, entablando conversaciones con cualquier chica que le gustara… su sistema era muy cuestionable, pero tenía algo de cierto: persistir, intentar. Extrapolándolo a la vida y a los sueños, creo que hacer todos los intentos posibles porque también en la cancha de los anhelos imposibles hay que patear el balón.

 

Recordé de golpe que un amigo mío (brillante guitarrista por cierto), hace pocos años pasó por una situación similar. Fue admitido en una maestría en el extranjero, y también buscaba recursos para poder concretar sus estudios. Él dio hasta los oídos de AMLO en una mañanera, ya saben ese famoso talk-show,tuvo la fortuna de que un periodista expuso su caso y tiempo después el gobierno le otorgó un apoyo para realizar sus estudios. Lo contacté y él extremadamente amable me dio algunos tips y consejos a realizar. El primero es que intentara lo que él hizo, que fue acudir a atención ciudadana en Palacio Nacional en la Ciudad de México y expusiera mi caso, -debes hacer una carta con tu sugerencia o petición- me comentó, y así lo hice, el viernes salí en busca de hacer llegar al presidente mi caso, y aquí empezó lo surreal de todo mi día.

 

Llegué a la ciudad de México cerca de las 2 de la tarde, salí por el metro estación Zócalo, al emerger vi la imponente plancha del Zócalo golpeada por el sol y la bandera de México ondeando en el centro, me dirigí al impecable Palacio Nacional a un costado y pregunté a dos policías por el módulo, me dijeron que atención ciudadana se hallaba a las espaldas de la edificación. Llegué hasta una puerta enorme de madera custodiada por dos guardias que me comentaron; Sí joven hay que hacer fila y en un momento salen las abogadas. ¿Las abogadas?, y así fue. Después de estar esperando unos 10 minutos, salieron dos abogadas a revisar los documentos a los que estábamos en esa fila, no éramos más de diez personas, de todo tipo con todo tipo de anhelos, sueños, deseos y tristezas. Frente a mí yacía una señora grande que llevaba entre sus manos una carta hecha a mano en papel de un cuaderno viejo que apretaba con fuerza, me conmovió mucho, no por el hecho de su edad, sino porque éramos un montón de personas que por primera vez en muchos años, sentíamos que podíamos tener una oportunidad, sino de ser apoyados, al menos de ser escuchados – estamos tan acostumbrados a un gobierno que nos maltrata, que pensar en ser asistidos de cualquier manera, suena a una utopía, algo irreal. Las abogadas revisaron el papeleo de cada uno de los de la fila con amabilidad y cariño, especialmente por la señora frente de mí, le decían; si madre, la vamos a apoyar, no se preocupe, yo estaba detrás de ella también sosteniendo mi carta con fuerza, por primera vez en mi vida y en un largo recorrido de trámites burocráticos infernales, sentí que el trato era diferente, que no éramos caras sin rostro ante esas abogadas, algo en todo eso se sentía más humano, ahora que lo pienso quizá fue cuando ahí empecé a perder la realidad, después de revisar mi caso me dijeron que me tendrían respuesta en unas tres semanas, que revisara mi correo, y que confiara en que todo saldría bien, me llamó la atención esa última frase – que confiara.

 

No ha pasado mucho desde entonces, y no sé ni siquiera si logre un apoyo, pero en ese momento y cuando salí de Palacio Nacional sentí una paz que hace años no sentía, una sensación de “todo va a estar bien”, partí de ahí medio hechizado por lo que acababa de pasar, de vuelta a la plancha del Zócalo al lado mío pasaron cerca dos concheros mientras realizaban la danza ritual guerrera, a un costado de ellos había una larga fila de gente que esperaba una limpia, mientras tanto otro danzante escupía un líquido a unas ramas de salva ruda y romero, un olor a copal flotaba en el ambiente, el encargado de la limpia hacia sonar un silbato bucal que emitía el rugido de un jaguar, para después proceder a frotar a las personas con las plantas. Todas las personas que hacían fila por la limpia, me hicieron recordar a los mismos que hacíamos fila en Palacio Nacional, también ellos necesitaban creer, confiar en algo, también ellos tenían sueños, miedos, anhelos. Seguí caminando y a unos metros encontré la Catedral Metropolitana ubicada al norte de la plaza de la Constitución, entré por inercia y vi gente arrodillada en los reclinatorios orando con las manos abiertas en dirección al cielo, mujeres jóvenes, ancianos, niños, de toda condición social.

 

Todos ellos y los de la fila de Palacio Nacional, y la gente esperando una limpia, y la señora sosteniendo una hoja de papel escrita con su puño, y yo con mis anhelos, y todo eso era como si fuésemos un puñado enorme de gente que necesita creer que algo bueno puede sucedernos… recordé de nuevo lo que la abogada me dijo, confía en que todo saldrá bien y pensé: ¿dónde está mi fe?, ¿en el presidente, en un dios cristiano, o en una limpia? Por un momento recordé a Pessoa quien sintió el abandono de la fe cristiana, en la genealogía de la moral de Nietzsche y como éste rechazaba el mundo metafísico centrando al cuerpo como único vehículo creador, y hasta en Schopenhauer en su mundo como voluntad… y todo me pareció irreal, era como si fuésemos barquitos de papel esperando que una corriente nos abrazara a un buen puerto.

 

No puedo dejarme llevar por eso, pensé, y regresé a mi amigo en el bar, volví de pronto a sentir que recuperaba mi cuerpo, me dije a mí mismo “sólo hay que patear el balón” y fui a comerme un pozole en lo que recuperaba fuerzas pensando en la próxima portería para apuntar.

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