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La racionalidad de la técnica

Alfonso Valenzuela Aguilera

Hace poco más de medio siglo, el filósofo hispano-mexicano José Gaos publicó un texto visionario sobre la relación entre tecnocracia y cibernética, en donde se cuestiona la esencia de lo “natural” en contraste con lo “artificial”. El primero provisto por la naturaleza y el segundo fabricado por el ser humano, dando lugar a las primeras herramientas y utensilios, pero también a las armas. Es así que la llamada “técnica” empieza a perfilarse como la aplicación utilitaria de la ciencia, hasta llegar a dominar la vida cotidiana y convertirse en una “tecnocracia” que domina la vida cotidiana.

De este modo, las actividades productivas empiezan a incorporar tecnologías que sustituyen el trabajo humano automatizando sus procesos. Lo que sorprende a Gaos no es tanto la posibilidad de reemplazar a los obreros por las máquinas, sino la tendencia y disposición de las personas para que esto suceda lo antes posible. En un esfuerzo por cuestionar esta tendencia de aceleración sugiere imaginar “[…] un mundo del retardo con el que contrastar nuestro mundo de la aceleración, en un contraste que promovería reflexiones muy instructivas”, probablemente sobre el sentido de tal velocidad.

A este respecto es que Octavio Paz plantea el surgimiento de una “barbarie tecnológica”, justificada por la idea del progreso mediante el dominio de la naturaleza por la ciencia y la técnica, con la posibilidad de transformar el mundo y llegar más rápido al futuro, aún si en el camino se dejaran de lado el ocio, la contemplación e incluso la disipación por no ser instrumentales para tal objetivo. Es en ese sentido que Paz comenta que nos encontramos en “[…] la primera época que exalta el cambio y lo convierte en su fundamento”.

El análisis de la técnica desde la economía política es ambivalente en el caso de Marx, vislumbrando la configuración de un autómata central, cuya fuerza “[…] estalla ahora en la danza locamente febril y vertiginosa de sus innumerables órganos de trabajo.” Es decir, que los obreros quedarían convertidos en apéndices de las máquinas y que los medios de producción terminarían reproduciendo las lógicas de que sostienen la existencia del Estado.

Existen referencias constantes al mito de Prometeo, castigado por los dioses por haberle regalado el fuego a la humanidad e iniciado el camino de la técnica. Con el dominio del fuego iniciaría la manufactura, la producción y el desarrollo civilizatorio en general. Sin embargo, Ivan Illich advierte que el uso de este fuego desafiaba el medio ambiente, transformándolo constantemente, pero “[…] luego descubre que puede hacerlo sólo a condición de tener que rehacerse constantemente para encajar en él”, poniendo en riesgo su propia existencia.

Es interesante una reflexión de este tipo en un momento en donde la idea es producir más en el menor tiempo posible, para después crear necesidades de consumo de lo producido. Por el contrario, en otros ámbitos se ha impulsado la idea del “decrecimiento” económico, que busca reducir de manera planificada la producción y consumo de acuerdo con criterios de equilibrio, bienestar y solidaridad, dentro de los límites ecológicos del planeta. El decrecimiento no implica simplemente una contracción económica, sino que busca una reorganización profunda de la sociedad, priorizando la calidad de vida, la justicia social, la autogestión y la sustentabilidad ecológica.

Es por ello que la reciente aceleración tecnológica –potencializada por la pandemia– amerita un cuestionamiento profundo sobre los efectos y las consecuencias de la tecnología en la vida cotidiana de las personas, como por ejemplo, la aparente necesidad de hacer más cosas de manera simultánea. Como reflexiona Octavio Paz, esta carrera contra el tiempo pierde sentido si no descubrimos la sabiduría para reconocer nuestros propios límites y revaloramos el saber desinteresado, el mismo que ha sido la base de nuestra civilización a lo largo de los años.

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