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Marc Augé y los indios wayúu

Alfonso Valenzuela Aguilera

A propósito del reciente fallecimiento del reconocido antropólogo Marc Augé (1935-2023), lo recordamos a partir del epílogo de uno de sus libros, en donde comenta que en alguna ocasión visitó un grupo de indígenas en la frontera entre Colombia y Venezuela –que aquí atribuiremos como wayuú– quienes, desde un horizonte de carencias, le comentaban que de noche veían en sueños a sus dioses y antepasados viviendo en una ciudad inmensa y luminosa, anhelando la hora de volver a reunirse con ellos.

Sin embargo, Augé es mejor conocido por concebir los espacios generados por la ciudad moderna del mundo capitalista, en donde la sobremodernidad, produce los llamados no lugares –esos espacios del anonimato, carentes de identidad y de relaciones humanas– en donde las representaciones del mundo a veces pesan más que la realidad misma. A lo largo de su carrera, el también etnólogo cuestionó las formas de poder presentes en toda sociedad, así como la creación de la identidad mediante la interacción con los otros, detectando esas cualidades y condiciones que cambian con el tiempo y el espacio.

Hace ya un número de años tuve la oportunidad de entrevistarlo cuando terminaba su gestión como director de la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales de París (EHESS), recibiéndome un personaje amable y generoso, dispuesto a compartir sus puntos de vista con los demás y reflexionar sobre las ciudades en el mundo y en América Latina. Sin la intención de transcribir la diversidad de temas sobre los que conversamos, destacaría, por una parte, el interés que entonces tenía sobre la manera en que el entorno digital buscaba convertirse en el nuevo espacio público, pero que al manifestarse en ese ámbito una naturaleza ligada de consumo, no le permitiría constituirse como un lugar de intercambio e interacción social.

Más adelante, trasladamos su noción de no lugares al entorno urbano de las ciudades latinoamericanas, y me comentaba su impresión sobre los contrastes entre los vecindarios, que le daban la impresión de ser pequeñas células yuxtapuestas sin acceso a espacios públicos, algo que tiene paralelos en las periferias parisinas en donde una población francesa de origen magrebí, han sido por años víctimas del racismo y exclusión social por parte de los galos.

Observador acucioso de la vida moderna, detectaba también los procesos migratorios de otras partes de Europa a la campiña francesa, en donde antiguas poblaciones campesinas se habían transformado en espacios de residencia para la burguesía media europea, eliminando la mezcla previa, además de que la sustitución del espacio de trabajo mediante la eliminación de las distintas clases sociales era lo que encontraba preocupante.

Crítico certero de las políticas públicas que afectan los lugares, refería los grandes proyectos del entonces mandatario François Mitterrand, quien desarrolló en otros proyectos la zona del Arco de la Defensa, la Rive Gauche, el nuevo Louvre, etc., todos ellos acompañados de un factor comercial importante. A este respecto, le llamaban la atención los procesos de comercialización de los centros históricos, en donde éstos son absorbidos por las exitosas campañas para poner en valor los monumentos y atraer el turismo para su consumo.

Esto resulta paradójico, porque comentaba que la tendencia de fondo en las ciudades históricas era la de volverse genéricas a través de la promoción de eventos, festivales, etc., mediante la privatización el espacio público y la puesta en escena de la ciudad como espectáculo hacia el exterior. “Es decir, que al establecer su hogar, la persona sale a mirar el mundo como un espectáculo, lo cual tiene que ver con un modo particular de visitar o mirar, pero no de practicar o interactuar. De modo que no veo un mejor modo de expresarlo, sino como la privatización de la vida pública.”

A Marc Augé le ha llegado finalmente la hora de reencontrarse con sus muertos, en aquella ciudad de ensueño habitada por los dioses wayúu, al que llegamos desde el anonimato de los no lugares para integrarnos a una realidad mayor. Quizá esa dimensión sea un mejor lugar para interactuar con los demás, observar y escuchar a los otros, construyendo el espacio público que ahora se presenta como elusivo y que es fundamental para cimentar la sociedad.

 

Foto: INAH

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