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La incomunicación: un legado de la pandemia

Luis Tamayo Pérez*

La pandemia de SARS-Cov-2, según datos de las Naciones Unidas, generó en el mundo casi 15 millones de muertes (1). En México, fueron más de 330 mil los fallecidos según el CONAHCyT (2). Son pocas las familias que no perdieron a un padre, una madre, un abuelo. Todos perdimos varios amigos.

La pandemia nos obligó a encerrarnos, separó a familiares y amigos, a los abuelos de los nietos y generó la cohabitación forzada de la familia nuclear. Nos llenó de cubrebocas, guantes y mucho gel antibacterial. La aparición de las vacunas permitió cierto relajamiento, pero limitado.

La educación de jóvenes e infantes al principio se degradó no sólo a causa de que no podían ser visitadas bibliotecas, museos y cines, sino a causa de la deficiencia inicial de los medios informáticos, los cuales, gracias a su mejora continua, poco a poco permitieron vínculos ya no sólo cercanos sino a escala nacional e internacional. La pandemia nos permitió no sólo continuar impartiendo o recibiendo clases, posibilitó también conocer personas, historias y tecnologías antes inaccesibles o insospechadas.

Poco a poco nos fuimos habituando a los ambientes virtuales y de manera subrepticia apareció el entretenimiento… y éste llegó para quedarse. Con los chistes y hazañas “en línea” todos estábamos, al menos al principio, muy contentos. No nos dimos cuenta de lo que ahí se estaba gestando.

Las primeras alertas las mostraron los jóvenes pues en ellos el consumismo adoptó una forma nueva: poseer un smartphone de “alta gama” se convirtió en un signo de estatus y tales artefactos en objeto de robos. Contar con la mayor cantidad de megas y vivir en una zona con red 3G, 4G y luego 5G era también imprescindible.

Afortunadamente, el 5 de mayo del 2023, la Organización Mundial de la Salud declaró el fin de la emergencia internacional por el COVID-19. En consecuencia, se relajaron las medidas de resguardo: ya no es obligatorio el uso de cubrebocas y podemos volver a tener reuniones públicas, a abrazarnos, a vincularnos como los seres sociales que somos.

Podemos volver a tener vida social como antes… pero no lo hacemos.

Los cines siguen vacíos (3), muchos congresos y posgrados deben hacerse de manera híbrida (virtual/presencial) pues de hacerlos presenciales, como siempre se hacía antes, ya no podría reunir la cantidad necesaria de personas para hacerlos rentables.

La pandemia de COVID-19 instaló en buena parte de la humanidad otro virus aún más insidioso, el de la incomunicación, nos ha convertido en autistas continuamente conectados. Un virus que tiene vectores diversos: TikTok, Instagram, Meta, así como otras redes sociales y canales de televisión virtuales, los cuales, de manera gratuita o por una módica cantidad, permiten a sus usuarios mantenerse en “lo último de la moda” o en “el último video” y en “la última serie”, es decir, muy entretenidos o, dicho de la manera correcta, estupidizados.

La pandemia de COVID exacerbó la crisis de la narración descrita por Byung-Chul Han (4) y dejó a la humanidad infectada del virus de la incomunicación, un virus que confunde la información con la formación, que nos encierra voluntariamente, que dificulta el diálogo verdadero con el otro, en el límite, el nuevo virus impide hasta la solidaridad. Ahora es posible mirar videos todo el día… y eso está al alcance de un click en el smartphone o en el televisor.

Superar ese flagelo no se aprecia sencillo pues ni siquiera hay programas para erradicarlo. En consecuencia, no se aprecia cuando volveremos a ser, de nuevo, plenamente humanos.

(1) https://www.un.org/es/desa/las-muertes-por-covid-19-sumarían-15-millones-entre-2020-y-2021

(2) https://datos.covid-19.conacyt.mx

(3) https://www.eleconomista.com.mx/arteseideas/Cines-en-Mexico-no-han-recuperado-ni-la-mitad-de-su-publico-despues-de-Covid-20230501-0022.html

(4)Han, Byung-Chul (2023). La crisis de la narración, Herder.

*PhD y psicoanalista. Catedrático del posgrado en Filosofía de la FFyL, UNAM.