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4. Delincuencia presidencial y derrumbe institucional

Rafael Segovia*

La cultura del crimen como camino al éxito

Considerando los cuatro principales cargos penales y civiles que pesan sobre Trump, que forman la fachada mediática del momento en Estados Unidos, es necesario pausar y reflexionar sobre la actitud fundamental en la que reposa la biografía de un norteamericano exitoso como Donald Trump. Es una historia llena de argucias, corruptelas y escándalos, pero a pesar de la mentalidad fanáticamente conservadora de la sociedad norteamericana, todo esto le ha valido la admiración y el apoyo incondicional de grandes sectores de la población, justamente los más conservadores y mojigatos. ¿A qué se debe esto?

Obviamente la respuesta es cultural. Hay que tener en cuenta cómo se gesta la cultura civil norteamericana: desde sus inicios, hubo un mundo gentrificado, citadino, organizado, y otro rural, inculto, aventurero y emprendedor. Ambos mundos se desarrollaron paralelamente, coexistiendo en un mismo ámbito político, pero con grandes divergencias culturales y sociales. Y es el mundo rural, de los cow-boys, de la fiebre del oro, el que marca una idiosincrasia basada en la violencia, en el abuso, en la ausencia de ley, en el racismo hacia los nativos para exterminarlos y apoderarse de sus tierras, y luego hacia los negros, para explotar su fuerza de trabajo. El “lejano oeste”, una frontera movediza que avanzó cada vez más hacia la costa del Pacífico, aunque no tiene nada que ver con el que se describe en las películas, fue en efecto, durante cerca de dos siglos, una tierra de nadie en cuanto al mantenimiento del orden y la legalidad. Los más decididos prevalecían, sin importar si eso implicaba robar, asesinar, violar y expulsar a comunidades enteras de sus tierras impunemente.

Era una cultura de la ganancia a toda costa, basada por entero en el comercio o el intercambio de favores, sin parámetros legales ni convenciones sociales que regularan la manera en que se obtenía. De ahí que esta mitad “bronca” de la sociedad norteamericana creara la cultura del “tycoon”, el hombre de éxito, que generalmente se ha enriquecido por sí mismo, rápidamente, y al que no se le hacen preguntas sobre su camino al éxito.

La popularidad de Trump se basó en esta visión del éxito a costa de la decencia. Así pues, podía decirse de él – o demostrarse – que era un negociante carnicero, que era fundamentalmente racista, que hacía trampa en sus negocios y evadía impuestos, que era un mujeriego bastante vulgar que gustaba de la compañía de prostitutas y artistas porno… El caso es que todo eso lo había llevado al éxito, y eso es, para un gran número de norteamericanos, admirable. El que Trump pudiera además ser parte de un jet set de alta gama, que tuviera un espacio en la diosa televisión, finalmente que tuviera el arrojo de postularse a la presidencia y que las ganara, todo eso hizo de él prácticamente un dios. En particular, para los jóvenes insatisfechos de la clase media baja, carentes de ideales, de cultura y de perspectivas de movilidad social, Trump es el modelo de lo que quisieran ser: tycoons que se enriquecen fácilmente abusando y engañando, con lo cual además expresan su odio hacia la sociedad.

Instituciones secuestradas

El ascenso de Trump fue para el partido republicano, en un principio, la oportunidad de ganar la presidencia en las elecciones del 2016, cuando Hillary Clinton tenía una muy marcada preferencia electoral frente a los otros candidatos de la derecha. Pero a partir del momento en que Trump se convirtió en el candidato del partido, el sector más duro de la derecha republicana se radicalizó bajo el ala protectora e inspiradora de Trump, usando las siglas MAGA (Make America Great Again) que eran el lema de la campaña trumpista. Esto creó una división en el partido, muy difusa, ya que aunque solo unos cuantos diputados y senadores seguían siendo fieles al conservatismo republicano tradicional, con frecuencia sostenían las posturas más extremistas de MAGA y del propio presidente, por inercia política. Así pues, el partido se radicalizó hacia la derecha, sin tener en consideración que todos los valores y acciones de Trump eran en realidad contrarios a la ideología y a los valores del Partido Republicano: la familia, la religión, el respeto a la ley, la preservación de las tradiciones y costumbres, etc. El partido estaba pues en contradicción interna, pero también presentaba una fractura política, por la que se pudieron manifestar tendencias racistas, clasistas, anti-LGTB, machistas, contrarias a las políticas de bienestar, a la preservación del medio ambiente, a los servicios de salud para la gente, etc. Todo ello inspirado por Trump y su entourage.

El surgimiento de la telaraña jurídica en que se ha visto envuelto el expresidente trajo consigo una nueva ruptura más profunda en el seno del partido, que sólo se ha ido manifestando paulatinamente, a medida que algunos miembros del mismo se asquean de las prácticas de sus compañeros y de la situación penal de Trump, mientras que otros claman una injusticia y defienden a su ídolo con argumentos insostenibles.

Todo ello se traduce, entre otras cosas, en la imposibilidad de ejercer el control del senado, donde los republicanos son mayoría, debido a que no consiguen elegir y mantener a un presidente de la cámara de senadores (la figura en EE UU es Speaker, o vocero), sin lo cual no es posible que sesione el Senado. A principios de este año el candidato elegido en votación interna tuvo que pasar por 15 rondas de votación antes de ser elegido por una insignificante mayoría de un voto. Tres meses después, el colegio republicano decidió destituir a su Speaker, y nuevamente tuvo que pasar por tres candidatos y cinco rondas de votación antes de reponer al dirigente en su puesto. Escogió, además, a Mike Johnson, un extremista de MAGA, tal vez uno de los más radicales, con lo que generarán más confrontación y menos resultados en el ámbito senatorial.

Para los observadores externos, es evidente que esta fractura del Partido Republicano está afectando gravemente al país, impidiéndole responder a los retos más urgentes de este momento histórico, como el cambio climático, las pandemias, las guerras de Ucrania y en Israel, la competencia comercial y hegemónica con China, y muchos otros asuntos. También está propiciando el surgimiento de una derecha extremista entre la población, que cada día manifiesta más abiertamente su radicalidad, sus discursos de odio, su mojigatería e intolerancia religiosa, su xenofobia.

Todo ello es un terreno fértil para que alguien como Trump, generador de fanatismos e ídolo de masas exaltadas, pueda pretender – y probablemente intentar – hacerse del poder gracias al apoyo popular y al de la extrema derecha organizada. Al menos así lo ha dejado ver en amenazas veladas contra quienes intentan detener su nefasta carrera y enjuiciarlo por sus múltiples delitos.

Los motivos de una crisis

Algunos ex legisladores republicanos (p. ej. Steward Stephen, The conspiracy to end America) y otros analistas explican la radicalización del partido como una reacción de miedo por parte de un sector de la población ante la transformación de la sociedad desde el último tercio del siglo XX. El crecimiento de las comunidades migrantes, la adquisición de derechos por la población de color (donde se confunden afroamericanos y latinos), la revolución sexual que acompañó al movimiento hippie y que creció hasta abarcar los derechos lésbico-gays, el derecho al aborto, etc., todo ello, según estos analistas moderadamente conservadores, significa para los anteriores sectores hegemónicos la pérdida de sus espacios de influencia y de desarrollo propio.

En realidad, lo único que están nombrando al explicar de esta manera el fenómeno, es que el supremacismo blanco y religioso se siente amenazado. Es casi un diagrama universal de lo que significa el conservadurismo y la derecha. En particular, en el caso de Estados Unidos, podría afirmarse que la guerra de secesión no ha terminado, que subyacen aún en todas las capas de la sociedad reflejos racistas, y que la competencia entre los grupos étnicos “de color” y los “caucásicos” – como ellos los definen – está simplemente siendo ganada por los grupos étnicos más pujantes y con mayor tasa de natalidad.

En el ramo de los derechos sexuales, lo que perturba profundamente a estos sectores es que los consideran una amenaza a la estructura familiar, que sin duda fue uno de los pilares de la construcción de este nuevo mundo. El mito fundador de los pilgrims (peregrinos) evoca esta sagrada unión familiar junto con la de la defensa de la fe que llevó a emigrar a aquellos primeros colonos.

Más allá de este análisis, que se podría profundizar, lo que resulta patente en la crisis actual es que existe el riesgo de una mayor radicalización en la derecha y extrema derecha, que podría llevar a conflictos cada vez más agudos y, eventualmente – lo han expresado así varios analistas y el mismo Trump – a una nueva guerra civil. Las consecuencia de algo así son incalculables y serían catastróficas, tanto dentro como fuera de Estados Unidos. Es por ello que debemos estar atentos al desarrollo de la saga jurídica de Trump: ¿qué escenarios posibles se perfilan hoy por hoy?

Vaticinios aciagos

En este mismo momento, por ejemplo, está en juego la posibilidad de que Trump sea encarcelado en espera de su juicio en la corte de Nueva York, por haber infringido repetidas veces la orden GAG (mordaza sería la traducción más adecuada) impuesta por el juez Engoron, después de que Trump hiciera declaraciones públicas atacando e insultando al fiscal, al juez y a su asistente jurídica. Está claro que el juez no lo ha mandado encarcelar por temor a que eso detone protestas y posibles atentados en todo el país. Algo similar está en juego en los demás juicios, ya que tarde o temprano las sentencias contra Trump serán casi irremediablemente de muchos años de prisión.

Por otro lado, el ejercicio de los derechos ciudadanos en EE UU le permite a Trump seguir siendo el candidato preferente para representar al partido republicano en las próximas elecciones y continuar con su campaña. En fecha reciente varios respetados profesores eméritos de derecho, Kim Wehle primero, y William Baude y Michael Stokes Paulsen poco después, sacaron a relucir que la enmienda 14, Artículo 3°, de la Constitución prevé que nadie que haya incitado, participado en o apoyado una insurrección puede aspirar a un cargo en el gobierno. Esto descalificaría a Trump desde antes del inicio de la campaña, pero es una medida que está siendo objeto de debate, y éste probablemente no se resolverá hasta no llegar a la Suprema Corte, lo que bien podría retrasar el proceso hasta después de las elecciones.

Así las cosas, por pocas probabilidades que esto tenga, podríamos ver asumir nuevamente el poder presidencial a un Trump que le ha declarado la guerra abierta a las instituciones, a las reglas democráticas, a la justicia electoral, a las minorías, al sistema judicial, e incluso al concierto internacional. Y que sería respaldado por una sociedad norteamericana radicalizada, enferma de fundamentalismos, y un sector de la cual estaría dispuesto a hacer uso de la violencia para imponer un orden que no podemos calificar más que de fascista.

Es por ello que, en México, debemos estar pendientes de los acontecimientos y pensar en las posibles consecuencias que todo esto podría tener para nuestro país, para diseñar posibles respuestas y acciones ante el derrumbe del mito norteamericano de la democracia perfecta.

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* Poeta, traductor y activista social por los derechos culturales.