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Eres delgada, eres sana…

Elsa Azucena Alfaro González*

Cuando Ana sale del trabajo, después de tanto cansancio y problemas que resolvió de manera eficaz, acude a una cafetería, de esas internacionales, caras y elegantes que te ofrecen bebidas y algunos alimentos para acompañar tu momento; para Ana es complicado elegir alguna bebida que cumpla con características dignas para ser consumidas por ella: leche vegetal, baja en grasa, ninguna porción de azúcar pero que sepa bien; tarda un poco en elegir, la fila es enorme detrás de ella, pero logra identificar la ideal.

Con la pregunta “¿algo más? Surge un sentimiento que le es difícil explicar, quiere gritar que sí, que quiere un sándwich con jamón, tal vez pechuga de pavo, con queso y un poco de lechuga para no olvidar las verduras, pero nada de eso sucede; Ana queda petrificada frente a la mirada extraña de quien le atiende intentando descifrar si algo malo sucede con aquella mujer, los demás clientes cansados de su indecisión muestran muecas y sonidos de fastidio; Ana se limita a un no. ¿Te imaginas las calorías, la grasa del queso y del jamón, de la mayonesa, y los carbohidratos del pan? El solo hecho de pensar en todas las respuestas numéricas, se asusta y decide esperar sentada su bebida.

A su alrededor hay algunas personas trabajando, conviviendo, riendo y disfrutando de sus alimentos y su café, todos en perfecta armonía porque nadie parece mostrarse asustado frente a las calorías y las grasas, a nadie le interesa si van a engordar o no y por la cabeza de Ana pasan muchas preguntas ¿Cómo es que comen tan tranquilos? ¿Sabrán que lo comen les hará engordar? ¿Por qué se sienten tan felices con la comida que claramente no es saludable? ¿Acaso no piensan en su salud? ¿Estaré loca?

Ella se sienta con su bebida “perfecta” denominada SALUDABLE, al primer sorbo identifica que el sabor podría mejorar con poca azúcar, pero si lo hace su glucosa subirá y justo en este momento empieza a recordar a su padre, un hombre obeso con diabetes no controlada que murió comiendo grandes cantidades de pan dulce sin darse cuenta que los ojos de una pequeña Ana lo miraban perturbada; entonces no le agrega azúcar, sigue bebiendo aterrada con su realidad, sigue notando las risas, el tiempo ameno que pasan todas las personas, los mira comer alimentos cada vez más grasosos sin miedo ni remordimiento y ella simplemente no puede.

Ana fue a una consulta nutricional, la pesaron, la midieron y le asignaron una dieta que cumple con poca comida, obedeciendo a la petición de ella misma: control de peso para mantenerse en menos de 60 kg ni un gramo más ni un gramo menos y esto tiene una lógica, ella mide 1.60 metros de altura, es indudable que su peso ideal es equivalente a los centímetros dictados después del punto, ella no comprende aún esta lógica pero recuerda que desde su infancia en la que fue diagnosticada como “obesa”, esa siempre ha sido la indicación médica; el consumo de carbohidratos es reducido a la frase “no comer harinas”, le queda prohibido el pan, las tortillas, los postres, galletas y -obviamente- pan, el nutriólogo le indica su “dieta” después de medirla y de hacerle una serie de preguntas de relevancia médica, se despide de ella y cierra la puerta tras su salida. Ana quería decirle una cosa que ha estado ocultando por años: cada vez que tiene miedo, ansiedad o enojo, consume grandes cantidades de pan con una desesperación indescriptible la cual consiste en ocultarse para que sus familiares y compañeros de trabajo no lo noten, come entre sollozos, no mastica bien y en medio del acto se desconecta de toda realidad, es ella, el pan y el miedo.

Los atracones son cada vez más frecuentes, una vez terminado el suceso Ana se mira temerosa frente al espejo, consternada por lo que acaba de hacer y viene a su mente la imagen de unos padres obesos, papá con diabetes y su mamá hipertensa pero gustosos de comer como si esas enfermedades fueran un mal diagnóstico y a la vez llega el recuerdo del regaño familiar: tú eres gorda, te ves ridícula, no deberías salir así. Todo se vuelve peor, tiene la boca llena de pan y la mente repleta de imágenes aleatorias que crean en ella una sensación de desesperación, de miedo y de dolor.

Ningún médico, ni el nutriólogo que la ha atendido le han preguntado esto y ella busca desesperadamente ayuda, intenta contactar alguna atención especializada pero sus kilos no son suficientemente bajos para darle un enfoque de trastorno alimenticio, le dicen que solo debe seguir su dieta, hacer ejercicio y dormir bien; eso es todo, no hay más que hacer. Se siente ridiculizada y no escuchada, nadie le ha preguntado porque tanta disciplina en su alimentación y ejercicio, al parecer el despertar todos los días pensando en cada momento la alimentación correcta que la mantenga delgada es algo normal, está bien siempre buscar algo saludable, ejercitarse hasta el cansancio extremo para sudar cada gota de grasa que ha comido y sentirse culpable por el consumo de cada alimento categorizado como “chatarra” o “basura”.

Ana mira su entorno, personas pasar cerca de ella, disfrutando de la vida sin temores y ella se vuelve a preguntar ¿Soy la única loca? No encuentra a nadie que comparta su miedo, nadie la escucha, nadie la ve y los que la conocen le reconocen su disciplina y un cuerpo delgado “a su edad”. Los médicos y nutriólogos ya le han dicho que debe mantenerse en su peso, que no debe comer harinas y aunque Ana tiene hambre obedece, sigue su camino para ir a dormir y rezar que el día de mañana pueda controlar lo que come, sin engordar e intenta llenar su cabeza con pensamiento positivos, esperando que mañana el miedo disminuya y que sus ganas de llenarse la boca de pan desaparezcan como un milagro de la vida.

En su próxima consulta ¿Alguien le preguntará a Ana lo que siente?

Imagen: cortesía de la autora

Imagen que contiene alimentos, dibujo

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*Psico nutrióloga