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Andrés Uribe Carvajal*

Crecí en una ciudad muy diferente a la que ahora atañen los tiempos. Vamos, que hubo un cambio abrupto en la metrópoli primaveral, y ese cambio tuvo lugar el 16 de Diciembre del 2009. ¿A alguien le suena la fecha? Yo la tengo muy clara: Estaba en uno de mis últimos recitales de música para graduarme del diplomado de jazz-fusión de la escuela de música La Salle, justo antes de interpretar De sábado prá Dominguinhos de Hermeto Pascoal, a cinco guitarras, un familiar de algún estudiante interrumpió el concierto para dar una noticia terrible, corrió hacia el escenario y alcanzando con trabajo su aliento tomó el micrófono para decir que era de suma importancia que ninguno de los que estábamos en el auditorio saliéramos, una gran balacera se estaba desarrollando cerca de la colonia La Selva. Mis papás se miraron entre ellos, y yo para mis adentros no pude evitar pensar: Menuda suerte, ¡Pero si es ahí donde vivimos! Por un momento todo fue incertidumbre, terminamos el concierto con un gran desazón, sin saber bien qué hacer. Era 2009, no había transmisiones en vivo, ni redes sociales, lo único con lo que contábamos eran los noticieros, que ahora tanto despreciamos. No tomamos unas cinco horas cenando en un lugar cerca de ahí, y después con mucha cautela manejamos hasta nuestro hogar, de camino encontramos un montón de militares, gente de la marina, y algunos cascos de bala.

Nadie lo sabía, pero esa fecha estaba a punto de cambiar el mundo de muchos, incluyendo el mío.


Antes de ese día, yo consideraba que podía vivir bien de la música, a mis 19 años, estaba haciendo buen dinero, no lo digo por decir, de verdad a esa edad tenía tres empleos bien pagados: los jueves tocaba música en el café A-mo-a-to, los viernes trabajaba en el teatro musicalizando obras de teatro, y los sábados tocaba en cenas elegantes en el Hotel El nido ubicado en la calle Galeana. En ese entonces el lugar hacía cenas temáticas: vino pasta y jazz, algo tan cliché y un poco sobre usado, pero por mí que hagan lo que quieran, me pagaban bien, tocaba jazz y nos daban una cena ligera, nada mal para mi edad.


Al mismo tiempo terminaba mi último año de preparatoria en la Universidad Uninter, su bandera de venta era “lo internacional” y los intercambios culturales, y no eran mentiras. Los extranjeros iban y venían en el plantel, incluyendo sus maestros, yo por ejemplo tuve de compañera a Linda, una alemana muy inteligente, que se convirtió en mi gran amiga, a la que tiempo después visité en Münich y con la cual me puse una borrachera terrible en el famoso Oktoberfest pero esa es otra historia, el punto es que yo bien sabía que no estaba viviendo en la época dorada del famoso Casino de la selva, pero algo de ese resabio seguía ahí, por lo menos en la inversión extranjera, yo no lo sabía pero toda esa circulación turística estaba inyectando capital a la pequeña ciudad y algo de esas mieles se escurrían en mi precoz oficio musical, algo de ello me tocaba en cierta parte.


Recuerdo que semanas después de la balacera todo estaba muy tenso, inclusive y neciamente me presenté a trabajar al hotel el día que habían declarado toque de queda ya que otra gran disputa podría suceder por toda la ciudad. Era como si viviera en un western. ¿Qué es esto? pensé. El hotel empezó a irse a números rojos, los extranjeros no volvieron más, en mi preparatoria nunca conocí a otro amigo extranjero, y poco a poco y con los años el turismo se perdió. A la fecha y más de diez años después del incidente Cuernavaca no se ha podido curar las heridas, sigue lastimada. Yo perdí todos mis empleos, me mudé de ciudad y busqué otros caminos. Como en todo, cuando el agua no da y uno muere de sed, hay que buscarla en otros lados.


A mí hasta antes de esa fecha me trató bien, después simplemente fue sortear las curvas, intentando hallar en alguna esquina algo que hiciera mantenerme, fue difícil, lo sigue siendo. He visto cómo la comunidad artística realiza grandes esfuerzos por reanimar espacios culturales, mezclándolos con negocios, bares/restaurantes/ cafés. ¿Cómo re-animar la economía que afecte al sector cultural? Sigo pensando que sin turismo (cuando el mayor atractivo de la ciudad era eso; ser turística) es muy difícil. Es como si alguien hubiera perdido su mejor cualidad y ahora no encuentra ni por sus bolsillos qué poder ofrecer. Sé que entre la comunidad nos apoyamos, y aplaudimos las espaldas, sabemos que hay camadería, cariño, talento, y ganas, pero el capital sigue pesando mucho (al menos esa es mi opinión).


Yo era un crío con suerte, pero no era el único, el dinero no suponía el fin, sino un medio y una forma de motivación. Me decía mira: si es posible, sólo tienes 19 años, a los dos meses ahorré rápidamente un dinero y lo gasté en grabar mi primer demo con mi banda de Rock.

 

¿Entiendes lo que digo?


El 16 de diciembre Cuernavaca se volvió un Western, confíoen que algún día saldremos de él, y Dios quiera volvamos a algo más parecido a los años 30, en la era dorada de El Casino de la Selva, misma selva que fue baleada y lastimada. En la era cuando muralistas pintaban sus paredes, la música florecía en los grandes salones, y en las terrazas de los restaurantes el sol golpeaba acariciando a sus habitantes prometiéndoles una primavera buena.

*Músico multidisciplinario

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