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(parte 1)

 

Muchos mitos, tergiversaciones, silencios, ocultamientos y negaciones conforman los grandes relatos nacionales. También hay muchos vacíos que simplemente por no poder ser nombrados se les decreta inexistencia. Aquellos mitos que atañen a la historia de la Revolución del Sur y su mítica figura, Emiliano Zapata, también aparecen con vacíos, desvíos, distorsiones. Para la perspectiva de este artículo, una de las omisiones más aberrantes e injustas es respecto a la verdadera composición de su Ejército Libertador del Sur; mismo que no distaba mucho de aquellos otros hombres y mujeres que acompañaron al Generalísimo José María Morelos y Pavón un siglo antes. La omisión proviene, claro está, de la invisibilización de los afromexicanos.

¿Quién acompañó masivamente a ese Emiliano que también tenía 15% de sangre negra corriendo por sus venas? La versión simplista del nacionalismo posrevolucionario corea a gritos: ¡la indiada! Desde 1820 según John Womack y aún antes, a finales del siglo XVIII, según el investigador Kouakou Laurent Lalekou de Costa de Marfil, en su ensayo El laberinto de la invisibilidad de los negros en México; un empeño silencioso por borrar la negritud del territorio nacional o por lo menos pasarla por un proceso de blanqueamiento, llevó a la inmensamente torpe generalización de los mestizos con sangre negra, mulatos, cambujos, pardos y morenos, bajo la categoría de “indiada”.

Womack apunta sobre este fenómeno en el prólogo a la segunda edición de su monumental Zapata y la Revolución Mexicana, luego de aceptar que su libro tiene el fallo de ser omiso respecto a la participación crucial de los afromexicanos en la conformación de revolución y patria, que: “Así pues, ´hagamos caso omiso de África en México, asumamos para la mayoría el mestizo genérico´. La confirmación no tardó en llegar, en voz del intelectual mexicano más egregio de su tiempo, en su visión de ´la raza cósmica´. Y desde entonces, durante décadas, ni los intelectuales mexicanos ni los extranjeros se preguntaron por alguna significación específica de los mulatos para la historia o la sociología mexicana.”

Nada se hizo más allá de un par de menciones pictóricas en la Escuela del Muralismo Mexicano con Siqueiros, Rivera y todos los demás grandes maestros de la participación de los negros en la conformación de la identidad nacional: Juan Garrido, que trajo y sembró trigo por primera vez en Nueva España, el revolucionario Gaspar Yanga que logró en 1612 territorio libre otorgado por la corona en las inmediaciones de Córdoba, y nuestros héroes imposibles de negar: Morelos, Juan Álvarez, Vicente Guerrero, etc. La etapa posrevolucionaria del nacionalismo mexicano, constructora de los grandes relatos nacionales, negaron otros 100 años más la historia de la diáspora africana en México y su amplia participación en la vida del país. El surgimiento del cinematógrafo y la posterior Época de Oro del cine nacional sólo vinieron a reforzar uno de los equívocos más grandes en los discursos y políticas educadoras de este país. Todos somos o españoles o indios. ¡Y viva la raza de bronce!

Flaco, flaquísimo favor le hizo el gran José Vasconcelos no sólo a la “negrada” sino a la constitución de una verdadera mexicanidad con su hoy cuestionada Raza cósmica que aplanó la riqueza cultural de este país en un binarismo absurdo. Todos esos negros, mulatos, cambujos, pardos, prietos, morenos que traspasaron estoicamente siglos de ser ignorados, fueron finalmente triturados en la historia en lo que Womack llama con mucho sentido del humor “en la que convirtieron (y siguieron reconvirtiendo) el mestizaje, una estrecha y simplista ficción genética…” ¡Pácatelas!

* Es dramaturgo, periodista, investigador, editor fundador de la agrupación Mulato Teatro.