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Los tiempos de la transición parecieran ir en carriles separados desde las alturas del poder y desde las trincheras de los oprimidos. Lograr que la historia sea una sola implica luchar por transformar la realidad desde donde quiera que estemos. Ni escuchar únicamente los cantos de sirena ni apostarle a que las cosas siempre han sido así y no hay manera de cambiarlas. En el devenir histórico siempre habrá oportunidades para intervenir de manera consciente y organizada para acelerar las contradicciones y dialécticamente superarlas. Es lo que experimentamos al escuchar las voces alegres y entusiastas de mujeres y hombres de la comunidad indígena de Alpuyeca al decir alto y claro que será una realidad el municipio indígena. Es el mismo tono de lucha de los sindicatos que demandan respeto a sus derechos laborales recurriendo inclusive a la huelga misma. Es el grito de las mujeres que exigen justicia para los casos de feminicidio o presentación de mujeres desaparecidas. Ninguna lucha está perdida más que la que se abandona. Es el espíritu de los tiempos nublados donde aparece con su espada flamígera el ángel de la historia.

Concluye éste gobierno y López Obrador no resolvió, pese a promesas de campaña, el emblemático caso de la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, crimen de Estado reconocido, en el Segundo Informe del, en ese entonces, subsecretario de Gobernación, Alejandro Encinas y Presidente de la Comisión para la Verdad y la Justicia en el caso Ayotzinapa, en el que el gobierno se negó a entregar la información que los padres y madres han venido exigiendo, para proteger descaradamente al ejército. O los graves casos de asesinatos de los defensores de las comunidades y el medio ambiente y los derechos humanos, donde destaca otro crimen de Estado, el caso de Samir Flores, que quitó de en medio al principal opositor a la termoeléctrica en Huexca. A pesar de las expectativas populares que ha generado el triunfo de Claudia Sheinbaum, su compromiso no solo con la continuidad en general, sino en particular sobre el papel de las fuerzas armadas y la Guardia Nacional, muestran que aunque López Obrador ya ha anunciado que le pasará el tema al nuevo gobierno, la única solución sólo podrá venir de la exigencia del movimiento de los 43 y por los derechos humanos de continuar en la lucha sin esperar que graciosamente, desde arriba, llegue la solución. Recordemos que una de sus primeras acciones de gobierno fue la creación de la Guardia Nacional bajo el control de los militares, en lo que fue uno de sus giros más reaccionarios en tanto profundizó la militarización del país, criticada por Morena durante los sexenios de Calderón y Peña Nieto. López Obrador se apoyó en las Fuerzas Armadas para un sinfín de tareas propias de la administración pública, entregándoles el cargo de las tareas de seguridad y aumentó su presencia y poder en la vida política nacional. Lo anterior acompañó la recomposición de la imagen del ejército, altamente cuestionado por su papel en la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa.

En materia de violencia el régimen obradorista ha seguido los lineamientos de “seguridad” y militarización impuestos por el imperialismo norteamericano al Estado Mexicano por al menos cinco décadas.

En México la espiral de violencia no ha dejado de crecer involucrando ejecuciones, secuestros y torturas a la población, masacres a pueblos originarios, asesinatos de luchadores sociales y periodistas, feminicidios, todo mientras aumentan las actividades del llamado crimen organizado y la militarización como respuesta espuria, es decir no solamente inútil para acabar con la crisis de violencia sino parte fundamental del problema.

La permanente violencia y al mismo tiempo la militarización, reflejan un problema mayor que un fracaso de política de seguridad pública. Es resultado de la subordinación del Estado a los intereses del imperialismo y a un capitalismo neoliberal que, desde la caída del Muro de Berlín y su auto declaración como ideología triunfante, desconoce conquistas históricas de la clase trabajadora y de los pueblos, incluso en el terreno legal, para avanzar en una política de despojo, acumulación y enriquecimiento sin freno en los países dependientes y semicoloniales.

El tema de las fuerzas armadas es muy complejo pues más que militarización para propósitos represivos inmediatos se trata de un militarismo que proyecta a las fuerzas armadas, al Ejército y la Marina, en importantes posiciones del aparato del Estado más allá de las funciones que les reconoce la Constitución. De esta manera se convierten en administradores y salvaguardas de nuevas empresas estatales, cobrando directamente los recursos ahí generados. En la nueva conformación del régimen político se convierten así en parte de los sectores hegemónicos de las clases dominantes.

Estamos convencidos de la necesidad de construir una alternativa de la izquierda independiente que enfrente decididamente tanto los ataques y la política entreguista de la derecha tradicional como las políticas de continuidad neoliberal que mantiene el gobierno, que enfrente la subordinación al imperialismo y que luche por conquistar una sociedad superior al capitalismo decadente en el que nos encontramos, de la mano de la clase trabajadora y los pueblos indígenas, campesinos, y con las mujeres al frente. Reafirmamos como Bloque de Izquierda la necesidad de levantar una alternativa clara a favor de la independencia política como clase trabajadora de las personas más explotadas y oprimidas, y un programa que recoja las demandas y aspiraciones campesinas, obreras y populares. Por lo que vemos una gran oportunidad para comenzar a construir un amplio bloque de izquierda independiente del gobierno y la oposición conservadora, anticapitalista y antipatriarcal. La lucha continúa hasta lograr que todos los derechos sean para todas y todos, porque gobierne quien gobierne, los derechos se defienden.