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Andrea Álvarez Sánchez

La primera vez que vi a un loco tenía nueve años. Al salir a la calle, mi nana y yo vimos a un señor tirado en el piso, con la camisa abierta y el cabello enmarañado. Al regresar del paseo ahí seguía: ahora estaba parado, como una estatua, sin moverse ni hablar. Por su expresión, parecía estar en un lugar muy lejano, en un planeta inalcanzable. De pronto, el hombre volteó hacia nosotras y con ungesto errático gritó: «¡Ustedes, hasta en patines; y la perra, sin zapatos!». Nos alejamos asustadas, pero al mismo tiempo riéndonos. «Es un loco», dijo ella. Un telar de preguntas existenciales sobre el mundo se formó en mi cabeza.

Mi padre me explicó que la locura se asocia a la pérdida de contacto con la realidad y se puede manifestar de diferentes formas: delirios, alucinaciones visuales y auditivas, o comportamientos irracionales. También me dijo que puede variar dependiendo de la persona y el contexto, pero en general se refiere a un estado mental desviado de la norma en cuanto a pensamientos, emociones o comportamientos. 

Aunque en un inicio fue una escena impactante y perturbadora, después nos habituamos a ver al loco en nuestra calle. La gente le llamaba «El Güero-loco». En su rostro se reflejaba el horizonte silencioso. La pupila eclipsaba el verde de sus ojos. Irradiaba un misterio perturbador. Al mirarlo sentía que caía en un pozo sin fondo. «No lo veas a los ojos», la nana me advirtió. 

A solas en la casa, la curiosidad me llevó a abrir la enciclopedia de mi padre. Ahí aprendí que en la década de 1950 sucedió un hito importante en el campo de la psiquiatría y el tratamiento de enfermedades mentales: el químico francés Henri Laborit descubrió la clorpromazina, el primer antipsicótico. 

El Güero-loco, sin embargo, daba vueltas hablando solo. A veces ululaba un río de murmullos apenas audibles y a veces se exaltaba: «¡Escuchen al Ángel de la Independencia! ¡Las agujas del reloj marcan el paso inexorable del tiempo! ¡Sientan el latir frenético de la revolución!». La nana lo callaba echándole agua bendita y asomando el crucifijo desde la ventana.

Más adelante leí que el doctor Oliver Saks, neurólogo y escritor británico-estadounidense, autor de El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, dijo que «La medicina es el nuevo sacerdocio y los médicos son los nuevos sacerdotes». Con el pasar de los años se han llevado a cabo más investigaciones y ensayos clínicos que han conducido al desarrollo de nuevos medicamentos.

En una noche lluviosa el Güero-loco se refugió dentro de un coche abandonado frente a la casa. En las mañanas, yo salía de la casa y el Güero-loco se asomaba desde la ventanilla del automóvil para exclamar sus frases «¡El rey ha caído!», «El derecho es un faro que ilumina el camino de la justicia», «¡El caldo de ostión es el símbolo de lucha por la redención!». Quién sabe cuánto tiempo vivió dentro del vehículo, pues un día nos cambiamos de casa y nunca más volví a ver al Güero-loco.

Actualmente hay una amplia y detallada clasificación de los trastornos mentales. Gracias a estos medicamentos muchas personas con enfermedades como la esquizofrenia o la psicosis pueden ser tratadas y seguir adelante con su vida. Hoy en día hay cada vez más conocimiento y acceso a medicamentos para estas problemáticas. Me pregunto qué habría sido del Güero-loco si hubiera recibido tratamiento.

Sin embargo, a veces es difícil determinar qué es y qué no es locura. Porque ¿no todos estamos un poco locos?

Exvoto a los antipsicóticos. Taller de exvotos de Andrea Álvarez Sánchez, 2023.

https://www.andreaalvarezsanchez.com/

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