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El trágico episodio del Segundo Imperio Mexicano está estrechamente ligado a Cuernavaca. A pesar de que Maximiliano de Habsburgo solo estuvo en la eterna primavera de manera intermitente a lo largo de 1866, ello ha sido suficiente para crear una página de romanticismo que las más de las veces se inclina hacia la leyenda en vez del rigor histórico. Bien es sabido que Cuernavaca era una localidad de marcada tendencia conservadora e imperial, y por ello la reducida sociedad local se sintió honrada con la distinción que hicieron los emperadores al elegir el lugar como uno de sus sitios de descanso. En primer término, les ofrecieron el Palacio de Cortés como residencia, pero Maximiliano cuidadoso de las formas, declinó el ofrecimiento al ser la centenaria casona aún propiedad de los descendientes del conquistador. El problema quedó zanjado cuando en cambio aceptó la residencia que fue de José de la Borda y sus jardines, a su vez Maximiliano se hizo de una huerta en Acapantzingo donde edifico una minúscula casa de campo bautizada como “El Olindo” pero que él prefirió llamar el “Petit Trianon”

Salvo la infausta noticia de la muerte de Leopoldo, el Rey de los Belgas, que su hija Carlota recibió en Cuernavaca, los breves momentos en la eterna primavera fueron idílicos. Los emperadores y su sequito disfrutaron de las bondades del clima, agradables banquetes, largas cabalgatas, así como de la hospitalidad local. De aquellas jornadas ha quedado constancia en la abultada bibliografía sobre el imperio, particularmente en las crónicas de José Luis Blasio, Carl Kevenhuller, Paula Kollonitz, así como en los lienzos monumentales de José Luis Tarazona que retratan el trayecto en diligencias a Cuernavaca, un sarao en los jardines del Borda y la imagen de una bella Concepción Sedano “La India Bonita” espiando al austriaco detrás del tronco de un gran árbol.

La leyenda imperial en Cuernavaca, tiene su eje principal en los amores de Maximiliano con la India Bonita, a quienes unos describen como hija de uno de los jardineros del Borda y otros para hacer más picante la historia, como la esposa. Se dice que Maximiliano incluso concibió el “Petit Trianon” de Acapantzingo como el perfecto nido de amor para su joven y bella amante cuernavacense.

La historia se interrumpe a fines de 1866, cuando el emperador, ante la inminente caída del imperio debe decidir si abdicar o continuar al frente de su fracasado imperio. No vuelve a Cuernavaca, pero a partir de ahí surge la leyenda de que Concepción Sedano, quedó embarazada y dio luz a un hijo natural del emperador quien recibió el nombre de Julio o Julián Sedano. Incluso autores serios como Joan Haslip en “The Crown of México” dejó correr la versión de que el niño fue adoptado por una familia Bringas, imperialistas de Veracruz, quienes lo criaron y se hicieron cargo de él. La leyenda en algún momento sitúa a Julio o Julián, siendo asistente de Rubén Darío cuando el poeta nicaragüense fue cónsul de su país en Barcelona. Asimismo, se dice que fue muy parecido a su padre, que se dejó crecer la barba como el malogrado emperador, solo que la barba en vez de ser rubia fue negra azabache. La historia no dice que fue de la India Bonita, pero en cambio, tras Barcelona, Sedano apareció en Paris donde lo sorprendió la primera guerra mundial. Se sostiene a su vez, lo cual suena lógico, que Sedano tuvo todos los motivos de sobra para alimentar un rencor hacía Francia, no en vano él era mitad austriaco y Napoleón III abandonó a su padre a su suerte empujándolo al patíbulo en Querétaro.

En algún momento de la guerra, Sedano se convirtió en espía del imperio alemán. No pasó mucho tiempo sin que ser descubierto por los franceses, apresado fue sometido a un consejo de guerra y fusilado en Vincennes en alguna fecha próxima a la ejecución de Mata Hari.

La historia digna de un “thriller” de espías, en mi opinión no deja de ser más que eso, a diferencia de Carlota de quien si se cree fue madre del mariscal Maxime Weygand, fruto de sus amores con el coronel Alfred Van der Smyssen, jefe de los voluntarios belgas en México, los amores de Maximiliano y la India Bonita no parecen tener mayor sustento histórico. Hace algunos años tuve la oportunidad de consultar los libros de bautismo de la hoy catedral de Cuernavaca, minuciosamente busqué a conciencia las posibles fechas del nacimiento de Sedano y no encontré nada al respecto.

Durante la década de los veinte del siglo pasado, el presidente Calles hizo de Cuernavaca su sitio de ocio, entonces la ciudad no solo fue el epicentro político de México sino se convirtió en un destino turístico de primer orden. En aquellos años también se estableció el embajador Morrow en la calle que hoy lleva su nombre y patrocinó los soberbios murales de Diego Rivera en el Palacio de Cortés, hoy coincidentemente la casa que fue de Morrow es el restaurante “La India Bonita”. En aquellos años, se comenzó a robustecer la versión de los amores furtivos de Maximiliano con la India Bonita, para darle un halo de romanticismo a Cuernavaca como destino turístico. Ahí nació el primer restaurant “La India Bonita”, predecesor del actual.

Es innegable que esta historia, más allá de la leyenda y de romantizar la figura de Maximiliano, no deja de dar lustre a Cuernavaca y sin duda quienes la alimentaron a principios en la segunda década del siglo pasado, lograron una espléndida campaña de promoción para la ciudad.

*Escritor y cronista morelense.

Un grupo de personas junto a un caballo

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Maximiliano y La India Bonita, Salvador Tarazóna, acervo Jardín Borda. Cortesía del autor