loader image

 

Mucho se ha abundado en este espacio con respecto a las bondades de Cuernavaca, a su identidad e incluso al lustre en todos los campos perdido con el cambio de siglo. También al patrimonio, bagaje cultural y la riqueza del pensamiento de tantos nativos y vecinos de la ciudad que se traduce en las letras, el arte, la ciencia, el cine, la música, la academia, el periodismo, el activismo social y ambiental entre diversos rubros. Ello al final redunda en una pluralidad que nutre a Cuernavaca como un sitio único en México, tal como lo ha sido desde tiempos precortesianos.

Nuestras luces son muy marcadas, pero también lo son nuestras sombras, a la anarquía urbana, falta de oportunidades e inseguridad, se añade el descuido por el patrimonio histórico y artístico de la ciudad. Son muchos los ejemplos, una muestra palpable lo constituye el patrimonio escultórico de la ciudad: la Paloma de la Paz, puerta de acceso al norte de Cuernavaca está vandalizada, el monumento a Juárez también lo ha sido previamente, el monumento a Ávila Camacho sin placa desde hace lustros, ahora su pedestal es utilizado para colocar cartulinas fluorescentes señalando la ruta hacia fiestas y reuniones. El pedestal del Quetzalcóatl también de Víctor Manuel Contreras tampoco se ha salvado. El busto de María Félix en Gualupita hace mucho que desapareció. El monumento ecuestre a Cortés, obra de Aparicio y probablemente el único en México, como si de una broma de sus detractores se tratara, yace literalmente enjaulado entre la maleza del rastro de la ciudad.

Sin embargo, la joya de la corona en cuanto a atentados al patrimonio histórico y artístico de Cuernavaca se refiere, es el que atañe al “Morelotes”, la monumental talla en piedra del General Morelos, obra del guanajuatense Juan Fernando Olaguíbel Rosenzweig quien también fue autor de la Diana Cazadora, la Fuente de Petróleos y el monumento al Pípila en su tierra natal. El “Morelotes” fue tallado en piedra volcánica en 1942 y desde 1946 fue colocado a un costado del Palacio de Cortés, convirtiéndose desde entonces en un referente obligado de identidad no solo para los cuernavacenses sino para los morelenses. Al igual que el monumento al general Carlos Pacheco, afortunadamente rescatado y ubicado en su sitio original, forma parte no solo del patrimonio de la ciudad sino de su vida cotidiana.

El “Morelotes” fue reubicado a la plaza de armas, y después devuelto a su plaza original. Sin embargo, la tragedia no estriba en el peregrinar del monumento de una plaza a otra, sino que, en 1993, durante la administración municipal de Luis Flores Ruiz, se permitió que artesanos y plateros ambulantes invadieran la plaza al sur del Palacio de Cortés. El atentado se consumó con el visto bueno de las autoridades municipales amparándose en evitar un conflicto con los plateros. Pero lo que lo que no ponderaron fue la estocada mortal a un centro histórico que perdió su atractivo, ocasionando no solo un daño al patrimonio y calidad de vida de los cuernavacenses, sino impactando la actividad económica de los comerciantes y prestadores de servicios formalmente establecidos en el sitio.

Como es sabido, el Palacio de Cortés es una de las edificaciones civiles, tras la conquista, más antiguas de tierra firme americana. Ha visto pasar a Cortés y a sus descendientes, a Morelos, a Juan N. Álvarez, Juárez, Ocampo y Diego Rivera entre tantos. Ha sorteado guerras extranjeras, revoluciones, y al devastador sismo de 2017 que cimbró sus cimientos. Hoy alberga al más importante museo en el Estado de Morelos.

Su pequeña plaza al sur del edificio fue una de las más bellas de México, el propio palacio, así como la imponente vista del valle de Cuernavaca, le dieron un entorno idílico que quedó plasmado en tantos testimonios gráficos. El “Morelotes” cerró la pinza en ese magnífico escenario.

Los plateros hoy tienen el espacio convertido en un muladar, con improvisadas estructuras y plásticos pretenden darle la imagen de una plaza comercial, asemeja más un baño público que un espacio mercantil y es un destacado monumento a la anarquía y a la impunidad.

Los plateros tienen todo el derecho a ganarse el pan honradamente, a lo que no tienen derecho es a privar al resto de la ciudadanía de un espacio histórico y público que pertenece a las familias de Cuernavaca. Las autoridades de los tres niveles de gobierno tienen a su vez la obligación de encontrar una solución reubicando a los plateros a quienes ellos mismos consintieron y permitieron establecerse en 1993 y restituir a la ciudad su patrimonio y espacios públicos, pues la omisión también entraña responsabilidades.

*Escritor y cronista morelense.