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Todos estamos preocupados por la violencia rampante, cebada por la impunidad generalizada que vive Morelos. Prácticamente todos los días publicamos casos de muertes, balaceras e injusticias, tantos, que pareciera que estamos condenados a vivir en una sociedad bañada en sangre y lágrimas; que se ha instalado en el territorio morelense una forma de vida que hubiera espantado a nuestros padres y abuelos.

Pareciera ser también que ya son parte de la nueva escenografía del estado las protestas de familias y colectivos que piden paz y tranquilidad para una ciudadanía que se encuentra a expensas del crimen organizado y hasta de delincuentes de poca monta que se sienten protegidos por la pasividad de las autoridades.

En este contexto, más allá de las creencias personales de cada cual, que una organización histórica y multitudinaria como lo es la Iglesia Católica en México levante la voz y haga suyos los reclamos de la mayor parte de los ciudadanos, es algo que, por lo menos, debería hacer recapacitar a los gobiernos sobre la forma en que está atendiendo el problema de la inseguridad.

No hay opiniones de credo, no hay consideraciones económicas, ni posturas políticas, es simplemente la demanda de menor impunidad y mayor justicia y seguridad. Exigencias que comparten todos los habitantes del estado, más allá de su confesión, ocupación, edad o sexo.

De acuerdo al Obispo de Cuernavaca y Secretario de la Conferencia Episcopal Mexicana, Ramón Castro Castro, México salpica sangre por una descomposición moral que vive gran parte de su población. Una descomposición marcada por “la dictadura del relativismo” en donde cada persona vive y acepta su propia y particular realidad olvidándose de la colectividad, de la comunidad que ha sido la forma ancestral de vida del ser humano, es por eso que estos fenómenos de violencia se traducen ya en una “crisis antropológica verdaderamente preocupante”.

Este egoísmo a ultranza parece permear a funcionarios y gobernantes que consideran cualquier manifestación de queja en una agresión política personal, como si no fueran ellos mismos ciudadanos que, en algún momento, también estarán a expensas de los monstruos que dejaron crecer por no hacer nada cuando tuvieron la oportunidad

El Obispo le comentó a este diario algunas experiencias sanguinarias que han conocido los sacerdotes por parte de fieles víctimas de esta descomposición. Son tantas, dice, que las confesiones y pláticas de sanación espiritual se han convertido en lo más pesado de la práctica sacerdotal para muchos curas.

Pero no solo es la queja de la Iglesia Católica que se suma a la de miles de morelenses y mexicanos, además de diversas acciones simbólicas, preparan sugerencias específicas que se presentarán el Encuentro Nacional por la Paz que se va a realizar del 21 al 23 de septiembre en Puebla y que entregaráa la próxima administración federal, cuando sea elegida.

Por lo pronto, no debemos subestimar ningún esfuerzo si éste ayuda en cualquier medida a recuperar un poco de paz en nuestra sociedad y en mejorar la realidad en la que se están desarrollando las nuevas generaciones de morelenses y mexicanos.

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