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El territorio morelense fue marcadamente agrícola desde tiempos inmemoriales, la bondad del campo, agua y clima forjó nuestro destino. Los referentes son muchos y parten desde los olmecas asentándose a la orilla de los entonces abundantes cuerpos de agua o labrando motivos asociados a la flora en los petrograbados de Chalcatzingo. La caída de Xochicalco, importante centro surgido tras el fin de Teotihuacán, se dio alrededor del año 900 de nuestra era, motivado por una rebelión que fue la respuesta a una elite opresora, pero seguramente también a una fuerte hambruna. Los antiguos mexicanos a su vez tuvieron en el maíz domesticado no solo el pilar de su vida cotidiana sino un elemento de primer orden en su rica cosmovisión. Cuando los tlahuicas se asentaron en el valle de Cuernavaca cultivaron con pericia el algodón, convirtiéndose en tributarios de tan importante insumo para el imperio mexica. A lo anterior se añade que la siembra del maíz temporalero fue hasta el siglo XX la base de la alimentación de las familias morelenses, hoy subsiste el Cuexcomate de reminiscencia prehispánica no como troje familiar sino como la artesanía local por excelencia, en comunidades como el municipio indígena de Xoxocotla, aún se usa el “cuartillo” medida de origen virreinal que establece el consumo de maíz diario para una familia campesina.

Al maíz, le sucedió la caña de azúcar, introducida por Cortés cuando se estableció en Cuernavaca, su éxito fue tal, que cubrió nuestro pequeño pero fértil territorio con más de 30 ingenios azucareros a partir del siglo XVI, para principios del siglo XX, Morelos era uno de los principales productores azucareros del planeta. Hoy casi 500 años después, la caña continúa siendo el principal y más próspero cultivo en el estado. A la bonanza azucarera se añade un marcado acento social, desde el nacimiento de los ingenios azucareros surgieron conflictos entre los hacendados, dueños de las fábricas de azúcar, y las comunidades por la disputa de aguas y tierras. Estos enfrentamientos derivaron tras siglos de controversias, en el estallido de la Revolución del Sur en marzo de 1911 y en la consolidación del Zapatismo y su caudillo en la expresión más genuina y popular de la Revolución Mexicana. El Zapatismo a partir de entonces emergió como bandera del agrarismo en México e inspiración fuera de nuestras fronteras, movimiento que marcó el rumbo de la identidad morelense a partir del 10 de abril de 1919.

El agrarismo nacido de la revolución definió la vida en Morelos a partir de entonces, si bien es cierto que surgieron otros sectores como el turismo, o la zona industrial de Civac, por cierto, construida en las mejores tierras arroceras del valle de Cuernavaca, Morelos fue un estado preponderantemente agrícola hasta la década de los setenta. Al presente siglo lo caracteriza un crecimiento desordenado y una explosión demográfica que mutó a Morelos de rural al urbano, tendencia que se veía venir desde fines del siglo pasado, particularmente con la migración masiva de capitalinos tras los sismos de septiembre de 1985. Entonces el agrarismo en la entidad, dejó de ser ideología para convertirse en oportunismo político. La figura de Zapata ya no representa un compromiso o una asignatura pendiente con los hijos y nietos de los soldados-campesinos, sino un botín del cual echar mano en tiempos electorales, el 8 de agosto o el 10 de abril.

Buena parte de la clase política piensa que ser zapatista es organizar una cabalgata con abundante cerveza, ponerse chueco un sombrero tejano o hacer una guardia de honor en Chinameca. Incluso descendientes del caudillo o quienes se ostentan como tales, buscan un provecho económico o un protagonismo político para su beneficio, quedan afortunadamente sucesores de Zapata, como la familia Manrique Zapata quienes con enorme dignidad y responsabilidad asumen su histórico legado.

A todo lo anterior se suma el grave abandono al campo morelense acentuado de 2018 a la fecha, la actual administración se va en unos meses, pero el problema se queda y no será fácil levantar nuestro sector rural, donde los ejidatarios se han hecho viejos, sus hijos no encuentran porvenir en labrar la tierra y es más atractivo migrar a Estados Unidos, a los núcleos urbanos o rentar o vender sus parcelas por medio de una Cesión de Derechos.

Solo quedan a salvo esfuerzos privados como los dos ingenios azucareros del grupo Beta San Miguel o los floricultores. El gran reto de la próxima gobernadora será ver por los hombres y mujeres del sector rural y restaurar la productividad de un campo abandonado y el prestigio de un agrarismo que vive su ocaso.

«Quezcomatl-Troje Morelense» Erasto Cortés

*Escritor y cronista morelense.