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Aprovechando que el inicio del año es propicio para reflexionar sobre cuestiones que nos atañen a todos, voy a referirme a lo que podría ser “el sueño mexicano”.

Como punto de partida, y a manera de parangón, traigo a colación una expresión arraigada, utilizada y perseguida por muchos en el mundo, la de “el sueño americano”. Se trata de un anhelo, una ilusión o, simplemente eso: un sueño. Sabemos quiénes lo buscan, cómo lo buscan y dónde lo buscan. En esa búsqueda apuestan todo y arriesgan todo: familia, recursos, maltratos, privaciones e, incluso, la vida. Las olas de miles de migrantes actualizan, día a día, en todas las fronteras de nuestro país, una realidad que ha dejado de ser una mera corriente migratoria para tornarse en una cuestión de mayor envergadura, que rebasa lo meramente político y binacional, hasta ser una problemática multinacional, con fuertes ingredientes sociales y humanitarios. Los aspectos de salud, de seguridad, de dignidad humana y de integridad personal y familiar salen a flote en todo momento. En esas realidades permea permanentemente el recordatorio de los derechos humanos.

Con independencia de las cuestiones que los migrantes sufren y padecen en sus países de origen, que los obliga a huir, lo ciento es que pretenden llegar a los Estados Unidos de América, para lograr lo que tienen inculcado: alcanzar el sueño americano, el cual se identifica con mejores condiciones de vida y palpables logros materiales y patrimoniales: una casa, un vehículo, un trabajo, una familia, etc. y, como corolario, la residencia migratoria. Es la pretensión de cientos de miles de personas que buscan llegar al territorio estadunidense, sean mexicanos, centroamericanos, asiáticos, africanos, sudamericanos.

Bajo ese esquema, cabe preguntarse ¿habrá un sueño mexicano? en su caso, ¿que lo distingue? ¿debe ser igual al sueño americano? ¿se trata de imitar la vida gringa? De entrada, no hay equiparación en las cuestiones materiales, que es el sello identificador norteamericano, pues a los ojos de quienes quieren cruzar la frontera, México no les ofrece ese atractivo. Ante eso, debemos descartar que un sueño mexicano se corresponda con una mejor vida en lo material.

Así las cosas, el sueño mexicano debe tener sus propias características. En una sociedad polarizada y dividida desde el poder presidencial, el común denominador para todos, que no es exclusivo de nadie, ni de ningún actor político, es el de los derechos humanos. Ahí debe radicar la esencia de lo que denominemos “sueño mexicano”. Se trata de un anhelo y aspiración individual y de la sociedad. Cuando todos y todas nos sometemos al respeto y cumplimiento de los derechos humanos estaremos alcanzando un logro colectivo. Esto se refleja en que nadie queda exento de la aplicación de la ley.

Debe quedar claro que la ley sí es la ley, y que quienes pregonan lo contrario, en realidad están obstruyendo el fin social común, tornándose en un obstáculo para el desarrollo armónico de la sociedad. Por supuesto, esto aplica a los particulares, quienes no se pueden escudar en su condición de no tener carácter de autoridad para no ser responsables de violentar los derechos humanos. Pienso en casos determinados de los que delinquen e infringen la ley, quienes luego de ser procesados bajo reglas penales y administrativas, la sentencia que se dicte en su contra debe incluir un razonamiento con enfoque en derechos humanos. Cuántas veces no vemos imágenes de personas vejadas y sobajadas en su dignidad por los delincuentes. Es momento en que todos, sin distinción, sean puestos bajo el imperio de los derechos humanos, sean servidores públicos, autoridades o particulares y acarrearles consecuencias legales.

Vislumbro en el horizonte un México lleno de derechos humanos, en que las autoridades asumen y son las primeras en procurar y establecer las condiciones de respeto y exigiendo su cumplimiento a todos; donde las instituciones públicas protectoras de derechos humanos son auténticos valladares en la lucha por el respeto a la dignidad de las personas y exigiendo con vigor y fuerza a las autoridades que cumplan lo suyo; donde las organizaciones de la sociedad civil dan acompañamiento a las víctimas de violaciones a derechos humanos sin descanso y sin condiciones; donde los actores políticos se comprometen genuinamente por los derechos humanos sin anteponer intereses partidistas; donde las personas y familias tienen pleno conocimiento de sus derechos y los hacen valer. En suma, un México siendo un ejemplo en el concierto internacional de naciones.

Ese el sueño mexicano. Los sueños siempre han sido la antesala de realizaciones y de realidades. Hagamos realidad el sueño mexicano.

* Investigador del Programa Universitario de Derechos Humanos de la UNAM.

eguadarramal@gmail.com