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Ekiwah Adler Beléndez

La poesía puede ser una fuente para la risa. Si olvidamos esa relación es solo porque estamos mal acostumbrados a asociar a la poesía con una solemnidad filosófica que pertenece más a los academistas con esterilidad creativa, que a los poetas.

Un buen o gran poema cómico a diferencia de un simple chiste debe tener los elementos primordiales del quehacer poético para sostenerse: hablar a través de imágenes y metáforas, pausas versales, ritmos, símbolos y silencios.

Un buen poema cómico por tanto no es menos introspectivo, crítico y bello que los que abordan su materia desde la seriedad. En su liviandad hay muchas veces una gran profundidad que se presenta de manera digerible para el lector.

Una de las definiciones de la poesía misma es el juego del lenguaje. Sus amplias posibilidades subversivas más allá de las reglas ortodoxas de la gramática y la sintaxis. Ese con frecuencia es también el territorio del humor porque, al final del chiste nuestras expectativas van hacia un camino equívoco y eso nos causa risa y asombro.

Declaro entonces que la poesía y el humor siempre han sido primos cercanos y que un poema cómico es a veces más difícil de lograr que uno solemne.

Prueba de ello es la lección que me dieron unos jóvenes en un centro de detención, donde estoy dando varios talleres de poesía. Si no digo más detalles de los jóvenes es para proteger su identidad. Lo que sí puedo mencionar de ellos es que tienen menos de 18 años. En mis recitales siempre leo poemas propios y de otros autores. Creo que al recitar poemas nuestra tarea es ser embajadores de la poesía no solo sirvientes de nuestros egos y obra. Nombro y analizo aquí algunos fragmentos de los poemas cómicos que leí durante el taller en el centro de detención. Está la oda a la caca, que es un texto anónimo y que según algunas páginas retoman en su versión original a un poema anónimo escrito en castellano medieval. Si bien es un poema jocoso, cumple con una métrica y rima que revelan una exigente proeza literaria:

De los Placeres sin pecar,

el más dulce es el cagar…

En este lugar sagrado

donde acude tanta gente

hace fuerza el más cobarde

y se caga el más valiente.

Me atrevo a declarar que tal poema es una invocación indirecta a la humildad. Todos la cagamos metafórica y físicamente y eso nos iguala. Leer tal poema disminuye cualquier aire de superioridad al digerir su contenido. Los Poeminimos de Efraín Huerta deben añadirse a ese repertorio. Descubrimos ahí el significado de viejos refranes como si fueran nuevos. Nos damos cuenta de que cada vez que nos encontramos con un dicho existe la posibilidad fresca de resignificarlo: “Del dicho al lecho/ hay un largo trecho”, otro: “¿y si me caigo qué? Del cielo no paso”.

El reconocido poeta Billy Collins vincula al sentido del humor con el verso inesperado. En el poema “Letanía” comienza comparando trilladamente a su amante con el pan, el cuchillo y el vino de hasta ir a su máxima exageración e iluminar en el proceso, nuestro lado absurdo al estar enamorados. Ciertamente no eres el aire oloroso del pino ni las bellotas…

El celebrado poema de William Carlos “Esto es solo para decir…” se disculpa a un oyente desconocido (que podría ser el lector) por haberse comido las ciruelas que aquel guardaba para su desayuno. Su genialidad consiste en la distribución de los versos. Queda entredicho en las pausas y sutileza de los versos lo contrario: está contento de haberse comido las ciruelas incluso regocijándose de que al lector no le tocó ninguna. Los poetas del humor parecen difíciles de encontrar, pero una vez que la búsqueda inicia salen a borbotones y abarcan un campo vasto de estilos y épocas.

Durante el recital, me asaltan las miradas de estos jóvenes; su risa, su inocencia más allá de lo que haya o no hayan hecho. Ellos me piden más poemas de risa dándome una conclusión obvia pero fácil de olvidar: no se debe subestimar el poder del humor en la poesía para aumentar la alegría colectiva de un grupo y disminuir sus tensiones y rivalidades. Sus contextos están cargados en muchas ocasiones de violencia, injusticia y la posibilidad de años de prisión. Un buen poema de risa puede en muchas ocasiones proporcionarles más alivio que mis grandilocuentes consejos o la práctica a veces forzada de la introspección y la catarsis. Mary Pettibone Poole afirma que «aquel que ríe, sobrevive.» Eva Hoffman declara «no hay nada como un destello de humor para recordarle a alguien que un ser humano está palpitando detrás de cada rostro extraño.»

Subrayo aquí que tengo la suerte de trabajar en un centro que lejos de ser hostil busca darles a las jóvenes herramientas para enfrentar sus problemas, pero aun así se siente la presencia de un abismo: en solo unos meses recibirán una sentencia los juzgarán inocentes o culpables. En ese abismo la risa desde la poesía propicia un lugar donde pueden sostenerse en juego del lenguaje, con su fuerza liviana, incontenible.