loader image

 

La violencia como ruta de transformación

 

Si entendemos la violencia como el uso de una fuerza superior que se impone y domina sobre la dignidad y capacidad humana, es evidente que bajo esta condición ninguna persona podría desarrollar libre y plenamente sus planes e intereses presentes y futuros.

Por eso, la erradicación de la violencia en todas formas cuenta con un amplio respaldo cultural, jurídico y político en la actualidad. Sin embargo, la historia nos muestra que, a pesar de los esfuerzos políticos y jurídicos, sigue siendo parte de muchas dinámicas sociales.

Ahora bien, reconocer la noción de poder dentro de la violencia nos permite comprender porqué determinadas personas tienen la capacidad para imponer sus deseos e intereses por encima de los demás. Y también, nos permite advertir la existencia de una condición de desigualdad.

Cuando los campesinos o los obreros se organizan para exigir mejores condiciones laborales, lo hacen desde su desigual condición económica. Para detener esta violencia económica (por pagar salarios bajos o negar mejoras en las condiciones laborales), quienes detentan el poder suelen usar la violencia para reprimir movilizaciones de protesta y obligarlos a soportar el orden establecido.

Al conocer al violentador, su poder y prácticas de dominación podemos identificar a qué nos enfrentamos y reconocer qué derechos nos afectan. Es en este momento, cuando la violencia puede comenzar a ser vista como una ruta para la transformación de las condiciones desiguales de dominación.

La violencia que tanto nos afecta y queremos erradicarla de nuestras vidas, nos enfrenta a nuestros miedos y enemigos para transformarnos desde nuestras debilidades, luchando contra la amenaza de los daños permanentes que causaría o causa su perpetración.

Una parte fundamental en la lucha contra la violencia es evitar su repetición. A lo largo de la historia, los movimientos de protesta han buscado implementar mecanismos institucionales de control de la violencia. En México, durante el siglo XX, pasamos del uso de las armas como mecanismo de cambio institucional, por el de las urnas. Pero costó la vida de miles de personas para lograr esta transición.

Ahora, en los primeros 20 años del siglo XXI, la violencia criminal crece como fuerza amenazante; además de otros tipos de violencia: económica, política, de género, institucional, sexual, o emocional. Las luchas que se han realizado, no sólo buscan enfrentarla y erradicarla, sino sentar las bases legales, políticas e institucionales para que no se vuelva a repetir.

Por eso, el derecho a la seguridad, a vivir sin miedo y sin amenazas, forma parte de la agenda pública para impedir que la violencia sea utilizada como un mecanismo de dominación y control en la toma de decisiones.

Me parece que una parte de la condición humana es violenta, por lo que enfrentar nuestros miedos, amenazas y violencias será una lucha permanente y hasta natural que debemos realizar durante nuestras vidas para defender la dignidad humana de todas las personas, seres vivos y recursos de nuestro planeta, pero siempre será más sencillo si partimos de las experiencias del pasado.

* Investigador en ciencias sociales.