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Lemercier, ese gran desconocido

(Primera parte)

 

Empiezo estas líneas con el recuerdo de un gran hombre que se adelantó a su tiempo con sus ideas de avanzada para implementarlas al interior de los conventos benedictinos. Su nombre, Gregorio –Joseph- Lemercier (Bélgica 1912 – México 1987) a quien vine realmente a conocer, al igual que a don Sergio Méndez Arceo, ya muerto.

En vida, nunca nos encontramos, sé que luego de su salida del Monasterio de Santa María de la Resurrección, ubicado en la zona boscosa de Ahuacatitlán, pueblo al norte de Cuernavaca, cansado ya de su búsqueda de ser escuchado por la conservadora jerarquía vaticana y agobiado por una grave enfermedad irreversible, falleció antes de que hubiéramos podido entablar una franca conversación él y quien esto escribe. Tenía yo tantas preguntas que hacerle acerca de cuestiones que oscilan entre la fe y la humana naturaleza y que sé que él me las hubiera podido contestar.

Platiqué 20 años después con uno de los jóvenes monjes de aquel entonces que tras su salida del Monasterio y continuar con sus estudios en la UNAM, se convirtió en un gran psicoanalista en Cuernavaca, el inolvidable Alejandro Chao Barona. Felizmente el poeta y activista social Javier Sicilia me sugirió lo entrevistara para mi libro Los Volcanes de Cuernavaca. Querido Javier, te sigo dando las gracias por esa feliz recomendación. De Chao Barona recuerdo sobre todo la frase: “Todo aquel que ingresa a un monasterio de clausura, lleva el alma rota”.

Creo saber con alguna precisión o tal vez adivinar, lo que sucedió años antes de su partida. Intentaré recordarlo, tal vez se me escapen algunos detalles, pero lo esencial… ¿Dudan? Verán. Lo vi desafiar al mundo desde el fondo de su hermosa mirada azul como de niño y quizá, lo que yo más le admiré al prior, para mí siempre lo siguió siendo, aunque quedara fuera del Monasterio, fue esa capacidad de identificar sus demonios internos y los de los demás y lo mejor, comprenderlos.

Aún recuerdo su arribo a la opinión mundial a través del ingreso del psicoanálisis en su monasterio. Leía yo todo acerca de él, pero con el tiempo lo fui conociendo más al platicar con quienes sí lo habían tratado en vida y lo seguían añorando. Todavía recuerdo una plática sobre él prior que mantuve con el sacerdote Baltazar López Bucio, en la que me comentó que al estreno de la obra de teatro “Pueblo Rechazado” de Vicente Leñero en 1968, tres años después de concluido el Concilio Vaticano II y en la que el escritor tomó como base el caso del monje benedictino, a ese estreno Lemercier acudió a la primera función con entusiasmo acompañado del entonces VII obispo de Cuernavaca, don Sergio Méndez Arceo, su gran apoyo. Sin embargo, salió desolado. Lamentó que Leñero no lo había entendido.

En ese momento vivía Lemercier en medio de una campaña de desprestigio en su contra, tras haberlo privado la Iglesia de su orden religiosa. Todo eso lo hacía sentirse rechazado, marginado. Leñero se consagró con esa obra, que a su entrevistado entristeció. Lo que es la vida, tuve oportunidad muchos años después sentados frente a frente en una mesa del Jardín Borda, decirle a Leñero tranquila y de manera discreta y respetuosa, cuando se acababa de ufanar de su obra, que en realidad para Lemercier fue un momento triste el asistir a su estreno, que se sintió defraudado por el cariz que le dio a la obra.

Remontándonos a tres años atrás, ya sabrán lo que ocurrió cuando los directivos del periódico francés Le Monde, amigos de Lemercier, lo convencieron de lanzar al mundo la introducción del psicoanálisis grupal en su monasterio, en pleno Concilio Vaticano II. “Es el momento”, le decían. En cambio, don Sergio le aconsejaba que aún no, que esperara nuevos tiempos.

Pero como ya hacía ocho años que, todos los jóvenes monjes eran psicoanalizados porque opinaba su prior que ingresaban sin una idea clara para iniciar la dura vida monacal y sabiendo que de pedir permiso se lo negarían, siguió con el trabajo en su monasterio. Dos grandes profesionales en el ramo, Gustavo Quevedo y Frida Smud lo realizaban. Quienes lo conocieron se expresaban muy bien de Lemercier. El gran arquitecto y monje benedictino fray Gabriel Chávez de la Mora, (Guadalajara 1929-CDMX 2022), autor de la renovación litúrgica-arquitectónica del interior de la Catedral de Cuernavaca, de la capilla del Monasterio benedictino abandonada ya, de la inmensa cruz que se yergue en Acapulco, del altar a la Virgen de Guadalupe en el vaticano y junto con Pedro Ramírez Vázquez, autor de la Moderna Basílica de Guadalupe, entre otras muchas obras. Y su valor estriba en que a pesar de que fue de los pocos que no dejó la Orden cuando quedó fuera Lemercier, nunca lo abandonó, estuvo cerca de él hasta su muerte. Entendió que su antiguo prior siempre buscó respuestas que no encontró en el interior de la Iglesia por lo que pretendió introducir reformas a la liturgia católica previas al Concilio Vaticano II lo que hizo que por orden de las autoridades eclesiásticas el convento fuera cerrado a pesar de que un visitador directo del Vaticano, Tomás Merton lo clasificó como uno de los mejores monasterios que él había conocido. Hasta el próximo miércoles.

El prior benedictino Gregorio Lemercier, foto tomada del libro Crisis de Fe de Fernando M. González. Cortesía de la autora