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CUATRO HECHOS DE SUFRIDA INFANCIA

 

En homenaje a un hombre de a pie, como los millones que se ganan la vida honradamente y para sortear el vendaval de la vida cruzaron la frontera norte y allá hicieron vida, trabajó en el campo y en la ciudad; este 4 de julio cumple 68 años con 40 de emigrado. Pensionado, sigue buscándole porque también allá, lo que recibe, no alcanza para vivir dignamente.

1. Prieto de tanto sol, barrigón de cuatro años, jugueteaba, en su boca, un balín, esas canicas de acero. Se le fue al cogote. No lo pudo vomitar. Le untaron manteca en la panza, dizque con eso lo arrojaría. No supe cuándo ni cómo lo expulsó.

Pero sí fui testigo de cuando zurró la peseta (moneda de veinticinco centavos como del tamaño de una de dos pesos de hoy). Alarmados e impotentes vimos cuando se la atragantó. La tía abuela Inés, tepiteña que había venido a casa por costales de estropajos que colgaban de ramas, cercas y bardas de la casa, como sombra de Paquito, provista de una larga vara de guamúchil, lo pastoreaba por todo el patio, a la espera de cuando se encogiera. Aguardó paciente y disimulada para no intimidar al niño, en cuyos intestinos navegaba la moneda de plata que, para ella, valía un tesoro. Llegado el momento, con la vara en la mano derecha y el cigarro en la izquierda, separó la brillante moneda, como nueva por el baño de jugos gástricos a que había sido sometida, le arrojó detergente en polvo y chorros de agua, la secó con su mandil y se fue, volando, a la tienda de don Rosalío Mena a comprar un paquete de «Carmencitas», el cigarro preferido de las ancianas pobres de aquellos años.

2. Una noche, impregnados de histrionismo teatral jugábamos a los apaches: con arcos, flechas, diademas de plumas de guajolote y la cara pintada con ceniza; a mitad de la calle juntamos basura y prendimos la fogata; danzamos alrededor con los susodichos gritos pieles rojas, luego, uno a uno, agarrando vuelo, brincamos la lumbre. Pero Paco, barrigón, por más impulso que tomó, no logró cruzar las llamas: cayó en el centro, donde ardían pedazos de llanta. Pobrecito. Soltó alaridos espantosos. Tenía sus pies vulcanizados. Duró semanas sin poder caminar; gateaba cuidando que los dedos de sus pies no tocaran el suelo.

3. Paco ha de haber tenido seis o siete años cuando en la amplia calle 20 de Noviembre, tupida de zacate, pastaban asnos callejeros. Lo montamos en un burro tierno.

“Aprieta las piernas, agárrate fuerte de los pelos del pescuezo”, le instruimos.

El borrico, al sentir retorcido el rabo, reparó, corrió y por allá lejos azotó a Paco; cayó de frente en una piedra grande y lisa. El saldo: un chipote sanguinolento. De milagro no se desnucó. Otro poco y pasamos a la historia en calidad de culposos infanticidas.

4. Con un cañón, regalo de Reyes Magos, tirados en el suelo, apuntando, esperamos a que Paco cruzara la puerta procedente de la calle. El arma disparaba balas sólidas de tres pulgadas de largo por media de ancho. Y zas, le atinamos en la frente.

Estuvimos a punto de dejarlo tuerto. Nos ganamos bien merecidos reatazos en las desnudas piernas.

Un hombre con camisa de cuadros

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Imagen cortesía del autor