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Jaime Chabaud Magnus

México vive desde hace dos décadas una cruenta guerra, atípica, con tantos frentes como la cabeza de la Hidra, sui géneris porque el enemigo es fantasmal y cambiante, porque el gobierno a ratos es narcoestado y a ratos encargado del orden y la legalidad, etc.… Pero es una guerra a fin de cuentas en donde más del 50% de los municipios del país están tomados por los grupos criminales o bien le pasan mochada para mantener relativa tranquilidad. Tenemos en 20 años más víctimas que en los últimos 40 de una guerra declarada, reconocida internacionalmente y con contrincantes manifiestos como la de Colombia, por ejemplo. Sumamos en México, lo calculan los que no creen en las cifras oficiales, casi medio millón de muertos, dos centenares de miles de desapariciones forzadas y más de un millón de personas desplazadas de sus hogares por la violencia.

La Transformación prometida en México sucedió en algunos rubros con resultados palpables pero no a nivel de cancha donde el ciudadano común no ha visto que la multiplicación de empleo, salud, seguridad, educación y, tristemente, cultura, hayan llegado a los territorios más pobres. Las becas a ninis no han catapultado el desarrollo social pero si han logrado un potente clientelismo electoral. “La justicia es como la serpiente, sólo muerde a los descalzos”, decía el Monseñor Óscar Romero, aunque atribuyan la frase a Eduardo Galeano.

La transformación de un país si no es Cultural, no será, hemos dicho en esta columna. El cambio radical que necesitamos y merecemos es cultural: porque compromete una ética y cambio de pensamiento que sólo puede llegar por la educación y la cultura. Hoy quiero compartir un ejemplo contundentemente claro de cómo esto sí es posible. Y lo es no por decreto presidencial y desde el aparato de gobierno como se intentó con Cultura Comunitaria desde la Federación con un gran fracaso. Tal naufragio fue encarnado por la soberbia desde el escritorio, gastando miles de millones, y no desde el mapeo en territorio que podría haber identificado a los líderes culturales y organismos de la sociedad civil organizada (artistas independientes) y, así, emprender desde ahí.

El ejemplo al que me refiero es un trabajo que empezó el grupo de Teatro Tespys en la comunidad de Carmen del Viboral, Antioquia, Colombia. Hace 35 años esta agrupación artística vio la luz en ese poblado que también nombra al municipio antioqueño. En medio de la guerra más cruenta entre cárteles, guerrilla, paramilitares y ejército que ocurría en ese territorio montañoso, un insignificante grupo de teatro se propuso cambiar la cara de una comunidad. En tiempo breve se hicieron de una casa para arrancar con una Sala de Teatro Independiente con énfasis en el trabajo comunitario. Sólo cinco años después, en medio de la masacre de jóvenes, se les ocurre fundar el Festival Internacional de Teatro y lo nombran hermosamente: El Gesto Noble. En pocos años adquirió tal relevancia que la ultraderecha encarnada en el paramilitarismo los amenazó de muerte y se tuvieron que esconder pero no renunciaron al empeño.

El pequeño Carmen del Viboral, su gente, se fue apropiando del Festival. También lo comenzó a defender como el último reducto de la esperanza en un ambiente donde no se sabía cuántos muertos iban a amanecer en calles o veredas después de los intercambios bélicos de casi cada noche. Y prosperó este Gesto Noble al grado de que en la semana en que se programaba ocurría lo impensable: no había muertos ni balas. Una especie de tregua implícita sólo mientras reinara el arte en este sui géneris Festival con su Nobilísimo Gesto. CONTINUARÁ…

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