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“Todos los hombres son intelectuales; pero no todos cumplen la función de intelectuales en la sociedad.”

Antonio Gramsci

Las elecciones del domingo 2 de junio definirán el rumbo político de México en el segundo cuarto del siglo XXI. Frente a la incómoda transición política que vive México, más allá de los maniqueísmos conceptuales entre liberales y conservadores, en medio de las grisuras también ha existido una disputa por el control social del relato, que no está vinculada con las mayorías, pero que persiste en círculos académicos, charlas clasemedieras de café, y en el llamado círculo rojo de la comentocracia.

¿De qué se trata el control de la narrativa? Es sencillo. Los discursos hegemónicos son los que instituyen la imagen de lo que una sociedad busca heredar de su modelo de civilización a la posteridad: su ideología y sus praxis política, sus valores morales, éticos y estéticos, su ejercicio del poder, es decir su visión del mundo y su pretendido éxito en la gestión de la realidad.

Esos empeños son jerarquizantes, clasistas y colonizadores, porque perpetúan un modelo de relaciones en el que unos son los que le dicen a otros lo que hay que hacer y lo que hay que ver, muy consecuente con aquello de que existe un mundo hecho para los que mandan y otros para los que reciben órdenes, es el orden del amo y del esclavo. Nada más antidemocrático que el racismo de la inteligencia.

La carta firmada por más de 250 personas del mundo de la cultura, que hace un llamado a votar por la candidata “X”, se sostiene bajo el argumento de una “deriva autoritaria” (recurso hartísimo intelectual). Parte de la inteligencia mexicana se ha reunido majestuosa en el Salón de Actos del Palacio de Minería. La locación no fue accidental. La cita ha sido una ceremonia de íconos, ritos y símbolos. Lo justificarán históricamente: ahí se ofreció un banquete al presidente Benito Juárez al triunfo de la República en 1867, y en 1909, fue convertido en Sala de Sesiones de la Cámara de diputados.

La foto es una revelación: sentades elles en su fina sillería, y luego de pie, bajo una escenografía arquitectónica perfecta, junto a veintiocho columnas de estilo jónico, iluminades todes por dieciocho ventanas elípticas, que han producido un mágico y bello espectáculo en el que faltó el eslogan: “Nosotros somos la democracia”. De fondo, la pared ostenta un gran Escudo Nacional (águila dorada, de frente y con alas desplegadas, republicana pues). Los testigos: bellas esculturas representando a las ciencias.

El mensaje fue equivocado. La mayoría de esos intelectuales se identifica más con un México que se niega a morir, el de los privilegios, el de las becas y los contratos millonarios, el de las dádivas a una élite de artistas, científicos e intelectuales cortesanos. No hay sorpresas, son un grupo que se ha propuesto combatir un proyecto político construido y electo democráticamente por las mayorías, más allá de sus yerros y su necesaria crítica. Cierto, el país no es ni debe ser el de un solo hombre, pero tampoco debe ser el país de una élite.

Es verdad, si somos rigurosos ni son todos los que están ni están todos los que son. Ahí hay queridos amigos, pero ellos no son la democracia, que por naturaleza es el régimen de las mayorías sin aplastar a las minorías. ¿Sabe la candidata “X” quiénes son los abajo firmantes? Tengo mis dudas. Ni su discurso ni su actuar lo reflejan. Siempre hay dudas: ¿por qué no firmaron la carta José Woldenberg, y por qué en la foto no apareció Enrique Krauze? Especulo: el primero no la quiso firmar, y el segundo, que asistió a ese coloquio, no quiso aparecer. Lo suficiente no es todo. Hay ausencias que son más notables que cualquier presencia. ¿Y Denise Dresser?

Confirman una hipótesis en la que el presidente Andrés Manuel López Obrador no se equivocó: existe un grupo de científicos, intelectuales y artistas se une contra un proyecto de las mayorías, populista dicen. Nada hay que objetar a la libertad de expresión. Las élites de izquierda o de derecha, son productoras de narrativas que legitiman su quehacer y función en el orden político de cada época. Celebro que asuman una posición política abierta, aunque se reclinen a la derecha, a pesar de que algunos de ellos hayan encabezado luchas por la democracia. Es su derecho cambiar de posición ideológica y política.

Vivimos en democracia, por eso estamos debatiendo sobre la incomodidad que la transición genera. A lo largo de la historia, intelectuales, científicos y artistas, han protagonizado sendos proyectos de resistencia ante pasajes obscuros de la humanidad, como el nazismo, la represión del autoritarismo y las dictaduras en Latinoamérica, o recientemente frente al genocidio palestino.

Al final, es una pena que haya exceso de convocantes, de asistentes, algunos de ellos incluso impostores. No cabe duda, hay tanto pensamiento como falta de proyecto. No entienden que no están entendiendo. Ahí, no hay seriedad.

Por eso lo sostengo, si no es cultural, y colectiva, no es transformación.