loader image

Martín Cinzano

Hablo con Irving, repartidor de Didi-Food en Cuernavaca; estamos en las inmediaciones del Zócalo, él montado en su moto, cargando su mochila térmica, y yo de pie, ambos bajo el sol inclemente de mediados de mayo. Me explica el sistema de inscripción para trabajar como repartidor, para lo cual, primera cosa, se debe “descargar la aplicación”. 

Siempre que oigo “descargar la aplicación” lo que se descarga en mi mente es una nube, una espesa e infranqueable neblina entre el mundo y yo: ¿cómo será eso de descargar una aplicación? ¿Qué ocurrirá con mi vida cuando para hacer cualquier cosa (por ejemplo: escribir) deba “descargar la aplicación”? 

Pero hago un esfuerzo y sigo escuchando a Irving; debo poner atención porque mientras habla da continuas miradas a su celular y en cualquier momento arranca en busca de una pizza o de comida china o de una hamburguesa o de pollo rostizado. Me habla de reglas y porcentajes, de los tiempos que tiene para recoger la comida (20 minutos) y luego entregarla (20 minutos). 

Le gusta la chamba, dice: me conecto a las tres de la tarde y me desconecto a las ocho o nueve de la noche. Qué bonito es eso de conectarse y desconectarse, pienso: ya habitamos el futuro, ya alcanzamos el máximo. ¿Todos los días? Por lo regular, responde, me quedo en casa uno o dos días entre semana, porque sábado y domingo hay más propinas; la banda se reúne para ver un partido o para una fiesta, y ahí va uno. Miro su moto: está reluciente; Irving me ve y se ríe: la cuido un chingo. 

Entonces, te gusta la chamba, le digo un poco decepcionado, porque quizá quería obtener respuestas oscuras, crudas, a fin de soltar una diatriba contra esta nueva forma de explotación contemporánea. Delante de nosotros pasa bordeando el Zócalo una de las temibles patrullas policiacas del Estado de Morelos. ¿Y con esos cómo es la onda? Ahorita nos quieren atorar tiro por viaje, pero yo creo que está bien, añade, la neta anda por ahí mucha moto robada. 

Me pregunto si Irving no estará posando y dando tales respuestas porque en el fondo cree que yo soy algo así como un tira camuflado, o peor: un periodista. Pero de inmediato, con la vista aún puesta en ellos, dice: igual son unos culeros. Con esa frase inobjetable, nos reímos y nos despedimos; le agradezco su paciencia y con la torpeza de siempre le suelto: ojalá un día pida una pizza y me la vayas a dejar, si estás conectado, claro. A sus órdenes, me responde, y aconseja: usted sólo debe descargar la aplicación.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *