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El futuro de Threads

Antulio Sánchez

Como diría el etólogo Frans de Waal, como monos que somos nos gusta imitar y por eso somos atletas del mimetismo, nos sentimos a gusto siguiendo los hábitos de otros, y si nos dan un empujoncito peor. Esto viene a cuento porque al ser dados a las sugerencias (por moda y porque las grandes firmas así lo deciden), de inmediato muchos usuarios de redes sociales se subieron hace poco a todo tropel a la plataforma de microblogging Threads. Lo hicieron bajo la idea de que “si mi amigo lo hizo yo también lo tengo que hacer”.

El crecimiento de Threads no es para dejarnos con los ojos abiertos cuando detrás de eso se encuentra un titán de internet. Threads si bien tiene que ver mucho con mimetismo, es también reflejo de como las grandes empresas usan su poder y recursos para lanzar nuevas redes sociales o herramientas que pronto ganan importantes cuotas de tráfico e incluso sin poco esfuerzo anidan en una parte de la mente de las personas.

Para apuntalar su nueva creación Facebook usó su poderosa base de usuarios y de esa manera promocionó Threads, lo que de inmediato le permitió alcanzar una gran audiencia y en un corto lapso ya tenía 100 millones de seducidos usuarios. Si contrastamos esa exitosa historia con la de Diáspora vemos una situación opuesta, ya que los proyectos que caminan a contrapelo del mainstream comunicativo en el ciberespacio la tienen difícil y su andar se torna en un auténtico vía crucis.

Fue en noviembre de 2010 que se lanzó Diaspora, resultado de la amistad e intereses compartidos de cuatro universitarios talentosos e inconformes con el caminar de las redes sociales. Estos estudiantes —Ilya Zhitomirskiy, Dan Grippi, Max Salzberg y Raphael Sofaer— del Instituto Courant de Ciencias Matemáticas de la Universidad de Nueva York tenían como interés primordial generar una herramienta de interacción opuesta o muy distinta a la onda dominante impulsadas por redes como Facebook o Twitter. El objetivo era dar paso a una red social descentralizada y de código abierto, opuesta a la filosofía impulsadas por las redes dominantes en ese momento, que hacían de la violación de la privacidad el corazón de su modelo de negocios. Sin embargo, el aspecto revolucionario de Diaspora —y a la postre lo que terminó siendo el camino a su fin— fue su concepto de «pod». Además, la otra cuestión con la que se topó fue el escaso interés del capital de riesgo por inyectarle recursos a un proyecto que para muchos inversionistas era lo opuesto a lo que querían de las redes sociales.

La idea de pod de Diaspora era poderosa —recuerda a la pionera propuesta de Paul Baran de redes descentralizadas—, se conformaría por una red con servidores descentralizados, independientes, conectados entre sí para formar una robusta red social (coge.la/BzN ). Cada pod, de hecho, sería un servidor, un nodo, que alojaría una parte de la red en su conjunto, el cual sería administrado por una persona u organización. Los usuarios eran quienes decidían el pod al cual unirse y ser parte de Diaspora, de estar en la red social, de manera que hubiera múltiples puertas de entrada a la red (que no difiere de lo que conocemos hoy día con internet), pero la otra característica interesante es que cada pod conformaría su propia comunidad, una microcomunidad para ser más precisos.

La constelación de pods no quedaría sujeta a reglas únicas de privacidad: cada uno establecería la suyas (coge.la/kwu). Pero esa descentralización de la red en pods, signo distintivo de Diaspora, que permite a las personas y comunidades tener más control sobre su privacidad y sus datos en línea, fue su talón de Aquiles. La mayoría de las personas no solo buscaban una única puerta de acceso, es decir que todo fuera «peladito y la boca», sino algo masivo en donde estuvieran sus amigos. Diaspora terminó como uno de esos utópicos sueños, recordando la mejor era del tecnoutopismo, en este caso de conformar una red social descentralizada, pero de paso hizo evidente que la privacidad, y la apropiación de datos personales por terceros, tampoco es una cuestión que preocupe mucho al grueso de personas que deambulan por las redes sociales. Su lanzamiento atrajo a pocas personas, terminaría siendo una parte más del decorado de proyectos interesantes que fenecieron por no contar con una cuota suficiente de usuarios.

Regresando a Threads, a pesar de ese vertiginoso crecimiento es pronto para saber si será una herramienta de larga data e incluso si superará a Twitter en términos de popularidad y demografía. A pesar de ser una evidente copia de Twitter, de su simplicidad y de seguir los derroteros de Instagram o Facebook en eso de hacerse con una variedad de datos de los usuarios, todavía necesita pasar la prueba de fuego del tiempo. Independientemente del inefable Elon Musk, dueño de Twitter, esa red social es sinónimo de «contenido político», es una plataforma donde los políticos, funcionarios y ciudadanos se expresan y debaten libremente, y sin soslayar que también es cuna de troles y canal de tergiversaciones y difamaciones.

Hoy por hoy Threads quiere ofrecer una cara lavada y amigable respecto a Twitter, al minimizar las noticias y la política, al intentar proponer un mejor esquema de moderación, de facilitar la publicación de videos, pero veremos si los usuarios empiezan por poner de su cosecha para darle un giro y otorgarle un rostro del cual carece en este momento.

Pero más allá en lo que esto derive, lo cierto es que las redes sociales «ya fueron». Ya pasó su irrupción epistemológica, que inicialmente se tradujo en que vinieron a sacudir el continente comunicacional, de nuevas maneras de hacer periodismo y hacer vida pública que duró unos cuantos años de la década pasada. Hoy las redes sociales siguen teniendo millones de seguidores pero en su caminar se ha extraviado mucho de los aspectos que causaron un cisma en la comunicación, siendo ahora entelequias de lo que propusieron para devenir en eso que Tim Wu denomina «comerciantes de atención», por lo que lo más interesante de internet ya no está en esas parcelas.

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