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Convergencia tecnológica y trabajo

Antulio Sánchez*

El efecto de las nuevas tecnologías en el campo laboral viene de tiempo atrás. Lo que hoy sucede no es novedoso. Como diversos autores sostienen, ha sido la convergencia de diversas tecnologías, como la computación, la robótica y la Inteligencia Artificial (IA) las que causaron un trastocamiento de la economía y alteraron el comportamiento de múltiples sectores. La irrupción de esas tecnologías ha tenido un efecto destacable en el sector laboral.

Para Richard Baldwin (La agitación de las globotics) la convergencia de las tecnologías referidas, han trastornado el comercio internacional y han dado lugar a una era en donde los empleos se ven amenazados por la automatización y la deslocalización. El libro se centra en las consecuencias generadas por esas tecnologías en Estados Unidos. Se presenta una convergencia de dinámicas, que por un lado facilita a las personas acceder a trabajos gracias a las nuevas tecnologías y por otra hay herramientas que automatizan tareas cognitivas, que se tornan en un enorme desafío para los trabajadores que se ven amenazados de ser desplazados por máquinas, algoritmos inteligentes y teletrabajadores.

Para Baldwin después de la primera gran transformación (iniciada en 1700 y que llevó de la sociedad agrícola a la industrial y el paso de lo rural a lo urbano), continuó con la que comenzó a principios de la década de 1970, que llevó de la industria a la transformación de servicios; ahora estamos en la tercera, la transformación globótica propulsada por la tecnología digital, la robótica y la IA. Lo novedoso con la llegada de las últimas es la destreza cognitiva de la automatización que afecta los trabajos de oficina, no sólo los de fábrica como en el pasado; al mismo tiempo, esa tecnología da paso al trabajo a distancia desde geografías remotas.

Una tecnología que vino a cimbrar el campo laboral y abrió la puerta al teletrabajo internacional fue la IA, en particular la traducción automática que se generalizó en 2017, que permitió a cualquier usuario armado de su laptop o PC, conexión a Internet y habilidades en el campo de las denominadas industrias creativas, teletrababar en oficinas de Estados Unidos y Europa. De esa manera fue habitual que diseñadores, programadores, dibujantes, viñetistas… de múltiples países emergentes sin conocer o dominar el inglés, francés o alemán, trabajaran en distintas naciones occidentales. Eso se tradujo en los países desarrollados en una competencia salarial directa e internacional con trabajadores extranjeros (telemigrantes) altamente calificados, con salarios bajos y que prácticamente laboraban como si estuvieran en las oficinas de quienes los contrataban.

Eso derivó en una degradación salarial y de los mismos trabajos. Las personas que trabajan desde India, Filipinas o cualquier región del planeta, aceptan pagos más bajos que los sufragados en los países occidentales, pero que de acuerdo a las condiciones económicas de sus países es un ingreso más que aceptable. Para los contratantes eso es óptimo, se ahorran el pago de impuestos, no sufragan costos de seguridad social alguno, no se ven regulados por ninguna ley laboral y no están obligados a indemnizar al teletrabajador despedido después de laborar varios meses, y sin haberle aportado algún dinero a su jubilación.

En este proceso la mano de obra estadounidense salió raspada y ese proceso ha tenido dos momentos. El primero inicio en los años 70 con el denominado Offshoring, término que describe la estrategia de deslocalizar o trasladar la producción o procesos internos de una empresa a otras zonas geográficas mediante la subcontratación. De esa manera, varias empresas de Estados Unidos empezaron a trasladar sus fábricas o sistemas de producción a maquiladoras de otras naciones, entre las preferidas estuvieron China, México y otras más.

El offshoring fue la vía para reducir costos, lo cual fue factible por la aparición y popularización de la computación. El proceso no estuvo ausente de generar efectos: dio paso a la desindustrialización masiva de las economías avanzadas, creando desempleo en Estados Unidos, pero además ese giro en el campo de la manufactura implicó el traslado de la producción de las cosas, pero también le acompañó la deslocalización del pensamiento y del know how. De esa manera, para que una empresa de un país desarrollado lograra que las piezas fabricadas en otra nación se pudieran hacer con base en los criterios de calidad que tenía estipulados, se establecían los respectivos controles lo que en muchos casos implicó capacitar a la mano de obra, enseñarles a usar los equipos correspondientes para llevarlo a cabo. Es decir, transferir competencias y habilidades fue un elemento indispensable, pero que tuvo fuertes consecuencias en el campo laboral.

En el caso de la otra variante que vino a afectar el empleo en los países desarrollados, la del denominado teletrabajo y/o telemigración, las habilidades de los teletrabajadores no requería más que de tomar sus cursos locales en el campo correspondiente, o bien habilitarse a través de la formación en línea que ponía a disposición YouTube con infinidad de tutoriales.

Es cierto que la situación en el campo del desempleo no es tan catastrófica. Para ilustrarlo con un ejemplo tomemos en caso de Estados Unidos, en donde ronda actualmente entre el 3,5 y el 3,7% (goo.su/8Pxwvu). Eso indica que el trabajo no parece estar a punto de terminar, a pesar del auge de los robots y la IA. Pero en donde realmente se ha reflejado el efecto de la IA y la automatización es en la caída de los salarios de grandes franjas de la población, y deriva en lo que Richard Sennett (La cultura del nuevo capitalismo) llama la continua migración de la identidad laboral acompañada de una degradación salarial.

El futurista Roy Amara ha referido que en lo referente a la tecnología en la mayoría de los casos los humanos tendemos a sobrestimar los efectos de una nueva tecnología a corto plazo, mientras que subestimamos su efecto a largo plazo. Y en eso estamos ahora inmersos ahora que nos trae de cabeza la IA.

@tulios41

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