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Intelectuales y calcetines

 

Por lo visto en estos tiempos cualquier tema es gasolina para incendiar las praderas de la conversación diaria en las redes sociales y el continente digital. Tal fue el caso en pasados días por un desplegado firmado por más de 200 intelectuales apoyando a Xóchitl Gálvez para la presidencia, lo que dio paso a una catarata de críticas y descalificaciones a los firmantes de dicho documento y de paso considerarlos de pedantes, de desfasados «intelectuales orgánicos», de haber sido vividores del presupuesto público y hasta no faltaron los calificativos de que los «denominados intelectuales son buenos para nada». Episodio que adelanta que independientemente de quien gane el próximo proceso electoral, la polarización social continuará; el populismo cuando arriba en una sociedad siempre termina dejando a su paso familias rotas, espacios laborales y universitarios envenenados por posturas encontradas y el resentimiento como modelo de evaluación a quien opina diferente.

Pero días después hizo acto de presencia el músculo populista de la 4T, dando a conocer un desplegado con más de 900 intelectuales, los «inorgánicos», apoyando a Claudia Sheinbaum, y de paso demostrando que en eso de intelectuales México es una megapotencia. Se trató, como dijera el desaparecido Enoch Cansino, de demostrar «quien orina más lejos» o tiene una mejor próstata. Curioso fue que los corrompidos intelectuales también pueden tener otro papel: ahora se intenta decir que los intelectuales pueden ser relevantes y cruciales en la construcción de la hegemonía que se busca. Ya no son meros aspiracionistas burgueses, productores banales de conocimiento, sino que también pueden ser organizadores de la cultura, pero siempre y cuando se esté con el pueblo bueno y no importa si algunos tienen adoración por Stalin.

Así, muchos de los que criticaron a los intelectuales orgánicos aparecieron ahora como abajo firmantes del desplegado de marras, y unos que por redes sociales habían dado a conocer sus posturas negativas y críticas de los intelectuales orgánicos por firmar desplegados, ante este nuevo desplegado de los «buenos» ya no vieron ninguna mosca en la sopa al estampar su firma en un desplegado.

Más allá de que en ambos desplegados no todos son en estricto sentido «trabajadores del conocimiento», lo cierto es que el tema de los intelectuales tiene su historia. El asunto de los intelectuales y su papel viene de lejos, desde la antigüedad ya andaba metido en estos menesteres Sócrates, pero en la era moderna eso remite al Caso Dreyfus, que se desarrolló en Francia entre 1894 y 1906 derivado de un escándalo judicial que conmocionó a ese país y tuvo efecto profundo en la sociedad gala y en los derroteros de quienes se supone derrochan mucha episteme en su labor cotidiana. El caso en cuestión no era pecata minuta, versaba sobre la acusación de traición contra el capitán Alfred Dreyfus, un oficial judío del ejército francés. A pesar de la falta de pruebas, Dreyfus fue condenado y sentenciado a cadena perpetua en la Isla del Diablo.

Sin embargo, uno de los primeros que se arremangó la camisa fue el novelista Émile Zola, quien se rebeló contra la injusticia y luchó por la liberación de Dreyfus y después se le unieron otro grupo destacado de trabajadores del intelecto para cuestionar que detrás de todo estaba una expresión de antisemitismo. Esos intelectuales usaron su influencia pública para denunciar que tanto el antisemitismo como la corrupción estaban detrás de la condena de Dreyfus. Y eso no fue algo baladí en la historia moderna de las ideas, ya que a partir del affaire Dreyfus se parte de que los intelectuales deberían de estar comprometidos con su tiempo, que no se limiten únicamente a su trabajo académico o artístico, sino que se involucren activamente en la esfera pública para asumir un compromiso con los valores democráticos y su disposición a cuestionar y desafiar el poder.

En estos casos se les pide tomar una postura, no de su coherencia interna o de que sean capaces de persuadir al público, que sus cuestionamientos se respalden en un sello de excelencia previamente reconocido. En nuestro entorno se considera que el argumento de autoridad, al final depende de quien la otorgue, cuestión que siempre se disputa y dado que los premios y reconocimientos también son cuestionados entonces todo intelectual es visto de manera entrecomillada. Lo interesante es que en esas disputas locales en torno al papel de los intelectuales se ve que el dogmatismo está muy vivo: existe la proclividad a deificar sólo algunas posturas y labores, a sustituir los argumentos por la moralidad de las causas, a defenestrar posturas porque son ilegítimos y apoyar a otros por ser del «pueblo neto» (Enrique Serna, Genealogía de la soberbia intelectual); en el caso que nos ocupa se cuestiona a unos, los orgánicos, porque siempre han gozado de prebendas y que cuando perdieron apoyos o quedaron lejos de los presupuestos se tornaron en críticos y demócratas, soslayando que en los inorgánicos también existe su cuota de maiceados, o lo que es lo mismo: los maiceados del pasado son enemigos, los maiceados y apapachados de hoy son los de valía.

En todo caso este suceso entre intelectuales orgánicos e inorgánicos, demuestra que hoy no hay espacios adecuados en México para que las discusiones que tocan la fibra pública y el poder se libren en perfecta calma —y sin que eso indique torpemente que el grueso de los mexicanos le interesen estos temas—, sin desembocar en enemistades, porque al final estos denominados atletas de la episteme son entes de carne y hueso, pasionales a más no poder e incluso terminan por moralizar sus posturas, porque hasta en el campo de quienes se dedican a la investigación y el cultivo del pensamiento y las ideas, existen también los resentidos que se expresan en posturas, descalificaciones y consideraciones de quiénes son los «buenos» versus los «malos».

Esta disputa no deja de tener su grado de comicidad. En las mañaneras siempre se ha atacado a los intelectuales orgánicos, «a los predilectos de gobiernos pasados», por haber sido «apapachados», por recibir grandes cantidades de dinero de apoyo; se ha arremetido contra la revista Nexos, pero es bueno recordar que gracias a ese medio fue que Andrés Manuel conoció a Beatriz Gutiérrez Müeller. Sí, la intelectual inorgánica esposa de López Obrador fue una aspiracionista: quería ser parte de los intelectuales orgánicos, su interés estaba en ser una escritora o periodista de altos vuelos (de hecho publicó en Nexos), tenía interés en darse a conocer en esa revista del mainstream, pero por cuestiones del azar el destino la llevó a ser funcionaria. Según Raúl Olmos (La casa gris), a fines del año 2000 López Obrador buscaba una persona que le manejara los temas de medios de comunicación, y una intelectual orgánica, Ángeles Mastretta, le presentó a Gutiérrez Müeller, de manera que así la aspiracionista Beatriz pasó a ser una lúcida intelectual inorgánica —y parte del pueblo— y perdió su vocación intelectual orgánica —un decir porque algunos oficialistas la consideran una reputada lumbrera—, pero a cambio de eso terminó viviendo en el Palacio Nacional y, de paso, demostrar que la política y la vida son como un calcetín, un día se está al derecho y otro al revés.

@tulios41