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Alguna vez hicimos una reflexión sobre las consecuencias culturales que provoca un sistema de mercado útil sólo para acumular dinero. Porque no solo se ciñe a la abundancia de la miseria y a la generación de riqueza para unos cuantos, sino que sus nefastos brazos alcanzan consecuencias que afectan gravemente la forma de pensar y de actuar, de relacionarse con los otros, de medir el mundo como mercancía, de hacer de la vida sólo oportunidad de enriquecerse. Así, sin más.

Todo se empapa de esta actitud. Tarde o temprano afirman que es normal, que así debería de ser, que no hay de otra. Las instituciones así se estructuran. Las secretarías, los órganos de administración, los hospitales, las escuelas, los partidos…

Hasta los partidos de oposición sufren esa enfermedad en tanto que ya no se ocupan de rescatar sus principales objetivos con los que se organizaron, se forjaron y crearon. Ahora se trata únicamente de estar en la palestra, de ocupar raciones de poder, de compartir el presupuesto público, de enriquecerse descaradamente y hacerse pasar como un ejemplar personaje digno de encomio y admiración.

Este es el fenómeno de la Sicilianización de México, no sólo de Italia como lo afirmó Jenaro Villamil: “Yo entiendo por sicilianización de Italia y del mundo una pérdida progresiva del valor de las ideas, ante el surgimiento arrollador de los intereses particulares… Ha habido una caída del espíritu público, mientras que antes, incluso si las cosas ya eran así, había la esperanza de que las cosas pudieran no ser así. Ahora esta esperanza ya no existe”.

Este sistema de mercado, este Neoliberalismo actual es algo más que un término económico. Sus consecuencias en todos los órdenes se han hecho patentes. Tres generaciones han crecido bajo este modelo y manifiestan en sus actitudes complejos diversos: Individualismo atroz, competitividad, aislamiento total, falta de solidaridad con el prójimo, ausencia de lazos afectivos entre vecinos o parientes, búsqueda del bienestar personal a cualquier costo…

No es gratuita la incorporación de tantos jóvenes a las bandas del crimen, de la delincuencia. Jóvenes estupidizados, alienados, que obedecen a ciegas a quienes les ordenan disparar indiscriminadamente. Nos afligen en demasía las absurdas muertes de los migrantes, muertes en masa que revelan la crueldad sin límites de estos desalmados; muertes inútiles de jóvenes que se cruzaron en el camino de los sicarios; muertes espantosas que desconsuelan y angustian a familias enteras. No es ya una simple lucha por la supervivencia. Si los sicarios no son capaces de identificar a sus enemigos, si a todo aquel que busca un empleo lo ven como objeto y oportunidad de ganancia, si no han podido llegar a sentir un ápice de conmiseración por gente tan o más pobre que ellos, francamente no tienen salida, ni perdón… Es el padecimiento de un atroz grado de deshumanización.

 

Modelo económico con consecuencias inhumanas. El otro es visto como objeto, ocasión de ganancia o de disfrute, como medio para mis propios fines. No es más mi prójimo-próximo, no es alguien, es algo distante (de mis intereses personales) y cercano (a mis objetivos materiales y monetarios). Lo he cosificado sin percatarme de mi propia cosificación, de mi enajenación y de mi extravío pues me considero dueño y señor de su destino y de su vida.

El Mercado genera y configura un conflicto político-cultural-ideológico.

De todas las instituciones, las de los partidos políticos causan cada vez más desconfianza entre la ciudadanía. Quieren dar la idea de que son partidos fuertes, homogéneos, cerrados en sí mismos, pero se muestran sumamente temerosos de contar con conciencias excesivamente críticas y autocríticas. Lo importante para ellos es la unidad y la disciplina interna más allá de la relación que debería generar con la ciudadanía. Sus candidatos –una vez en sus respectivos cargos- se preocupan más de rendir cuentas ante su facción que de atender demandas ciudadanas.

El PRI y el PRD, aliados con el PAN, acérrimo defensor de la invasión extranjera, han demostrado que nunca se han hecho eco de las voluntades populares ni de la formación política de sus “militantes”. Son aparato domesticados cuyos miembros, sin formación ni compromiso, solo obedecen. Son ahora “partidos” cuya dimensión histórica ha quedado reducida a un simple trámite electoral. ¿Su objetivo? Continuar en la comodidad pequeñoburguesa.

Emir Sader afirma: “La burocratización conduce a la despolitización que es el mejor servicio que se puede prestar a la derecha, sustrayendo espacios críticos a la lucha de ideas para volcarlos simplemente a la mantención de cargos y de sueldos (¡!)”.

Paulatinamente, sin prisa, pero sin pausa se van diluyendo -en la inercia colectiva, con la complacencia de la recalcitrante derecha- los principios que les dieron origen. Lástima… Bien podríamos, mujeres y hombres libres, reivindicar la Política como patrimonio de toda la sociedad.

…Y subordinarla a la Ética.