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La envidia es mil veces más terrible que el hambre, porque es hambre espiritual.

Miguel de Unamuno

 

Nuestra envidia siempre dura más que la dicha de aquellos que envidiamos.

François de La Rochefoucauld

¿Por qué hay personas que se enojan de que otras publiquen en sus redes sociales los que les viene en gana? La envidia, como pecado capital, se revela en lo grande y lo pequeño, en la salud y en la enfermedad. Para algunos, se trata de un homenaje, de una admiración impronunciable porque el envidioso, además, compite. Lógicamente, no puede ni será nunca feliz. El pasto del vecino, siempre más verde que el suyo, dará flores, olerá a milagro. La envidia, como mala hierba, es venenosa. No hay problema si lo tóxico se queda dentro del pecho del que odia a los demás por conseguir sus objetivos. La trama se complica cuando pasa a los hechos: el deseo de destruir se transforma en daño concreto, materializado, para el que cáncer del envidioso descanse. Sin embargo, como enfermedad incurable, devorará las entrañas, dará muerte. No da gusto verlos revolcarse en sus dolores, invadidos por las células de un mal pecaminoso.

En nuestro tiempo resulta evidente esa falta de salud mental cuando las y los envidiosos se sienten disminuidos ante lo que, en redes sociales, publica el mundo entero. Esa molestia se puede traducir en juicios horribles. Si alguien comparte un momento de felicidad comiendo un plato hermoso, fotografías de viajes, sonrisas con mascotas, abrazos con amigos, besos con las parejas, etc., es tonto porque debe saber que “a la gente no le gustan tus éxitos, la gente es terrible. Si te ven contenta, todos querrán destruirte”, como le dijo a la de la voz un novio muy, pero muy envidioso. Por si eso no bastara, también te consideran una persona presumida, “que publica por publicar”, “que no se puede guardar nada para sí”, “que si no sube algo a Instagram siente que no existe” y más, mucho más. Esa intolerancia es una metástasis del alma. Los enfermos interpretan que esa actitud es una agresión a quienes no tienen qué compartir, no saben cómo o no se atreven. Ahí va otra: “Por favor, no subas todas tus actividades, porque nos haces sentir que no hacemos nada”, ¿por qué tendría que importarle tanto?, ¿por qué la culpa es de quien comparte y no de quien no elimina, no bloquea, no silencia o deja de seguir?

Algunas respuestas: morbo, escrutinio, ganas de joder, para acabar pronto. También una malsana propensión a compararse. Sin saber que, desde el comienzo, cuando arranca ese ejercicio, comienzan a perder la carrera de sus imaginarios que les gustaría ganar a toda costa, pero no pueden, por cierto, precisamente porque pierden tiempo envidiando cuando podrían invertirlo en sus propias metas, cuerpos, en sus vidas que no les gustan. Si así fuera, no se entrometerían en las de los demás.

Quien envidia tiene hambre, cierto. Como Sísifo cargando una piedra que nunca llegará a su destino, el envidioso muerde la carne, ataca, lastima, quiere dañar como sea, pero el pobre no come, no se nutre. Enflaquece espiritualmente, en palabras de Unamuno y Cervantes, es decir, pierde tanto peso que se autodestruye, se lo lleva el viento, lo arrastran las tormentas y, lo que es peor, los días diáfanos en otras ventanas. Igual que el deprimido con una nube negra siguiéndolo, está condenado. Y no puede, porque no quiere, ver el sol.

¿Se puede dejar de envidiar? Tal vez, pues algunos cánceres entran en remisión. Lo cual requiere voluntad, trabajo, cuidados, mucha ayuda. Incluso amor que le haga ver al envidioso lo que sí tiene, no lo que no, y los demás le “restriegan en la cara”. El remedio no es fácil, pero paradójicamente resulta simple: aplaudir, celebrar el éxito de los otros o desviar la mirada hacia uno mismo. Toda esa energía que se vierte de muro en muro, de perfil en perfil, de tik tok en tik tok, de imagen en imagen ajena buscando el pelo en la sopa, el error que los calme volviéndolos personas hipercríticas de los filtros, de las palabras, de la cantidad de fotos, de la constancia, de los hábitos… Toda esa labor fiscalizadora debe dirigirse a la historia personal, al vacío, a la insatisfacción, al fracaso que no se acepta para poderlo superar.

*Escritora