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Aunque es relativamente fácil reconocer lo vivo y lo no-vivo, no es tan sencillo definir la vida ni la muerte. Los virus son un ejemplo de este dilema. Fuera de una célula, los virus tienen los días contados sino es que las horas. Para efectos prácticos, están muertos, ya que es absolutamente indispensable que infecten una célula para vivir. Para vivir es necesario tener alguna forma de alimentarse del medio, transformar estos productos en energía y usarla para mantener funciones celulares vitales, entre ellas la reproducción. Esto no lo hacen los virus por sí mismos.

Aristóteles (384–322 AC) observó que un ser vivo se alimentaba, crecía y al final moría. Hoy este concepto nos parece una obviedad, pero no es tan simple. Ahora sabemos que las células, los tejidos, los órganos de los seres vivos funcionan bajo principios bioquímicos universales. En el siglo XIX, Rudolf Virchow un científico alemán, ya estudiaba bajo el microscopio el proceso de degeneración o necrosis que conduce a la muerte de las células. Mientras que la necrosis celular es una respuesta protectora para evitar daños mayores en los tejidos, involucrando respuestas inflamatorias y cicatrización, hay un fenómeno molecular llamado apoptosis, que consiste en una muerte celular programada que no deja huella y no provoca inflamación.

La apoptosis es una forma de muerte celular que ocurre ordinariamente en organismos multicelulares como insectos, gusanos, plantas, anfibios, mamíferos, e incluso también en la levadura de la cerveza. Aunque el fenómeno apoptótico fue descrito desde el siglo XIX, el estudio de la apoptosis dio un gran salto a finales del siglo XX cuando varios investigadores comenzaron a usar un pequeñísimo gusano de un milímetro de tamaño llamado Caenorhabditis elegans. Este nemátodo transparente que tiene apenas 1,090 células reveló que la apoptosis está programada genéticamente. Además, los genes que controlan la apoptosis se conservan en la escala evolutiva de las especies incluyendo al ser humano.

El mecanismo de muerte celular controla el desarrollo y diferenciación de los seres vivos. Es así como, de un cigoto humano (un óvulo fecundado) a los pocos meses resulta un nuevo ser. Actualmente, podemos ver mediante un ultrasonido como el embrión, aparentemente una pelota de células va cambiando y tomando forma humana en el curso de los meses. La diferenciación celular va modelando la morfología y la función de los órganos del embrión hasta alcanzar la madurez. Un ejemplo comúnmente usado para ilustrar la apoptosis es la formación de los dedos de la mano en la etapa embrionaria. En las primeras etapas, los dedos no se pueden distinguir porque están unidos con una membrana. En una etapa posterior las células de esta membrana se van muriendo de manera programada dando lugar a la mano diferenciada. Errores en el proceso pueden originar, por ejemplo, dedos fusionados.

La vida del ser humano está regida por los procesos apoptóticos que no dejan de ocurrir para mantener el equilibrio celular de los tejidos y salvaguardar el organismo. En adulto, se estima que cada día mueren de manera programada miles de millones de células. Sí una célula entra en división desordenada o tiene un daño en los cromosomas, como en el caso de las células cancerosas, la apoptosis las pone a disposición del sistema inmune para su eliminación. Sin embargo, algunas veces fallan estos mecanismos conduciendo a patologías celulares indeseables cómo el cáncer, cuando las células no pueden morir y proliferan exageradamente.

Los seres vivos morimos un poco todos los días, como las hojas que se desprenden de los árboles al cambio de estación, tal como lo sugiere la palabra apoptosis. Estamos programados para morir y no para la inmortalidad. Como le dijo Jorge Luis Borges a Juan Rulfo: sería una desdicha ser inmortal.

vgonzal@live.com

Foto: LaInventadera.com